Debemos tener un gran amor hacia la Iglesia y sus ministros, que Jesús nos ha dejado
El
otro día alguien me dijo que «los sacerdotes mataron a Jesús», y lo confirmó
con un texto bíblico en la mano: Mt. 27, 1
Leyendo
esta cita fuera de contexto me imagino que efectivamente habrá gente sencilla
que piensa que realmente fueron los sacerdotes de la Iglesia Católica quienes
mataron a Jesús. ¡Tal vez por eso algunos evangélicos miran tan mal a los
sacerdotes porque están convencidos de que ellos mataron a Jesús!
Perdono
a los que así piensan acerca de los ministros de la Iglesia Católica, pero no
confío en su juicio en esta materia.
En
esta carta quiero contestar a los que piensan así y aclararles lo que dice la
Iglesia Católica de los sacerdotes. Les hablaré con amor pero con un amor que
busca la verdad, pues solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).
El contexto bíblico
Debemos leer bien la Biblia y no quedar aferrados a un solo texto aislado. Con una sola cita bíblica fuera de contexto podemos condenar a medio mundo y al mismo tiempo faltar al mandamiento más importante de Dios: el amor. ¿Acaso no dijo el apóstol que la letra mata y el espíritu vivifica? (2 Cor. 3, 6).
¿Quiénes mataron a Cristo?
Debemos tener una gran confianza en la Iglesia de Cristo y en sus ministros, guiados por el Espíritu Santo. Jesús dijo a sus discípulos en la noche antes de morir: El Espíritu Santo, que el Padre va a enviar en mi nombre para que les ayude y consuele, les enseñará todo, y les recordará todo lo que Yo les dije (Jn. 14, 26 y Jn. 16, 13).
¿Qué decir de los que piensan que son los sacerdotes católicos los que mataron a Jesús?
Dice Mateo:
El contexto bíblico
Debemos leer bien la Biblia y no quedar aferrados a un solo texto aislado. Con una sola cita bíblica fuera de contexto podemos condenar a medio mundo y al mismo tiempo faltar al mandamiento más importante de Dios: el amor. ¿Acaso no dijo el apóstol que la letra mata y el espíritu vivifica? (2 Cor. 3, 6).
¿Quiénes mataron a Cristo?
Debemos tener una gran confianza en la Iglesia de Cristo y en sus ministros, guiados por el Espíritu Santo. Jesús dijo a sus discípulos en la noche antes de morir: El Espíritu Santo, que el Padre va a enviar en mi nombre para que les ayude y consuele, les enseñará todo, y les recordará todo lo que Yo les dije (Jn. 14, 26 y Jn. 16, 13).
¿Qué decir de los que piensan que son los sacerdotes católicos los que mataron a Jesús?
Dice Mateo:
"Cuando
amaneció todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos se
pusieron de acuerdo en un plan para matar a Jesús".
Leyendo
bien las Sagradas Escrituras, nos damos cuenta de que Jesús nunca se identificó
con los sacerdotes de la Antigua Alianza. En su tiempo había muchos sacerdotes
judíos del rito antiguo. Todos ellos eran miembros de la tribu de Leví y
estaban encargados de los sacrificios de animales en el templo. Estos
sacrificios eran ofrecidos para la purificación de los pecados del pueblo judío
(Mc. 1, 44; Lc. 1, 5-9). Hasta José y María, cumpliendo con este rito de
purificación, ofrecieron una vez un par de palomas (Lc. 2, 24).
Pero
este sacerdocio judío era incapaz de lograr la santificación definitiva del
pueblo (Hebr. 5, 3; 7, 27; 10, 1-4). Era un sacerdocio imperfecto y siempre
sellado con el pecado. Jesús, el Hijo de Dios, el hombre perfecto, nunca se
atribuyó para sí este título de sacerdote judío.
¿Participamos del sacerdocio de Cristo?
¿Participamos del sacerdocio de Cristo?
¿Es
verdad que la Iglesia primitiva proclamó después a Jesucristo como el único y
verdadero Sumo Sacerdote? ¿Participamos nosotros del sacerdocio de Cristo?
Así
es efectivamente. Aunque durante su vida Jesús nunca usó el título de
sacerdote, la Iglesia primitiva proclamó que «Jesús es el Hijo de Dios y es
nuestro gran Sumo Sacerdote» (Hebr. 4, 14).
Escribe el sagrado escritor de la carta a los Hebreos, como cuarenta años después de la muerte y Resurrección de Jesucristo: Jesús se ofreció a lo largo de su vida al Padre y a los hombres, con una fidelidad hasta la muerte en la cruz, dio su vida como el gran sacrificio de una vez por todas, y su sacrificio ha sido absoluto. El verdadero sacerdote para toda la humanidad es Jesús el Hijo de Dios y ahora no hay más sacrificio que el suyo, que empieza en la cruz y termina en la gloria del cielo. Jesús es el único Sumo Sacerdote, el único Mediador delante del Padre y así El terminó definitivamente con el antiguo sacerdocio.
Escribe el sagrado escritor de la carta a los Hebreos, como cuarenta años después de la muerte y Resurrección de Jesucristo: Jesús se ofreció a lo largo de su vida al Padre y a los hombres, con una fidelidad hasta la muerte en la cruz, dio su vida como el gran sacrificio de una vez por todas, y su sacrificio ha sido absoluto. El verdadero sacerdote para toda la humanidad es Jesús el Hijo de Dios y ahora no hay más sacrificio que el suyo, que empieza en la cruz y termina en la gloria del cielo. Jesús es el único Sumo Sacerdote, el único Mediador delante del Padre y así El terminó definitivamente con el antiguo sacerdocio.
"Cristo
ha entrado en el Lugar Santísimo, no ya para ofrecer la sangre de cabritos y
becerros, sino su propia sangre; y así ha entrado una sola vez para siempre y
nos ha conseguido la salvación eterna" (Hebr. 9, 12). Lea también: Hebr.
7, 22-28; 9, 11-12; 10, 12-14
¿Somos un pueblo
sacerdotal?
¿Es
verdad que el apóstol Pedro dice que nosotros los creyentes somos un pueblo
sacerdotal? Sí, Dios, en su gran amor hacia los hombres, quiso que todos los
creyentes-bautizados participaran como miembros del Cuerpo de Cristo, del único
sacerdocio de Cristo: «Ustedes también, como piedras que tienen vida, dejen que
Dios los use en la construcción de un templo espiritual, y en la formación de
una comunidad sacerdotal santa, para ofrecer sacrificios espirituales, gratos a
Dios por mediación de Cristo» (1 Pedr. 2, 5) «Ustedes son una raza escogida,
una nación santa, un pueblo que pertenece a Dios» (1 Pedr. 2, 9).
Así, hermanos, por la fe y por el bautismo Dios nos integra en un pueblo sacerdotal. Y como pueblo de sacerdotes, tenemos la vocación de ofrecer nuestras personas, nuestras vidas «como hostia viva» (Rom. 12, 1). En todo lo que hacemos con amor, en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestros trabajos, siempre ejercemos este sacerdocio.
Así, hermanos, por la fe y por el bautismo Dios nos integra en un pueblo sacerdotal. Y como pueblo de sacerdotes, tenemos la vocación de ofrecer nuestras personas, nuestras vidas «como hostia viva» (Rom. 12, 1). En todo lo que hacemos con amor, en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestros trabajos, siempre ejercemos este sacerdocio.
¿Quería Jesús tener
ministros para su pueblo?
Así
es. No es la Iglesia la que inventó el ministerio apostólico sino el mismo
Jesús. El llamó a los Doce apóstoles (Mc. 3, 13-15) y les encargó ser sus
representantes autorizados: «Quien los recibe a ustedes, a mí me recibe.» (Lc.
10, 16).
La
misión de los apóstoles fue encomendada con estas palabras: «Les aseguro: todo
lo que aten en la tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desaten en la
tierra, será desatado en el cielo» (Mt. 18, 18). Este «atar» y «desatar»
significa claramente la autoridad de gobernar una comunidad y aclarar problemas
en el Pueblo de Dios. En la última Cena, Jesús dio a sus apóstoles este
mandato: «Haced esto en memoria mía» (Lc. 22, 19). Es eso lo que celebra la
Iglesia en la Eucaristía.
Y
en una de sus apariciones, Jesús sopló sobre sus discípulos y dijo: «A quienes
les perdonen los pecados, les quedarán perdonados» (Jn. 20, 23).
Dirigir,
enseñar y administrar los signos del Señor, he aquí el origen del ministerio
apostólico. Poco a poco la comunidad cristiana va aplicando y evolucionando en
este servicio apostólico según la situación de cada comunidad.
¿Qué representan los
obispos y presbíteros en una comunidad?
En
las cartas apostólicas del Nuevo Testamento, los ministros de la comunidad
cristiana reciben el título de «obispos y presbíteros» (Hech. 11, 30; Tit. 1, 5
etc.).
La
palabra obispo viene del griego y en castellano significa «el
encargado de la Iglesia»; la palabra presbítero significa en castellano
«el anciano». Los obispos y los presbíteros son así los encargados de la
comunidad de los creyentes. Ellos tienen la función de servir en el nombre de
Cristo al Pueblo de Dios. Estos nombres de «obispo y presbítero» van a
evolucionar hacia la función del sacerdocio ministerial. Aunque los apóstoles
todavía no hablaron de sacerdocio ministerial, ya estaba esta idea en germen en
la Iglesia Primitiva. Es el Espíritu Santo el que hizo ver, poco a poco, que
los obispos y presbíteros representaban al Señor, al Único Sumo sacerdote, por
el ministerio que ejercían. «No nos proclamamos a nosotros mismos, sino a
Cristo Jesús, Señor y a nosotros como servidores suyos, por amor a Jesús» (2 Cor.
4, 5-7).
El
apóstol Pablo en su carta a los filipenses ya usa ciertos términos para
expresar su sacerdocio apostólico: «Y aunque deba dar mi sangre y sacrificarme
para celebrar mejor la fe de ustedes, me siento feliz y con todos ustedes me
alegro» (Fil. 2, 17: «Bien sabe Dios a quién doy culto con toda mi alma
proclamando la buena noticia de su Hijo» (Rom. 1, 9).
En
estos textos hay indicaciones que la liturgia de la Palabra y la entrega de la
vida del apóstol ya es una función sacerdotal: «En todo, los ministros del
pueblo deben ser no como los grandes y los reyes, sino servidores como Jesús:
como el que sirve» (Lc. 22, 27).
¿Cómo se transmite este
sacerdocio?
Este
ministerio apostólico se transmite con la imposición de manos. Escribe el
apóstol Pablo a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios
que está en ti por imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6; 1 Tim. 4, 14).
Este
gesto de imposición transmite un poder divino para una misión especial.
El
apóstol Pablo recibió la imposición de manos de parte de los apóstoles (Hch.
13, 3). Pablo a su vez impuso las manos a Timoteo (2 Tim. 1, 6; 1 Tim. 4, 14) y
Timoteo repitió este gesto sobre los que escogió para el ministerio (1 Tim 5,
22).
Así,
la Iglesia Católica, desde los apóstoles hasta ahora, sigue sin interrupción
imponiendo las manos y comunicando de uno a otro los dones del ministerio
sacerdotal.
Esta
sucesión apostólica tan sólo se ha perpetuado en la Iglesia Católica durante 20
siglos hasta llegar a los ministros actuales. Ninguna otra iglesia puede decir
esto, solamente la Iglesia Católica.
De esta la forma los pastores de la Iglesia participan del único sacerdocio de Cristo.
Conclusión
Tal
vez es un poco difícil todo lo que les he hablado. Pero debemos en la oración
pedir que el Espíritu Santo nos ilumine. Además debemos tener un gran amor
hacia la Iglesia y sus ministros, que Jesús nos ha dejado. Para terminar quiero
resumir las ideas más importantes de esta carta:
-
Jesús quería tener ministros (servidores) para su pueblo sacerdotal.
-
Los apóstoles transmitieron este ministerio apostólico siempre con la
imposición de manos.
-
Aunque los sagrados escritores nunca usaron el nombre de «sacerdotes» para
indicar a los ministros, ya está en germen en el N. T. hablar de un sacerdocio
apostólico como un servicio al pueblo sacerdotal.
En
este sentido es que la Iglesia Católica, ya desde el año cien hasta ahora, llama
a los ministros de la comunidad (presbíteros y obispos) como sus pastores y
sacerdotes.
Por
supuesto que este sacerdocio pastoral participa del único sacerdocio de Cristo
y no tiene nada que ver con los sacerdotes del Antiguo Testamento. Nosotros, los
sacerdotes de la nueva alianza, por una especial vocación divina somos los
ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (1 Cor. 4, 1).
Por:
P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá
Fuente:
Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe






