Así como el humo esparcido alrededor del altar sube a lo alto, así también nuestras oraciones están subiendo hasta la presencia de Dios
El incienso es un signo
importante dentro de la Iglesia Católica. Su sentido va más allá de generar
humo por cualquier lugar. El Salmo 141, 2 nos dice: “¡Suba a ti
mi oración como el incienso, mis manos que a ti levanto sean como la ofrenda de
la tarde!”. Esto nos deja claro que el incienso es un signo de
reverencia del hombre hacia Dios. Así como el humo esparcido alrededor del
altar sube a lo alto, representa que nuestras oraciones también están subiendo
hasta la presencia de Dios que está en los cielos.
El Libro del Apocalipsis
nos reafirma este signo al decir:
“Otro ángel vino y se paró
delante del altar de los perfumes con un incensario de oro. Se le dieron muchos
perfumes: las oraciones de todos los santos que iba a ofrecer en el altar de
oro colocado delante del trono. Y la nube de perfumes, con las oraciones de los
santos, se elevó de las manos del ángel hasta la presencia de Dios.”
(Apocalipsis 8, 3-4).
De ahí la importancia que
tiene usar el incienso aromático dentro de la liturgia, pues a través
de él conectamos nuestro culto a Dios en la tierra con el de los ángeles y los
santos en el cielo.
El uso de este signo no es
cosa nueva, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó a Moisés construir un altar
de incienso que se colocaría junto al altar de los sacrificios, como signo de
la presencia constante y real de Dios mismo (Cf. Ex 30, 1-10). Cobra sentido
que entre los regalos que ofrecieron los Reyes Magos al niño Jesús, se
encuentre el incienso, mediante el cual se adora al Dios vivo que habitó entre
los hombres.
Así, cuando el
monaguillo usa el “turíbulo” (pequeño brasero conocido también como incensario)
en el momento de la consagración en la Santa Misa, muestra un signo de
adoración y reconocimiento a Cristo que se hace presente en su Cuerpo y Sangre
en el altar, el cual minutos antes, ha sido también purificado y perfumado
para recibir al Rey de reyes. Lo mismo cuando el Sacerdote inciensa las
imágenes y el Evangelio como símbolo de fe y veneración.
El humo que produce el
incienso le otorga a la Eucaristía un sentido misterioso, pues a pesar de que
por nuestra condición humana no lo percibimos mediante los sentidos, sabemos
que el milagro que se celebra frente a nuestros ojos es más real de lo que
parece. No sólo es un pedazo de pan y una copa de vino,
sino que es Dios mismo quien se manifiesta entre nosotros.
La Instrucción General del
Misal Romano en sus numerales 276 y 277 nos explica cómo es que debe incensarse
en la Santa Eucaristía:
276.
La turificación o incensación expresa reverencia y
oración, tal como se indica en la Sagrada Escritura (cfr. Sal 140, 2; Ap 8, 3).
El incienso puede usarse a
voluntad en cualquier forma de Misa:
1.
Durante la procesión de entrada;
2.
Al inicio de la Misa para incensar la cruz y el altar;
3.
Para la procesión y proclamación del Evangelio;
4.
Después de ser colocados el pan y el vino sobre el
altar, para incensar las ofrendas, la cruz y el altar, así como al sacerdote y
al pueblo;
5.
En la elevación de la Hostia y del cáliz después de la
consagración.
277.
El sacerdote, cuando pone incienso en el turíbulo, lo
bendice con el signo de cruz sin decir nada.
Antes y después de la
incensación se hace inclinación profunda a la persona o al objeto que se
inciensa, exceptuados el altar y las ofrendas para el sacrificio de la Misa.
Con tres movimientos del
turíbulo se inciensan el Santísimo Sacramento, las
reliquias de la santa Cruz y las imágenes del Señor expuestas para pública
veneración, las ofrendas para el sacrificio de la Misa, la cruz del altar, el
Evangeliario, el cirio pascual, el sacerdote y el pueblo.
Con dos movimientos del
turíbulo se inciensan las reliquias y las imágenes de los
Santos expuestas para pública veneración, y únicamente al inicio de la
celebración, después de la incensación del altar.
El altar se inciensa con un
único movimiento, de esta manera:
1.
Si el altar está separado de la pared, el sacerdote lo
inciensa circundándolo.
2.
Pero si el altar no está separado de la pared, el
sacerdote, al ir pasando, inciensa primero la parte derecha y luego la parte
izquierda.
La cruz, si está sobre el
altar o cerca de él, se turifica antes de la incensación del altar, de lo
contrario cuando el sacerdote pasa ante ella.
El sacerdote inciensa las
ofrendas con tres movimientos del turíbulo, antes de la incensación de la cruz
y del altar, o trazando con el incensario el signo de la cruz sobre las
ofrendas.
Por: Daniel Alberto Robles Macías