El
milagro que ha hecho beato al Padre Tiburcio Arnáiz
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Manuel
Antonio Lucena es malagueño y no conocía al Padre Arnaiz hasta que sus vidas se
cruzaron por acción del Espíritu Santo. En 1994 se recuperó sin secuelas tras
un infarto que sufrió y que lo mantuvo sin oxigenación 10 minutos. Fue la
curación extraordinaria necesaria para demostrar el milagro que ha hecho
posible la beatificación del Padre Arnaiz. Él y su mujer, Encarnita Moya, viven
su beatificación con entusiasmo.
Manuel
Antonio explica que haber recibido esta gracia «es algo muy importante. Pensar
que a través de mí se ha manifestado este milagro… Yo volví a la vida por la
petición que mi hermana le hizo. Ha removido la fe de toda la familia y muchos
nos van a acompañar en este día tan importante», explica.
Encarnita
Moya es la esposa de Manuel Antonio. Para ella fueron momentos muy difíciles.
«Aquel 7 de junio yo estaba en casa con mis hijas, que eran pequeñas, mientras
él practicaba deporte con varios amigos. De pronto, me llamaron para decirme
que me fuera al hospital. En un primer momento me dijeron que se había partido
una pierna, pero yo sabía que había algo más. Fui sin perder tiempo y me
encontré que estaba en coma. La situación era crítica y no nos daban esperanza
ninguna de que se recuperara, y si lo hacía sería con grandísimas secuelas. Mi
cuñada sacó la estampa del Padre Arnaiz (recuerda emocionada), la metió
debajo de la almohada y comenzó la novena».
Tras
un largo periodo en la UCI, los médicos le fueron retirando la asistencia,
esperando a ver cómo afloraban los daños neurológicos que presentaba su
cerebro. «Poco a poco fue respondiendo, cuenta su esposa, caminando, andando… y
hoy en día no presenta ningún síntoma, a pesar de que las pruebas demuestran
que el daño está ahí. Es algo inexplicable».
En
la Beatificación, llevan las ofrendas en compañía de dos de sus hijas (ya que
una está en el extranjero y no puede viajar por estar embarazada). «El Padre
Arnaiz es ya uno más de la familia. Está con nosotros todos los días y lo
tenemos presente siempre», confiesan.
Ana
María Medina
Diócesis de Málaga
Fuente:
Aleteia