Homilía del Papa, inicio
de la Cuaresma
“La
Cuaresma es una llamada a detenerse, a ir a lo esencial, a ayunar de aquello
que es superfluo y nos distrae. Es un despertador para el alma”, es el
llamamiento del Papa Francisco este Miércoles de Ceniza, 6 de marzo de 2019.
Para
dar comienzo al Tiempo de Cuaresma, el Papa ha celebrado las Estaciones
romanas, un antiguo rito romano. Ha rezado durante unos minutos, a las 16:30
horas, en la Iglesia de San Anselmo en el Monte Aventino, acompañado por varios
cardenales, arzobispos y obispos, monjes benedictinos de San Anselmo y padres
dominicos de Santa Sabina.
A
continuación, se ha dirigido en procesión a la Basílica de Santa Sabina, donde
ha celebrado la Misa de Cenizas.
Cenizas
“Para
encontrar de nuevo la ruta, hoy se nos ofrece un signo: ceniza en la cabeza. Es
un signo que nos hace pensar en lo que tenemos en la mente”.
Así,
el Santo Padre ha recordado que la ligera capa de ceniza que recibiremos es
para decirnos, con delicadeza y sinceridad: de tantas cosas que tienes en la
mente, detrás de las que corres y te preocupas cada día, nada quedará. “Por
mucho que te afanes, no te llevarás ninguna riqueza de la vida. Las realidades
terrenales se desvanecen, como el polvo en el viento”, asegura.
Tres etapas
En
este viaje de regreso a lo esencial, que es la Cuaresma, el Evangelio propone
tres etapas, que el Señor nos pide de recorrer sin hipocresía, sin engaños: la
limosna, la oración, el ayuno, ha recordado el Papa.
¿Para
qué sirven? La limosna, la oración y el ayuno “nos devuelven a las tres únicas
realidades que no pasan. La oración nos une de nuevo con Dios; la caridad con
el prójimo; el ayuno con nosotros mismos”.
Adherirse a algo
“Nuestro
corazón necesita adherirse a algo”, ha explicado. “Pero si solo se adhiere a
las cosas terrenales, se convierte antes o después en esclavo de ellas: las
cosas que están a nuestro servicio acaban convirtiéndose en cosas a las que
servir. La apariencia exterior, el dinero, la carrera, los pasatiempos: si
vivimos para ellos, se convertirán en ídolos que nos utilizarán, sirenas que
nos encantarán y luego nos enviarán a la deriva”.
“Si
el corazón se adhiere a lo que no pasa, nos encontramos a nosotros mismos y
seremos libres. La Cuaresma es un tiempo de gracia para liberar el corazón de
las vanidades. Es hora de recuperarnos de las adicciones que nos seducen. Es
hora de fijar la mirada en lo que permanece”, reitera Francisco.
Sigue
la homilía del Papa Francisco, pronunciada este Miércoles de Ceniza, 6 de marzo
de 2019.
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Homilía del Papa Francisco
«Tocad
la trompeta, proclamad un ayuno santo» (Jl2,15), dice el profeta en la primera
lectura. La Cuaresma se abre con un sonido estridente, el de una trompeta que
no acaricia los oídos, sino que anuncia un ayuno. Es un sonido fuerte, que
quiere ralentizar nuestra vida que siempre va a toda prisa, pero a menudo no
sabe hacia dónde. Es una llamada a detenerse, a ir a lo esencial, a ayunar de
aquello que es superfluo y nos distrae. Es un despertador para el alma.
El
sonido de este despertador está acompañado por el mensaje que el Señor
transmite a través de la boca del profeta, un mensaje breve y apremiante:
«Convertíos a mí» (v. 12). Convertíos. Si tenemos que regresar, significa que
nos hemos ido por otra parte. La Cuaresma es el tiempo para redescubrir la
ruta de la vida. Porque en el camino de la vida, como en todo viaje, lo que
realmente importa es no perder de vista la meta.
Sin
embargo, cuando estás de viaje, si lo que te interesa es mirar el paisaje o
pararte a comer, no vas muy lejos. Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿en
el camino de la vida, busco la ruta? ¿O me conformo con vivir el día, pensando
solo en sentirme bien, en resolver algún problema y en divertirme un poco?
¿Cuál es la ruta? ¿Tal vez la búsqueda de la salud, que muchos dicen que es hoy
lo más importante, pero que pasará tarde o temprano? ¿Quizás los bienes y el
bienestar? Sin embargo no estamos en el mundo para esto. Convertíos a mí,
dice el Señor. A mí. El Señor es la meta de nuestro peregrinaje en el
mundo. La ruta se traza en relación a él.
Para
encontrar de nuevo la ruta, hoy se nos ofrece un signo: ceniza en la cabeza. Es
un signo que nos hace pensar en lo que tenemos en la mente. Nuestros
pensamientos persiguen a menudo cosas transitorias, que van y vienen. La ligera
capa de ceniza que recibiremos es para decirnos, con delicadeza y sinceridad:
de tantas cosas que tienes en la mente, detrás de las que corres y te preocupas
cada día, nada quedará. Por mucho que te afanes, no te llevarás ninguna riqueza
de la vida. Las realidades terrenales se desvanecen, como el polvo en el
viento. Los bienes son pasajeros, el poder pasa, el éxito termina.
La
cultura de la apariencia, hoy dominante, que nos lleva a vivir por las cosas
que pasan, es un gran engaño. Porque es como una llamarada: una vez terminada,
quedan solo las cenizas. La Cuaresma es el momento para liberarnos de la
ilusión de vivir persiguiendo el polvo. La Cuaresma es volver a descubrir que
estamos hechos para el fuego que siempre arde, no para las cenizas que se
apagan de inmediato; por Dios, no por el mundo; por la eternidad del cielo, no
por el engaño de la tierra; por la libertad de los hijos, no por la esclavitud
de las cosas. Podemos preguntarnos hoy: ¿De qué parte estoy? ¿Vivo para el
fuego o para la ceniza?
En
este viaje de regreso a lo esencial, que es la Cuaresma, el Evangelio propone
tres etapas, que el Señor nos pide de recorrer sin hipocresía, sin engaños: la
limosna, la oración, el ayuno. ¿Para qué sirven? La limosna, la oración y el
ayuno nos devuelven a las tres únicas realidades que no pasan. La oración nos
une de nuevo con Dios; la caridad con el prójimo; el ayuno con
nosotros mismos. Dios, los hermanos, mi vida: estas son las realidades que
no acaban en la nada, y en las que debemos invertir. Ahí es hacia donde nos
invita a mirar la Cuaresma: hacia lo Alto, con la oración, que nos libra
de una vida horizontal y plana, en la que encontramos tiempo para el yo, pero
olvidamos a Dios. Y después hacia el otro, con caridad, que nos libra de
la vanidad del tener, del pensar que las cosas son buenas si lo son para mí.
Finalmente, nos invita a mirar dentro de nosotros mismos con el
ayuno, que nos libra del apego a las cosas, de la mundanidad que anestesia el
corazón. Oración, caridad, ayuno: tres inversiones para un tesoro que no se
acaba.
Jesús
dijo: «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt6,21). Nuestro corazón
siempre apunta en alguna dirección: es como una brújula en busca de
orientación. Podemos incluso compararlo con un imán: necesita adherirse a algo.
Pero si solo se adhiere a las cosas terrenales, se convierte antes o después en
esclavo de ellas: las cosas que están a nuestro servicio acaban convirtiéndose
en cosas a las que servir. La apariencia exterior, el dinero, la carrera, los
pasatiempos: si vivimos para ellos, se convertirán en ídolos que nos
utilizarán, sirenas que nos encantarán y luego nos enviarán a la deriva. En
cambio, si el corazón se adhiere a lo que no pasa, nos encontramos a nosotros
mismos y seremos libres.
La Cuaresma es un tiempo de gracia para
liberar el corazón de las vanidades. Es hora de recuperarnos de las adicciones
que nos seducen. Es hora de fijar la mirada en lo que permanece.
¿Dónde
podemos fijar nuestra mirada a lo largo del camino de la Cuaresma? En el
crucifijo. Jesús en la cruz es la brújula de la vida, que nos orienta al cielo.
La pobreza del madero, el silencio del Señor, su desprendimiento por amor nos
muestran la necesidad de una vida más sencilla, libre de tantas preocupaciones
por las cosas. Jesús desde la cruz nos enseña la renuncia llena de valentía.
Pues nunca avanzaremos si estamos cargados de pesos que estorban. Necesitamos
liberarnos de los tentáculos del consumismo y de las trampas del egoísmo, de
querer cada vez más, de no estar nunca satisfechos, del corazón cerrado a las
necesidades de los pobres. Jesús, que arde con amor en el leño de la cruz,
nos llama a una vida encendida en su fuego, que no se pierde en las
cenizas del mundo; una vida que arde de caridad y no se apaga en la
mediocridad. ¿Es difícil vivir como él nos pide? Sí, pero lleva a la meta.
La
Cuaresma nos lo muestra. Comienza con la ceniza, pero al final nos lleva al
fuego de la noche de Pascua; a descubrir que, en el sepulcro, la carne de Jesús
no se convierte en ceniza, sino que resucita gloriosamente. También se aplica a
nosotros, que somos polvo: si regresamos al Señor con nuestra fragilidad, si
tomamos el camino del amor, abrazaremos la vida que no conoce ocaso. Y
viviremos en la alegría.
Rosa
Die Alcolea
Fuente:
Zenit






