Homilía
ayer en Casa Santa Marta
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Antoine Mekary | ALETEIA | I.MEDIA |
Para abrir el corazón de los demás e
invitarles a la conversión hacen falta mansedumbre, humildad y pobreza,
siguiendo los pasos de Cristo, no hay que creerse superiores o buscar un
interés humano. Lo subraya esta mañana el Papa Francisco en la homilía de la
misa en Santa Marta. Su reflexión parte del pasaje del evangelio de Marcos (Mc
6,7-13) propuesto por la Liturgia del día: el mensaje es el de la “curación”.
Jesús envía sus discípulos a
curar, como Él mismo vino al mundo para curar, “curar la raíz del pecado en
nosotros”, “el pecado original”. “Curar es un poco recrear”, observa el Papa
Francisco: “Jesús nos ha recreado desde la raíz y después nos ha hecho avanzar
con su enseñanza, con su doctrina, que es una doctrina que cura”, siempre. Pero
el primer mandamiento que da es el de la conversión.
La
primera curación es la conversión, en el sentido de abrir el corazón para que
entre la Palabra de Dios. Convertirse es mirar desde otra parte, dirigirse a
otra parte. Y esto abre el corazón, hace ver otras cosas. Pero si el corazón
está cerrado no puede curarse. Si alguien está enfermo y por cabezonería
no quiere ir al médico, no se curará. Y les dice, primero: “Conviértanse,
abran el corazón”. Aunque nosotros los cristianos hacemos muchas cosas buenas,
pero si el corazón está cerrado, es todo barniz exterior.
Y a la primera lluvia
desaparecerá. Por tanto, el Papa exhorta a preguntarse: “¿Siento yo esta
invitación a convertirme, a abrir el corazón para ser curado, para encontrar al
Señor, para seguir adelante?”.
Pero para proclamar que la gente
se convierta, hace falta autoridad. Para ganarla, Jesús, en el Evangelio, dice
que “no tomes para el viaje más que un bastón: ni pan, ni bolsa, ni dinero”. En
sustancia, la pobreza: “el apóstol, el pastor que no busca la leche de las
ovejas, que no busca la lana de las ovejas”. El Papa se refiere a lo que afirma
San Agustín, que “hablando de esto dice que el que busca la leche, busca el
dinero, y que al que busca la lana, le gusta vestirse con la vanidad de su
cargo. Es un trepa de honores”.
Buscando puestos en la
Iglesia no se cura a nadie
El Papa invita en cambio a la “pobreza,
humildad, mansedumbre”. Y, como exhorta Jesús en el evangelio, “si no les
reciben vayan a otra parte”, haciendo el gesto de sacudir las sandalias pero –
subraya el Papa – con mansedumbre y humildad porque esta es la actitud del
apóstol.
Si
un apóstol, un enviado, alguno de nosotros – somos muchos enviados aquí -,
va un poco con la nariz levantada, creyéndose superior a los demás o buscando
algún interés humano o – no sé – buscando puestos en la Iglesia, nunca curará a
nadie, no logrará abrir el corazón de nadie, porque su palabra no tendrá
autoridad. La autoridad, la tendrá el discípulo si sigue los pasos de
Cristo. ¿Y cuáles son los pasos de Cristo? La pobreza. ¡De Dios se ha hecho
hombre! ¡Se anonadó! ¡Se despojó! La pobreza que lleva a
la mansedumbre, a la humildad. El Jesús humilde que va por el camino para
curar. Y así un apóstol con esta actitud de pobreza, de humildad, de
mansedumbre, es capaz de tener autoridad para decir: “Conviértanse”, para abrir
los corazones.
Y tras haber exhortado a la
conversión, los enviados expulsaban muchos demonios, con la autoridad para
decir: “¡No, esto es un demonio! Esto es pecado. Esta es una actitud impura. No
puedes hacerlo”. Pero hay que decirlo con “la autoridad del propio ejemplo, no
con la autoridad de quien habla desde arriba pero no se interesa por la gente”,
subraya Francisco explicando que “eso no es autoridad: es autoritarismo”. “Ante
la humildad, ante el poder del nombre de Cristo con el que el apóstol hace su
tarea si es humilde, los demonios huyen”, porque no soportan que se curen los
pecados.
Después, los enviados curaban también el
cuerpo, ungiendo con óleo a muchos enfermos. “La unción es la caricia de Dios”,
dice el Papa Francisco: el óleo es siempre una caricia, ablanda la piel y hace
estar mejor. Los apóstoles tienen que aprender “esta sabiduría de las caricias
de Dios”. “Así un cristiano cura, no solo un sacerdote o un obispo”: “cada uno
de nosotros tiene el poder de curar” al hermano o la hermana “con una buena palabra,
con la paciencia, con un consejo a tiempo, con una mirada, pero como el óleo,
humildemente”.
Todos
necesitamos ser curados, todos, porque todos tenemos enfermedades
espirituales, todos. Pero, también, todos tenemos la posibilidad de curar a los
demás, pero con esta actitud. Que el Señor nos de esta gracia de curar como
curaba Él: con la mansedumbre, con la humildad, con la fuerza contra el pecado,
contra el diablo, y seguir adelante en esta bella “tarea” de curarnos
entre nosotros: “yo curo a otro y me dejo curar por otro”. Entre nosotros. Esto
es una comunidad cristiana.
Vatican News
Fuente:
Aleteia