Una separación causa
mucho sufrimiento a todos los miembros de la familia. No es el momento de los
reproches ni de los comentarios tipo: ¡te lo dije!
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Una ruptura matrimonial de un
amigo o de un familiar suele ser una experiencia traumática también para nosotros
mismos, y muchas veces no sabemos cuál es la actitud que debemos adoptar o
siquiera qué decir para ayudar. Aquí unas pautas:
Lo primero es no juzgar: no sabemos qué ha
pasado en una familia para que hayan tomado la decisión de separarse. Romper
una convivencia no es una decisión fácil y, salvo excepciones, no se toma a la
ligera.
Aunque en ocasiones nos pueda parecer desde fuera que, objetivamente,
las razones de la ruptura no eran tan graves como para separarse, la
experiencia en el trato con familias que viven dificultades confirma que las
cosas casi nunca son como parecen. Además, lo que a uno le puede parecer poco
importante tal vez es imposible de superar para alguien que ya está desbordado.
Por tanto, no juzgar ni
criticar, ni poner etiquetas: cuántas veces catalogamos a una persona como
“divorciada”, identificándolo con “eso está mal” y procuramos poner distancia
con ella, cuando desconocemos los motivos por los que se ha divorciado. No es
difícil que estemos juzgando un comportamiento como rechazable moralmente
cuando esa persona ha tomado la decisión en conciencia y conforme a la doctrina
de la Iglesia (Catecismo, 2384)
Estar disponible: una ruptura matrimonial es
enfrentarse al fracaso de un proyecto vital que, por las razones que sea, esa
pareja no ha podido o sabido sacar adelante. No es fácil asumirlo y las
personas que pasan por esta situación necesitan hacer un proceso de duelo:
aceptar el hecho de la separación, asumir el cambio en los planes de vida y
enfrentarse al futuro en unas circunstancias distintas y nuevas. Nada de esto
es fácil; y es más duro hacerlo en soledad que acompañados y rodeados de
personas que te quieren.
No echar leña al fuego: una separación causa mucho
sufrimiento a todos los miembros de la familia. No es el momento de los
reproches ni de los comentarios tipo: ¡te lo dije! Si había motivos para
advertirles de que las cosas no iban bien, habría sido oportuno ofrecerles
ayuda antes de romper. Pero ahora no se trata de causar más daño sino de ayudar
a reconocer y curar las heridas. Por tanto, es un momento que requiere mucha
delicadeza, tacto, comprensión, escucha, respeto a las reacciones de cada uno
(llorar, enfadarse, protestar, venirse abajo…) para ayudar a encauzarlas.
Reforzarles como padres: es muy importante que los
dos miembros de la pareja tengan claro que, aunque rompan como pareja, no
pueden romper como padres de sus hijos. Hay que ayudarles a no perder de vista
que esos hijos les necesitan a los dos y necesitan que su padre y su madre se
lleven bien. Por eso, insistir en que no ayuda criticar al otro miembro de la
pareja o fomentar los reproches; al contrario, hay que favorecer que la
relación entre ellos sea lo mejor (o, al menos, lo menos mala) posible, por el
bien de los hijos.
Ofrecer ayudas si es
necesario:
se pueden ofrecer ayudas de orientación y mediación si los cónyuges no se
encuentran capaces de pasar solos por esta ruptura ni de llegar a acuerdos por
el bien de sus hijos. Son ayudas eficaces para la prevención y resolución de
dificultades durante la convivencia pero también al afrontar una ruptura,
teniendo como prioridad lo mejor para la parte más débil que son los niños.
María Álvarez De Las Asturias
Fuente: Aleteia