Hay
gente rota por decir siempre que sí a todas las peticiones, no calculan sus
fuerzas
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Me da miedo creer que la generosidad tenga
que ser el criterio decisivo en la toma de decisiones. Como si para saber lo
que Dios quiere de mí fuera este el único principio básico.
Tengo metidos en el alma juicios
sobre mis actos. Me duele cuando no soy generoso.
Y pienso que es más generoso el que lo da todo. El que se niega a sí mismo. El
que no se guarda nada. El que renuncia a todos sus deseos e intuiciones por
amor a Dios, a los hombres. Es más generoso el que lo deja todo para seguir a
Jesús allí a donde vaya.
La
prudencia me hace pensar: ¿Seré capaz de hacer lo que aparentemente Dios me
pide? ¿Tendré fuerzas suficientes para llegar al final?
No lo sé. Pero
no me parece la generosidad un criterio único y absoluto. A
veces Dios me pide cosas que no me exigen tanta generosidad.
¿Me equivoco cuando digo que no
a una petición de los hombres cuando aparentemente es más generosa y me exige
más? ¿Es de Dios? Me piden que haga algo que es bueno. Pero no me siento capaz.
¿Estaré pecando de egoísmo?
He
visto a gente rota por decir siempre que sí a todas las peticiones. No calculan
sus fuerzas. No
piensan que no van a ser capaces de llegar a la meta. Sobrevaloran lo que Dios
va a hacer con sus vidas. La naturaleza es más frágil de lo que piensan.
Lo tengo claro. La generosidad
no es un criterio absoluto. Pero a veces escucho en mi alma: ¿Cómo vas a
decirle que no a Dios? Y me respondo: ¿Es siempre Dios el que me habla en esa
petición? No siempre.
No me quedo sólo en lo que es
más generoso para decidir. Intento buscar en lo más profundo de mi alma el
querer de Dios. Quiero interpretar las voces que llegan a mi corazón. No
todo lo que me piden es de Dios.
No siempre mi no es del demonio
o consecuencia de mi fragilidad. A veces mi no es un sí a otro camino, a
otra opción posible, a otra elección que me da más vida y
me hace más fecundo.
Miro en mi alma y escucho. No es
más generoso el que opta por el camino más difícil. Ni más
egoísta el que recorre un camino aparentemente llano y sencillo. Todo depende.
Quiero ser generoso en el sí que doy, eso sí. En la elección que he tomado.
Leía el otro día: “Solo
nuestra alegría más profunda permite un discernimiento verdadero de nuestros
deseos. Sólo ella puede autentificar la renuncia”[1].
La alegría acompaña mis
decisiones como reflejo del amor de Dios en mí. Escucho: “La
brújula de mi vida es la alegría de mi corazón”. La alegría de
saber que estoy donde Dios me quiere.
¿Y si me equivoco?
No
sé bien dónde seré más pleno, más feliz, más fecundo. Pero sí sé que la alegría
ha de estar en mi alma.
La alegría del amor de Dios que me recuerda que soy siempre amado, decida lo
que decida.
No sé bien cómo caminar por esta
vida. Me gustaría darme siempre por entero. Elegir lo correcto sin equivocarme.
Y cuando me equivoco, ¿se baja
Dios de mi barca? Muy al contrario. En muchos de mis errores he tocado un amor
más cálido de Jesús.
Como el que experimentaron los
discípulos de Emaús cuando se equivocaron volviendo a casa. Porque desconfiaban
y estaban tristes. Y en su error, en su decisión equivocada, Jesús les mostró
un amor predilecto. Eso siempre me conmueve. Fue a buscarlos. No los juzgó
desde lejos como infieles.
Lo mismo que a Tomás, cuando se
apareció en su vida después de haber dudado de su amor. Entonces pudo tocar un
amor más grande. Se equivocó y Jesús lo rescató.
Como a Pedro que dudó en el mar
agitado, tuvo miedo, eligió mal, se hundió y dejó de confiar. Y Jesús lo sacó
del agua con mano firme. Y tocó una misericordia más grande. Más incluso que si
nunca se hubiera equivocado. ¿Me amas más que estos?
Tal
vez en mis decisiones erradas es donde más he acariciado un amor imposible de
Dios, un amor
misericordioso que me salva de todos mis miedos.
¿Por
qué tengo tanto miedo al error, a la caída, al fracaso, a la equivocación? Soy tan frágil. Me asusta tanto la
vida… Las decisiones posibles y las imposibles. Los errores y los aciertos.
Dudo ante los innumerables
caminos que se abren ante mí. Muchos buenos. Algunos más generosos que otros.
Tengo claro que quiero
darlo todo. Quiero ser generoso y seguir a Jesús a donde vaya.
Pero sé también que puedo decidir libremente.
Buscando en mi corazón.
Y también sé que, si me
equivoco, Él no me va a dejar solo por los caminos de la vida. Va a seguirme
allí a donde vaya. Va a sacarme de mi dolor. Va a rescatarme en mi pecado.
Esa forma de ver la vida me da
paz. Busco con más calma dentro de mi alma lo que me pide. Aprendo a discernir.
Sé que es una labor para toda la vida.
Decía el papa Francisco: “Cada
uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón
si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas”.
No me fío de los falsos profetas
que me llevan donde Dios no quiere que vaya. Escucho bien. Busco en mi corazón. Quiero estar
siempre cerca de Él.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






