Me emociono al escuchar los sueños de nuestros chicos y chicas
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| Foto: Jorge Crisafulli |
La anciana entró en mi
oficina con un pequeño de la mano. Me dijo que ya le quedaba poco tiempo de
vida, que los padres del niño habían muerto y que me lo dejaba. Así, sin
anestesia, dio media vuelta y se fue.
Delante de mí, con sus ojos fijos en los
míos, estaba Benson, que apenas balbuceaba el inglés. Provenía de una aldea y
era sencillo, pero resultó ser brillante. Pasados los años terminó la formación
profesional el primero de la clase. Entonces me dijo: «Tengo un sueño: terminar
la Secundaria». «Adelante», le dije yo, y también fue el mejor de su curso.
Dio clases de inglés y
matemáticas a los chicos de la calle y dos años después le pregunté: «¿Sigues
soñando?». «Sí –me dijo–, quiero ir a la universidad y estudiar Agricultura». Y
también lo logró. Pero no dejó de soñar: «Ahora voy por el máster».
Y el niño
de aldea hizo su máster en Agricultura. Cuando me trajo todos sus certificados
qué alegría transmitía. Hoy trabaja en nuestra Oficina de Proyectos en la
Inspectoría Salesiana de África Occidental y sigue soñando con hacer su
doctorado.
«Nunca nadie está perdido
para siempre. Mientras haya vida y capacidad para soñar siempre hay un motivo
para seguir adelante y seguir luchando». Se lo repito a los cientos de chicos y
chicas que encontramos a diario en las calles de Freetown. Nuestra felicidad no
depende del dinero, del prestigio, del poder, ni del placer. No depende de los
demás. Es algo mucho más profunda. Es un estado del alma. Está en nuestro
corazón y depende de la capacidad que tengamos para soñar con ideales altos y
nobles. Depende de la presencia de Dios en nuestras vidas y de nuestra
confianza en Él y en nosotros mismos.
Me emociono al escuchar los
sueños de nuestros chicos y chicas: «Sueño con ser abogada para ayudar a otras
niñas», «quiero ser futbolista como Thiago», o «militar para defender a mi
país», «trabajadora social para ayudar a Don Bosco»… No falta incluso quien
sueña con ser religiosa o Don Bosco.
El sueño de Don Bosco era
ver a sus pobres jóvenes felices aquí en la tierra y en la eternidad. El sueño
de Luther King era que sus hijos no fueran juzgados por el color de su piel
sino por su personalidad. El sueño de Jesús fue el Reino de Dios; recrear el
mundo guiado por la justicia, la misericordia y el servicio.
¿Y el tuyo? ¿Cuál es tu
sueño más profundo y verdadero? Querido amigo, que nada ni nadie te robe tu
capacidad de soñar que, al fin y al cabo, ahí reside la clave de la felicidad.
Jorge Crisafulli
Misionero salesiano en Freetown (Sierra Leona)
Misionero salesiano en Freetown (Sierra Leona)
Fuente: Alfa y Omega






