Una sociedad caótica engendra un infierno, ¿dónde encontrar
el cielo?
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| Vusal Ibadzade/Unsplash | CC0 |
Siempre me impresiona la escena en que Caín
mata a Abel:
“Aconteció después de un tiempo que Caín
trajo, del fruto de la tierra, una ofrenda a Dios. Abel también trajo una
ofrenda de los primerizos de sus ovejas, lo mejor de ellas. Y Dios miró con
agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín ni su ofrenda. Por
eso Caín se enfureció mucho, y decayó su semblante. Entonces Dios dijo a Caín:
– ¿Por qué te has enfurecido? ¿Por qué ha decaído tu semblante? Si haces lo
bueno, ¿no serás enaltecido? Pero si no haces lo bueno, el pecado está a la
puerta y te seducirá; pero tú debes enseñorearte de él. Caín habló con su
hermano Abel. Y Sucedió que, estando juntos en el campo, Caín se levantó contra
su hermano Abel y lo mató”. Gen 4, 1-8.
Me conmueve ese odio que
convierte a Caín en fratricida. La envidia llenó su corazón. Dios amaba más a
Abel. Caín quiere hacer el bien, pero no recibe tanto amor como esperaba. La
tentación está a su puerta.
Es fácil no hacer el bien que
quiero. Es tentador el mal del que huyo. No quiero hacer el mal, pero lo hago. No
tengo ese equilibrio interior que me lleva a optar por lo justo y
valorar las ofensas y desprecios en su justa medida. Sin guardar rencor en mi
alma. Sin dejarme llevar por el odio.
Es difícil juzgar las acciones
cuando he querido hacer el bien y no he podido. No me han dado las fuerzas. Se
ha impuesto en mí el rencor, o la envidia. Me vuelvo malo como Caín.
Y en el campo mató a Abel. Lo ama, pero lo mata. Mi amor está herido, está enfermo.
Tengo en el alma una envidia que han sembrado las circunstancias de mi vida.
El otro día me conmovió una
película, Cafarnaúm. Nadine Labaki, la directora, decía: “Escribí
en mi pizarra las cosas que me preocupan y que veo: esclavitud infantil,
tráfico de niños, el absurdo de tener que mostrar un papel para demostrar que
tú existes, la idea de que son invisibles para la gente… Miré a la pizarra y
dije: en qué clase de mundo vivimos, esto es el infierno, vivimos en el
infierno. Y eso es Cafarnaúm: el desorden, el caos. Así es cómo empezó. Escribí
el título antes de tener una línea de guión”.
La historia de un niño herido,
en una familia herida, en un pueblo herido. Como la historia de tantos niños
heridos. Abandonados sin amor. Expuestos al odio. Caín y Abel. En medio de la
batalla de la vida.
¿Cómo
se puede cambiar el infierno y convertirlo en cielo? ¿Cómo puedo dejar que venza en mí el amor dejando
de lado el odio? La envidia. La ofensa recibida.
La realidad suele ser más dura
que la misma ficción. Una película no logra nunca reflejar la hondura del
corazón humano. ¿Hasta dónde puedo llegar si me dejo llevar
por pasiones enfermas? Al odio, a la muerte misma.
El protagonista de la película
es un niño de doce años, Zaín, que demanda a sus padres por haberle dado la
vida: “Quiero
demandar a mis padres por traerme al mundo”.
Quiere que el juez los juzgue
por su propio nacimiento y quiere que el juez les prohíba tener más hijos.
Porque no se hacen cargo de ellos. Porque no los quieren. Y esa
falta de amor da a luz a personas heridas, llenas de amargura.
La falta de amor me enferma.
Dios mira con bondad a Abel.
Parece no amar tanto a Caín. No mira su ofrenda. Me siento despreciado. No
recibo el amor que espero, el reconocimiento, una palabra enaltecedora. Y surge
la envidia. Comienza el caos.
Quisiera
tener orden en mi interior para dar amor, para sembrar una paz. Necesito la mirada de Dios que calme
mis ansias y apacigüe mis miedos. Y logre así sembrar luz en mis sombras.
Quiero esa armonía en mi alma
que logre vencer la tentación del mal. Un amor que me lleve a dar amor en lugar
de odio. Una mirada que me haga sentirme querido como soy. Valorado en lo que
soy. Orden en lugar de caos. Armonía en lugar de ruptura.
Es fácil quererlo. No es tan
fácil hallar esa roca segura en la que descansar y anclar mi alma. Temo.
Me siento rechazado y surgen en mi alma sentimientos de ingratitud. Quiero
venganza. Quiero el mal que no amo. Quiero que otros no tengan
lo que yo deseo.
Una sociedad caótica engendra
corazones que viven en el caos, en la oscuridad, en el odio. Quiero
el cielo en la tierra. Apartando el infierno que me hace tanto daño.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






