Homilía del Papa Francisco
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| Homilía el Santo Padre en la Vigilia Pascual, 20 Abril 2019 © Zenit/María Langarica |
“Es
esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se tiene una fe de
museo, no la fe de pascua”, ha predicado el Papa Francisco en la homilía de la
Vigilia Pascual, en el Basílica de San Pedro. “Jesús no es un personaje del
pasado, es una persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de historia,
se le encuentra en la vida”.
En
la noche del Sábado Santo al Domingo de Resurrección, el Santo Padre ha
presidido la celebración de la Vigilia Pascual, a partir de las 20:30 horas,
este 20 de abril de 2019, en la Basílica Vaticana.
“Esta
noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a
aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes
de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama?”,
ha reflexionado el Pontífice, apelando a cada uno a la conversión.
Hoy,
en la víspera del Domingo de la Resurrección de Cristo, “descubrimos que
nuestro camino no es en vano, que no termina delante de una piedra funeraria”,
y ha citado la frase que sacude a las mujeres ante el sepulcro que y cambia la
historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».
“Psicología del sepulcro”
“A
menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza“,
ha prevenido Francisco.
“Quejándonos
de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y
espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología
del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida”. Y ha
insistido en la pregunta: “Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de
la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”, que ha ido
repitiendo a lo largo de su reflexión.
“El
Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis
donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos (cf. Mt22,32).
¡No enterréis la esperanza!”, ha dicho.
Piedra del pecado
Así,
Francisco también ha advertido sobre otra piedra: la del “pecado”, y ha
meditado: “El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y
éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte”. Así, ha exhortado: “¿Por qué
no pones a Jesús, luz verdadera, por encima de los destellos brillantes del
dinero, de la carrera, del orgullo y del placer? ¿Por qué no le dices a las
vanidades mundanas que no vives para ellas, sino para el Señor de la vida?”.
Dios
nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada uno de
nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él ve hijos que hay que
elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación,
corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida,
incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla.
Publicamos
a continuación el texto de la homilía que pronunció el Papa durante la Vigilia
de Pascua, después de la proclamación del Santo Evangelio:
RD
***
Homilía del Papa Francisco
1.
Las mujeres llevan los aromas a la tumba, pero temen que el viaje sea en balde,
porque una gran piedra sella la entrada al sepulcro. El camino de aquellas
mujeres es también nuestro camino; se asemeja al camino de la salvación que
hemos recorrido esta noche. Da la impresión de que todo en él acabe
estrellándose contra una piedra: la belleza de la creación contra el drama del
pecado; la liberación de la esclavitud contra la infidelidad a la Alianza; las
promesas de los profetas contra la triste indiferencia del pueblo. Ocurre lo
mismo en la historia de la Iglesia y en la de cada uno de nosotros: parece que
el camino que se recorre nunca llega a la meta. De esta manera se puede ir
deslizando la idea de que la frustración de la esperanza es la oscura ley de la
vida.
Hoy,
sin embargo, descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no termina
delante de una piedra funeraria. Una frase sacude a las mujeres y cambia la
historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc24,5); ¿por qué
pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover vuestras piedras? ¿Por qué
os entregáis a la resignación y al fracaso? La Pascua es la fiesta de la
remoción de las piedras. Dios quita las piedras más duras, contra las que se
estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la
mundanidad.
La
historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la
«piedra viva» (cf. 1 P2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia,
estamos fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la
tentación de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo
todo nuevo, para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de nosotros
está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras
más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que
tengo que remover en mí, cómo se llama?
A
menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza.
Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos,
no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte
que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un
nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un
monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de
la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y
espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología
del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin
embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los
muertos al que vive? El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no
está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos,
sino de vivos (cf. Mt22,32). ¡No enterréis la esperanza!
Hay
una segunda piedra que a menudo sella el corazón: la piedra del pecado. El
pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero
luego deja dentro soledad y muerte. El pecado es buscar la vida entre los
muertos, el sentido de la vida en las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis
entre los muertos al que vive? ¿Por qué no te decides a dejar ese pecado
que, como una piedra en la entrada del corazón, impide que la luz divina entre?
¿Por qué no pones a Jesús, luz verdadera (cf. Jn1,9), por encima de los
destellos brillantes del dinero, de la carrera, del orgullo y del placer? ¿Por
qué no le dices a las vanidades mundanas que no vives para ellas, sino para el
Señor de la vida?
2.
Volvamos a las mujeres que van al sepulcro de Jesús. Ante la piedra removida,
se quedan asombradas; viendo a los ángeles, dice el Evangelio, quedaron
«despavoridas» y con «las caras mirando al suelo» (Lc24,5). No tienen el valor
de levantar la mirada. Cuántas veces nos sucede también a nosotros: preferimos
permanecer encogidos en nuestros límites, encerrados en nuestros miedos. Es
extraño: ¿por qué lo hacemos? Porque a menudo, en la situación de clausura y de
tristeza nosotros somos los protagonistas, porque es más fácil quedarnos solos
en las habitaciones oscuras del corazón que abrirnos al Señor. Y sin embargo
solo él eleva.
Una
poetisa escribió: «Ignoramos nuestra verdadera estatura, hasta que nos ponemos
en pie» (E. DICKINSON, We neverknow how high we are). El Señor nos llama a
alzarnos, a levantarnos de nuevo con su Palabra, amirar hacia arriba y a creer
que estamos hechos para el Cielo, no para la tierra; para las alturas de la
vida, no para las bajezas de la muerte: ¿por qué buscáis entre los muertos
al que vive?
Dios
nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada uno de
nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él ve hijos que hay que
elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación,
corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida,
incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla.
En
Pascua te muestra cuánto te ama: hasta el punto de atravesarla toda, de
experimentar la angustia, el abandono, la muerte y los infiernos para
salir victorioso y decirte: “No estás solo, confía en mí”. Jesús es un
especialista en transformar nuestras muertes en vida, nuestros lutos en danzas
(cf. Sal30,12); con Él también nosotros podemos cumplir la Pascua, es
decir el paso: el paso de la cerrazón a la comunión, de la desolación al
consuelo, del miedo a la confianza. No nos quedemos mirando el suelo con miedo,
miremos a Jesús resucitado: su mirada nos infunde esperanza, porque nos dice
que siempre somos amados y que, a pesar de todos los desastres que podemos
hacer, su amor no cambia. Esta es la certeza no negociable de la vida: su amor
no cambia. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde miro? ¿Contemplo
ambientes sepulcrales o busco al que Vive?
3.
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Las mujeres escuchan la
llamada de los ángeles, que añaden: «Recordad cómo os habló estando todavía en
Galilea» (Lc24,6). Esas mujeres habían olvidado la esperanza porque no
recordaban las palabras de Jesús, su llamada acaecida en Galilea. Perdida la
memoria viva de Jesús, se quedan mirando el sepulcro. La fe necesita ir de
nuevo a Galilea, reavivar el primer amor con Jesús, su llamada: recordarlo,
es decir, literalmente volver a Él con el corazón.
Es
esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se tiene una fe de
museo, no la fe de pascua. Pero Jesús no es un personaje del pasado, es una
persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de historia, se le
encuentra en la vida. Recordemos hoy cuando Jesús nos llamó, cuando venció nuestra
oscuridad, nuestra resistencia, nuestros pecados, cómo tocó nuestros corazones
con su Palabra.
Las
mujeres, recordando a Jesús, abandonan el sepulcro. La Pascua nos enseña que el
creyente se detiene por poco tiempo en el cementerio, porque está llamado a
caminar al encuentro del que Vive. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde
camino? A veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros
problemas, que nunca faltan, y acudimos al Señor solo para que nos ayude. Pero
entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades. Y es siempre
un buscar entre los muertos al que vive. Cuántas veces también, luego de
habernos encontrado con el Señor, volvemos entre los muertos, vagando dentro de
nosotros mismos para desenterrar arrepentimientos, remordimientos, heridas e
insatisfacciones, sin dejar que el Resucitado nos transforme. Queridos hermanos
y hermanas, démosle al que Vive el lugar central en la vida. Pidamos la gracia
de no dejarnos llevar por la corriente, por el mar de los problemas; de no ir a
golpearnos con las piedras del pecado y los escollos de la desconfianza y el
miedo. Busquémoslo a Él, en todo y por encima de todo. Con Él resurgiremos.
Rosa Die Alcolea
© Librería Editorial Vaticano
Fuente: Zenit






