En
la prueba, Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está
la fuerza de avanzar en el dolor
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| El Papa Francisco durante la Audiencia. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
En
su catequesis pronunciada durante la Audiencia General de este miércoles 17 de
abril en la Plaza de San Pedro, el Papa reflexionó con las palabras con las que
Jesús rezó al Padre durante la Pasión. La primera invocación tuvo lugar después
de la Última Cena, cuando el Señor dijo: “Padre, ha llegado la hora: glorifica
a tu Hijo (…). Glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes
que el mundo existiera”.
“Jesús
pide gloria, una petición que parece paradójica mientras la Pasión está a la
puerta. ¿De qué gloria se trata?”, planteó el Santo Padre. A continuación,
detalló algunos momentos en la Biblia donde se describe cómo Dios expresa su
gloria. Por ejemplo, al pueblo de Israel al liberarlo de Egipto, o en el templo
de Jerusalén al hacerse visible en las visiones de los profetas.
“La
gloria, en definitiva, indica el revelarse de Dios, es el signo distintivo de
su presencia salvadora entre los hombres. Ahora, es Jesús aquel que manifiesta
de modo definitivo la presencia y la salvación de Dios”, aseguró.
Esa
expresión la realiza durante la Pascua, explicó el Papa, “alzado sobre la cruz
es glorificado. Allí, Dios finalmente revela su gloria: corta el último veo y
nos asombra como nunca antes. Descubrimos, de hecho, que la gloria de Dios es
todo amor, amor puro, loco e impensable, más allá de todo límite y medida”.
Por
ello, el Papa invitó a hacer “nuestra la oración de Jesús: pidamos al Padre que
arranque los velos sobre nuestros ojos para que, en estos días, mirando al
Crucifijo, podamos asumir que Dios es amor”.
“Cuántas
veces lo imaginamos padrón y no Padre, cuántas veces lo pensamos como un juez
severo más que como un Salvador misericordioso. Pero Dios, en la Pascua, reduce
las distancias mostrándose en la humildad de un amor que pide nuestro amor”.
De
hecho, “nosotros le damos gloria cuando vivimos todo lo que hacemos con amor,
cuando hacemos cada cosa de corazón, para Él”.
“La
verdadera gloria es la gloria del amor, porque es la única que da la vida al
mundo. Es cierto que esta gloria es lo contrario a la gloria mundana, que llega
cuando se es admirado, loado, aclamado: cuando yo soy el centro de atención”.
En
cambio, “la gloria de Dios es paradójica: sin aplausos, sin audiencia. Al
centro no está el yo, sino el otro: en Pascua vemos, de hecho, que el Padre
glorifica al Hijo mientras el Hijo glorifica al Padre. Ninguno se glorifica a
sí mismo. Y al culminar la Pasión, Jesús dice: ‘Padre, en tus manos encomiendo
mi Espíritu’. El Espíritu que el Padre había entregado a Jesús, Jesús lo
devuelve al Padre. Lo mío se convierte en tuyo”.
Tras
la Última Cena, “Jesús entra al jardín de Getsemaní y también aquí reza al
Padre. Mientras los discípulos no consiguen permanecer despiertos y Jesús está
llegando con los soldados, Jesús comienza a sentir miedo y angustia”.
En
medio de esa desolación “dirige al Padre la palabra más tierna y dulce: ‘Abbà’,
papá. En la prueba, Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a
Él está la fuerza de avanzar en el dolor. En el cansancio, la oración es
alivio, confianza, conforto”.
“Ante
el abandono de todos, en la desolación interior, Jesús no está solo, está con
el Padre. Nosotros, por el contrario, en nuestros Getsemaní, con frecuencia
elegimos permanecer solos antes que decir ‘Padre’ y confiarnos, como Jesús, a
su voluntad, que es nuestro verdadero bien”.
En
este sentido, aseguró que “el problema más grande no es el dolor, sino cómo se
afronta. La soledad no ofrece vía de salida, la oración sí, porque es relación,
confianza. Jesús lo confía todo y se confía todo al Padre, trasladándole
aquello que siente, apoyándose en Él en la lucha”. “Cuando entremos en nuestro
Getsemaní, acordémonos de rezar así: ‘Padre’”.
Por
último, “Jesús dirige al Padre una tercera oración por nosotros: ‘Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen’. Jesús reza por aquel que ha sido
malvado con Él, por sus sucesores. El Evangelio especifica que esta oración se
produce en el momento de la crucifixión. Era, probablemente, el momento de
dolor más agudo, cuando a Jesús lo clavaron por las muñecas y los pies”.
“Aquí,
en el vértice del dolor, consigue culminar el amor: llega el perdón, es decir,
la entrega a la enésima potencia que destroza el círculo del mal. Jesús rezó
por nosotros al Padre, para que del Padre venga el perdón que nos libere el
corazón, que nos cure por dentro”, concluyó el Papa Francisco.
Fuente:
ACI Prensa






