Inscribe
tu corazón en el de Jesús para poder seguirle
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© Gajus/Shutterstock |
En ocasiones siento que hago lo que tengo
que hacer. Lo
que corresponde. Lo que esperan de mí. Lo que yo mismo creo que es necesario
que haga.
Sigo una voz
en mi interior que me mueve a actuar de una determinada manera. Puede ser una
voz profunda. O una voz suave que me lleva a tomar decisiones. Hago lo que he
decidido hacer.
O lo que
otros han decidido por mí. Ya no lo sé.
Siento que es
difícil tomar decisiones. Porque no sé si son las correctas. O
no sé si son las que debería tomar.
Incluso
pensando que la decisión no es la correcta en ocasiones me dejo llevar por la
inclinación, por la pasión, por mi voluntad esclava.
Creo decidir
lo que me conviene, pero luego me falta fuerza de voluntad para llevarlo a
cabo. Decía el padre José Kentenich: “El segundo elemento es la capacidad de
ejecución, es decir, la capacidad de llevar a cabo vigorosamente la decisión
tomada, a pesar de todas las restricciones y dificultades”[1].
Hacer lo que
he pensado, lo que realmente quiero, lo que es conveniente para mi vida, lo que
he decidido con firmeza. Parece difícil.
Pero no sólo
hacerlo es difícil. Mucho antes de hacer, me cuesta decidir bien, lo que me
hace feliz, lo que me alegra. Decidir es complicado.
Quisiera
tener los sentimientos de Jesús para poder decidir de acuerdo con su querer.
Quiero decidir según Él. Para eso tengo que inscribir mi corazón en el suyo.
¿Cómo lo
hago? ¿Dónde tengo puesto mi corazón en realidad? Vivo volcado en el
mundo que me exige, me mide, me ata, me busca. En el mundo que
colma sólo en parte mi insatisfacción.
Y yo digo que
busco a Dios en el mundo, con el corazón perdido, roto, herido.
Quisiera tener el corazón atado a Jesús, inscrito en su corazón también roto y
herido.
Decía el
Padre Kentenich: “En el espíritu de la inscriptio, el
instrumento perfecto vuelve entonces a decidirse rápidamente por Dios,
refugiándose en su patria original, en el corazón de Dios. Allí está
amparado y seguro como en ninguna otra parte del mundo”[2].
La inscriptio es
una forma de vivir anclado en Jesús. Una manera de adquirir sus sentimientos.
¿Qué sentía Jesús? Misericordia, perdón,
amor inmenso, humildad, alegría, paz, mansedumbre, honestidad.
¿Se puede
sentir todo esto en mi corazón limitado? A menudo yo siento rabia, frustración,
impotencia, deseo de venganza, rencor, miedo, debilidad. Y me
enfango en sentimientos que no son de Cristo.
Me empeño por cambiarlo todo y no lo
consigo. Intento
borrar las frases que determinan mis emociones. Pretendo que desaparezca todo
mi rencor relativizando el daño que me han causado. Ahuyento
las nubes de mi rabia diciéndome mil veces que todo está bien,
que no es para tanto, que saldré adelante. Aprendo a reírme de mí mismo, pero
me cuesta tanto…
Deseo tener
los sentimientos de Jesús. Esos que sólo imagino como un ideal lejano. Quisiera
el fuego de su amor apasionado. Pero todo en una sana armonía fruto de la falta
de pecado que yo no tengo.
No puedo
entonces sentir lo mismo. Mi pecado me tiene roto por dentro.
O tal vez por estar roto es por lo que peco.
Porque mendigo
amor y me frustra recibir rechazo. O quiero el éxito para hacerme merecedor del
amor del mundo. También del de Dios.
Quiero sentir
como Jesús que perdona desde lo alto del madero. Yo que no perdono los errores,
ni los descuidos.
Quiero sentir
como Jesús que me dice que aprenda de su humildad y mansedumbre. Y me invita a
seguir sus pasos que se borran a medida que los piso por la orilla de mi playa.
Y todo para
que no me crea yo tan importante. Yo, que me creo que, si todos me valoran,
seré el hombre más feliz de mi tierra.
Quiero llegar
a sentir como Jesús que calla paciente ante las injurias y ofensas. Cuando yo
no tolero que hablen mal de mí ni me critiquen. Porque pretendo ser perfecto. Y
no soporto que me corrijan.
Deseo hacerlo
todo bien, para que brille. Cuando ni siquiera a Él le salieron todos los
planes y proyectos.
Deseo ese
amor suyo tan humano que enaltece. El mío esclaviza y crea dependencias. Ese
amor humano que salva y libera. El mío no sabe bien lo que tiene que hacer para
hacer feliz al que ama.
Quiero sentir
como Jesús caminando sobre las aguas. Haciendo milagros imposibles. Y yo que no
creo demasiado en los milagros. Ni siquiera en los que veo o en los que yo
mismo hago.
Quiero sentir como ese hombre libre que es
Él mismo siempre sin querer gustar a todos. A mí que tanto me gusta caer bien y
resultar atractivo. Y dejo de ser libre en lo que hago y en lo que digo. Ese
Jesús trasparente, lleno de luz y de vida.
Quiero sentir
como Él que sentía con un corazón inmenso. A mí me cuesta tanto amar a
los que me aman. Dar más de lo que recibo. Y permanecer alegre en medio de la
cruz que me lacera el alma.
Quisiera
perdonar como Él, a todos los que me hieren. Y decidir según el Padre que me
ama. Según sus deseos, como Jesús, que no duda. Se retira al silencio y en
oración asiente con humildad y alegría.
Decidir lo
que me conviene. Decidir según su corazón en el que descansa
el mío. No lo sé. Un milagro puede hacer mi corazón semejante
al suyo. Sólo un milagro puede atarme a su corazón herido. Lo pido, lo suplico.
Para sentir lo mismo. Y caminar sus pasos. Haciendo lo que Él
sueña. Sólo eso. Nada más que eso.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia