Jesús lo hacía en el monte
Me gusta pasar del desierto a la montaña.
Subir de golpe de la sequedad del desierto a la frescura de los árboles y
arbustos del monte.
Me gusta
subir a lo alto de una montaña. No me quedo en el llano. Hago el esfuerzo.
Veo cómo se van quedando atrás las piedras y los desniveles.
Camino rápido
al comienzo, con el paso del tiempo mi ritmo es más tranquilo. Lucho hasta el
extremo en un último paso, en una piedra más, vierto una gota más de sudor.
Lo hago
lentamente o con grandes zancadas. Lo importante es dejar la falda de la
montaña y tocar la cima después de muchos pasos. Piedras, arbustos, tierra. El
sol quemando mi rostro. La dureza de la montaña.
No es tan fácil llegar a la cima. A veces dudo y prefiero quedarme
atrás, antes de aventurarme más allá de lo conocido.
Me gusta el valle. Es más cómodo. Pero allí la vida tiene mucho de rutina. Me
da miedo caer en lo que describe José Luis Martín Descalzo:
“Muchos iniciaron su juventud llenos de
sueños, proyectos, de planes, de metas que tenían que conquistar. Pero pronto
vinieron los primeros fracasos o descubrieron que la cuesta de la vida plena es
empinada, que la mayoría estaba tranquila en su mediocridad y decidieron balar
con los corderos”[1].
Me puedo conformar con el valle, donde nada
es tan costoso. Pensar
en subir la montaña me abruma. Demasiado esfuerzo. ¿Merece la pena?
¿Merece la
pena luchar por los ideales, aspirar a las altas cumbres, tener ante mis ojos
el ideal que inflama mi alma?
A Jesús le gustaban los montes.
Comenta el
padre José Kentenich:
“El (Señor) prefirió los montes para
retirarse del bullicio del mundo, de los hombres, y elevarse. Mateo, él suele
destacar de manera especial el fuerte vínculo que unía al Señor con los montes.
Cuando ha de esbozar el comienzo de su vida pública y el final, describe
siempre al Señor sobre el monte. Él gira particularmente en torno al Monte de
los Olivos como preparación a Jerusalén, al Gólgota. Por eso debemos ir primero
al Monte de los Olivos, a Getsemaní, y luego ascender con el Señor a la Cruz y
después hasta la Transfiguración. Desde allí se eleva también el Señor al cielo”[2].
Toda la vida de Jesús fue buscar montes.
Desde donde predicar. Desde donde dejarse transfigurar por la luz de Dios.
Montes en los que poder preparar el corazón para la cruz.
Buscaba el silencio lejos
del valle. Deseaba el encuentro con su Padre.
Yo necesito
salir de los valles de mi rutina. De los valles de mi mediocridad y desidia. De
los valles en los que los problemas parecen sin respuesta. De los valles en los
que el ruido y la presión agotan mis fuerzas.
Necesito
apartarme del ruido y subir al monte. Escalar las montañas de los ideales. Buscar
la soledad de la montaña para ver a Dios.
Desde lo alto del monte los problemas son
pequeños y la mirada se ensancha. El horizonte enamora. Me gusta subir al
monte. ¿Cuáles son los montes que me gusta escalar? Me renuevo en mis
ideales. Vuelvo a creer.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia