Necesito tocar a Dios y que sane mis heridas más
humillantes
![]() |
Shutterstock |
¿Qué deseo en lo más profundo de mi alma? A
menudo paso por encima de esta pregunta. Como si no me interesara.
Como si me pasara lo que me
decía una persona: “A mí me enseñaron un falso olvido de sí,
que me llevó a pensar que cualquier mirada al interior de mí misma era ser
soberbia, por no estar mirando a los demás para servir”. Como
si pensar en mí, en mis dolores, en mis temores, fuera un acto egoísta.
Me acostumbro a vivir
volcado hacia los demás pensando que soy el mejor
cristiano. Pero me olvido de mí mismo, de
mis miedos, de mis obsesiones, de mis angustias.
Quiero aprender a escuchar la
voz de mi alma. Ser capaz de detener los pasos y escuchar al grito que surge en
mi interior: “Ten compasión de mí”.
Quisiera tener más fuerza
interior para hacerme más caso. Dejar que Dios mire en mi corazón y me
pregunte por mis deseos más verdaderos. Tengo un deseo
hondo, oculto, una sed infinita.
“La
pobreza más terrible e inhumana es la falta de Dios. La ausencia o el rechazo
de Dios es la miseria humana más extrema. No hay nadie en este mundo capaz de
colmar ese deseo del hombre. Sólo Dios sacia y lo hace infinitamente”[1].
Necesito
tocar a Dios. Y
que Dios me toque. Que se abaje sobre mi impotencia. Que
sane mis heridas más humillantes. Esas que no quiero reconocer,
porque no me atrevo.
No veo al que me necesita. No
veo a Dios en mi vida. No veo más allá de mi problema. Quiero
tener claro lo que deseo que Jesús haga en mí. Como si
sólo pudiera pedir tres deseos y se me acabara el tiempo.
Pienso que lo urgente, lo que
ahora me inquieta, tal vez no es lo principal. Quiero pararme en mi camino como
un ciego que no ve, que no se ve por dentro.
Porque es verdad que no me veo. No sé
percibir mis más hondas angustias. Busco dando palos de ciego.
Quiero calmar la sed de mar que
tengo en mi alma. La sed de un océano sin orillas donde calmar todos mis gritos
de soledad.
Le
pido a Dios lo inmediato demasiadas veces. Hoy no quiero hacerlo así. Me detengo
ante Jesús que me mira con misericordia. Él lo sabe todo de mí. Conoce mis
miedos más profundos y ha tocado las angustias que me quitan la paz.
¿Qué quiero que haga por mí? Me
llevo esa pregunta al silencio de mi alma. Quiero decirle la verdad, mi verdad.
Callo esperando encontrarla.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia