¿Qué
Navidad le gustaría a Dios?
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| Belén en el aula Pablo VI © Zenit |
“Navidad
es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del consumismo”, ha
subrayado el Papa Francisco en la catequesis ofrecida hoy en la audiencia
general, este miércoles, 19 de diciembre de 2018.
La
audiencia general se ha celebrado a las 9:30 horas en el Aula Pablo VI, donde
el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia
y de todo el mundo, que han querido felicitarle su 82 cumpleaños –celebrado el
17 de diciembre– con canciones, regalos y tartas.
Navidad:
las sorpresas que le gustan a Dios (Pasaje bíblico: Evangelio según
san Juan 1 9-1q), ha sido el tema de la catequesis que ha pronunciado hoy
el Santo Padre.
“¿Qué
Navidad le gustaría a Dios? ¿Qué regalos y qué sorpresas?”, ha preguntado Francisco.
“La sorpresa más grande es en Nochebuena: el Altísimo es un niño pequeño”.
Celebrar
la Navidad, es “dar la bienvenida a las sorpresas del Cielo en la tierra”,
ha asegurado. “No se puede vivir ‘tierra, tierra’, cuando el Cielo trae sus
noticias al mundo. La Navidad inaugura una nueva era, donde la vida no se
planifica, sino que se da; donde ya no se vive para uno mismo, según los
propios gustos, sino para Dios y con Dios”.
Tras
resumir su discurso en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en
particular a los grupos de fieles presentes procedentes de todo el mundo. Como
de costumbre, la audiencia general ha terminado con el canto del Pater
Noster y la bendición apostólica.
RD
A
continuación, ofrecemos la catequesis completa del Papa Francisco, pronunciada
en la audiencia general:
***
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dentro
de seis días será Navidad. Árboles, decoraciones y luces por todas partes
recuerdan que también este año será una fiesta. La máquina publicitaria invita
a intercambiar siempre nuevos regalos para sorprenderse. Pero, me pregunto ¿es
esta la fiesta que agrada a Dios? ¿Qué Navidad le gustaría, qué regalos y qué
sorpresas?
Observemos
la primera Navidad de la historia para descubrir los gustos de Dios. Esa
primera Navidad de la historia estuvo llena de sorpresas. Comenzamos con
María, que era la esposa prometida de José: llega el ángel y cambia su vida. De
virgen será madre. Seguimos con José, llamado a ser el padre de un niño sin
generarlo. Un hijo que, -golpe de efecto-, llega en el momento menos indicado,
es decir, cuando María y José estaban prometidos y, de acuerdo con la Ley, no
podían cohabitar. Ante el escándalo, el sentido común de la época invitaba
a José a repudiar a María y salvar así su buena reputación, pero él, si bien
tuviera derecho, sorprende: para no hacer daño a María piensa despedirla en
secreto, a costa de perder su reputación. Luego, otra sorpresa: Dios en un
sueño cambia sus planes y le pide que tome a María con él. Una vez nacido
Jesús, cuando tenía sus proyectos para la familia, otra vez en sueños le dicen
que se levante y vaya a Egipto. En resumen, la Navidad trae cambios inesperados
de vida. Y si queremos vivir la Navidad, tenemos que abrir el corazón y estar
dispuestos a las sorpresas, es decir, a un cambio de vida inesperado.
Pero
cuando llega la sorpresa más grande es en Nochebuena: el Altísimo es un niño
pequeño. La Palabra divina es un infante, que significa literalmente “incapaz
de hablar”. Y la palabra divina se volvió incapaz de hablar. Para recibir al
Salvador no están las autoridades de la época, o del lugar, o los embajadores:
no, son simples pastores que, sorprendidos por los ángeles mientras trabajaban
de noche, acuden sin demora. ¿Quién lo habría esperado? La Navidad es
celebrar lo inédito de Dios, o mejor dicho, es celebrar a un Dios
inédito, que cambia nuestra lógica y nuestras expectativas.
Celebrar
la Navidad, es, entonces, dar la bienvenida a las sorpresas del Cielo en
la tierra. No se puede vivir “tierra, tierra”, cuando el Cielo trae sus
noticias al mundo. La Navidad inaugura una nueva era, donde la vida no se
planifica, sino que se da; donde ya no se vive para uno mismo, según los
propios gustos, sino para Dios y con Dios, porque desde Navidad Dios es el Dios
con nosotros, que vive con nosotros, que camina con nosotros. Vivir la Navidad
es dejarse sacudir por su sorprendente novedad. La Navidad de Jesús no ofrece
el calor seguro de la chimenea, sino el escalofrío divino que sacude la
historia. La Navidad es la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la
simplicidad sobre la abundancia, del silencio sobre el alboroto, de la oración
sobre “mi tiempo”, de Dios sobre mi “yo”.
Celebrar
la Navidad es hacer como Jesús, venido para nosotros, los necesitados,
y bajar hacia aquellos que nos necesitan. Es hacer como María: fiarse,
dócil a Dios, incluso sin entender lo que Él hará. Celebrar la Navidad es hacer
como José: levantarse para realizar lo que Dios quiere, incluso si no
está de acuerdo con nuestros planes. San José es sorprendente: nunca habla en
el Evangelio: no hay una sola palabra de José en el Evangelio; y el Señor le
habla en silencio, le habla precisamente en sueños. Navidad es preferir la voz
silenciosa de Dios al estruendo del consumismo. Si sabemos estar en silencio
frente al Belén, la Navidad será una sorpresa para nosotros, no algo que ya
hayamos visto. Estar en silencio ante el Belén: esta es la invitación para
Navidad. Tómate algo de tiempo, ponte delante del Belén y permanece en
silencio. Y sentirás, verás la sorpresa.
Desgraciadamente,
sin embargo, nos podemos equivocar de fiesta, y prefiere las cosas usuales
de la tierra a las novedades del Cielo. Si la Navidad es solo una buena fiesta
tradicional, donde nosotros y no Él estamos en el centro, será una oportunidad
perdida. Por favor, ¡no mundanicemos la Navidad! No dejemos de lado
al Festejado, como entonces, cuando “vino entre los suyos, y los suyos no le
recibieron” (Jn 1,11). Desde el primer Evangelio de Adviento, el Señor nos ha
puesto en guardia, pidiéndonos que no nos cargásemos con “libertinajes” y
“preocupaciones de la vida” (Lc 21,34). Durante estos días se corre, tal
vez como nunca durante el año. Pero así se hace lo contrario de lo que Jesús
quiere. Culpamos a las muchas cosas que llenan los días, al mundo que va
rápido. Y, sin embargo, Jesús no culpó al mundo, nos pidió que no nos dejásemos
arrastrar, que velásemos en todo momento rezando (cfr. v. 36).
He
aquí, será Navidad si, como José, daremos espacio al silencio; si,
como María, diremos “aquí estoy” a Dios; si, como Jesús, estaremos cerca de los
que están solos, si, como los pastores, dejaremos nuestros recintos para estar
con Jesús. Será Navidad, si encontramos la luz en la pobre gruta de
Belén. No será Navidad si buscamos el resplandor del mundo, si nos
llenamos de regalos, comidas y cenas, pero no ayudamos al menos a un pobre, que
se parece a Dios, porque en Navidad Dios vino pobre.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡os deseo una Feliz Navidad, una Navidad rica en las
sorpresas de Jesús! Pueden parecer sorpresas incómodas, pero son los gustos de
Dios. Si los hacemos nuestros, nos daremos a nosotros mismos una sorpresa
maravillosa. Cada uno de nosotros tiene escondida en el corazón la capacidad de
sorprenderse. Dejémonos sorprender por Jesús en esta Navidad.
Rosa Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit








