Para no
dejarse comprar, seducir, llevar por la corriente, hay que ser fiel a lo que
uno es, con libertad, sin imitar
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| Allen Taylor | CC0 |
Me gustan las personas insobornables. Los que
son honestos, incorruptibles, íntegros, justos, rectos. Aquellos a los que nada
puede atraer de tal manera que no puedan decir que no al ser tentados.
Me impresiona
que haya personas sin precio. No se dejan comprar ni seducir. Resisten la
tentación y no se dejan llevar por la corriente.
Vencen la
tendencia a la que conduce la vida misma. No piensan que es lo normal lo que
todos hacen. Tienen su propio criterio. No se les puede
convencer de una idea cuando no la comparten.
Tienen su
propia mirada, saben lo que quieren y no se dejan seducir. Nada parece poder
comprar su voluntad. Ni todo el dinero del mundo. Ni todas las promesas.
¡Qué difícil ser siempre así, siempre
íntegro, siempre incorruptible!
¿Por qué no puedo dejarme tentar por algo
bueno? Ser
insobornable parece muy complejo, algo casi inalcanzable. Me evoca una
perfección de la que carezco. Me resulta una meta muy alta la de permanecer
siempre fiel en mis convicciones sin dejarme llevar por propuestas tentadoras.
A veces me
parezco más a la afirmación atribuida Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero, si no le
gustan, tengo otros”.
Me gusta
pensar en esas personas que tienen siempre claro lo que quieren, lo que
necesitan, lo que están dispuestas a hacer.
Se mantienen firmes en sus principios y no
se dejan llevar por la corriente que
parece imponer determinados pensamientos y gustos. Respetan los puntos de vista
de los demás, pero no se ven obligados a adherirse a ellos.
Leía el otro
día: “Él
puede hablar inteligentemente de casi todo; y aunque se siente que tiene firmes
convicciones, posee la gentileza de permitirle a uno mantener las propias”[1].
Así me
gustaría ser a mí. No vivir queriendo convencer a todos de sus
errores. No pretender que los demás piensen como yo y actúen
como yo espero.
No ser tan
poco frágil en mis creencias, que me deje llevar por lo que los demás piensan. Quiero
ser una persona incorruptible, insobornable, íntegra, justa, recta. Me
gusta ese ideal.
Quiero ser
interiormente libre. Con mis ideas que no
pretendo imponer. Con mis decisiones que voy a mantener.
No me imponen mis gustos. Yo los elijo. Yo decido lo que quiero y
no deciden por mí. No tengo miedo a perder lo que poseo por ser fiel a mí
mismo.
Me gustan las
personas auténticas que no dudan. No se mimetizan con el ambiente. Ellos
crean un ambiente distinto. Así quiero ser yo.
No quiero
convertirme en uno más dentro de la masa. Soy yo mismo, aunque eso me cueste el
rechazo, ser criticado o repudiado.
Quiero educar
personalidades autónomas y libres. Capaces de decidir por ellos mismos. De
pensar sus propias ideas. Y tomar sus propios caminos. Sin seguir la corriente.
Deseo ser yo mismo en mi originalidad dentro de una comunidad.
San Pablo lo
describe así: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay
diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones,
pero un mismo Dios que obra todo en, todos. En cada uno se manifiesta el
Espíritu para el bien común”.
Un solo
Espíritu nos une en la Iglesia siendo todos diferentes. Cada uno con su
carisma, con su misión. No tengo que copiar otros carismas, otras formas de
ser. No tengo que hacer lo que los demás hacen.
Quiero ser fiel a mí mismo y no vivir
imitando. No tengo
que hablar como los otros. Ni hacer las cosas que ellos hacen.
Miro en mi
corazón y pienso en lo que tengo que hacer. El otro día oí una frase que me dio
qué pensar: “Hay una cosa importante en la vida. Si las cosas están
funcionando no las cambies. Si no funcionan, cámbialas”.
Miro mi
corazón y veo lo que está funcionando. No lo cambio. A la vez me fijo en lo que
no va bien. Lo cambio.
Quiero ser libre para dejar de hacer lo de
siempre. Si lo veo
claro. No por imposición. No por imitación. Y libre para seguir haciéndolo.
Pero todo por una libre convicción interior. Así quiero ser en esta vida.
Tengo claro
lo que quiero y lo que no deseo. Lo que amo y lo que prefiero evitar. Y no tomo
mis decisiones para agradar o para responder a todas las expectativas que
tienen sobre mí. Eso no me da paz.
Quiero ser
libre de presiones y ataduras. Quiero ser insobornable, íntegro, recto. Quiero
mantenerme fiel a lo que es parte de mi esencia, sin renunciar nunca a ser yo
mismo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






