El
corazón se calma y sueña cuando abraza este "sí"
Mi sí no es como el de María. El mío se aferra a
la roca, al agua en calma del lago, a la madera de mi barca. Pero vuelve a
retumbar con fuerza en mi garganta. Digo que sí. Brota del pozo de mi alma un
sí profundo y sereno. Paz sagrada.
Se hace
fuerte la entrega en la hondonada de mi corazón. Como un grito que dice que sí
a la vida como es hoy. Como es ahora. Diferente a aquella que esperé un día. Es
mi sí
a mi historia, a mi vida, a mi camino, a mis renuncias, a mis miedos.
Y pronuncio
mi sí en el lugar sagrado de mi alma. Allí donde sólo Dios entra de puntillas.
A recoger en sus manos abiertas mi respuesta. Lo hace en silencio respetando
siempre mi libertad, que es sagrada.
Quiero repetir que quiero
amarlo en medio del hondear de las velas de mi barca. En
medio de todos mis dilemas que turban mi mirada. En medio de mis retrasos y
ausencias.
Me postro de rodillas ante la imagen de
Jesús hecha carne en la historia. Escucho en silencio su voz calmada que me
dice cuánto me ama. Y
que no tema. Que confíe.
Guardo bien
dentro de mi alma su sí lleno de amor. El sí que da seguro a mi vida para
siempre. Me impresiona.
Yo entrego mi sí que renuevo otra vez, tembloroso, ante las piedras sagradas. Y
me quedo tranquilo sabiendo que la vida es larga, es eterna.
Y los días
son tan cortos que se me escapan entre los dedos. Y mi sí sólo tiene valor en
este presente caduco.
Basta para el sí del día que se apaga al llegar la puesta de
sol. Quizás es suficiente con ese sí sencillo. Un sí con semilla de eternidad que se
renueva cada mañana.
Contemplo
callado la piedra testigo del sí sagrado de María. “Hic, nunc”. Aquí,
ahora. Así sucede todo. En una hora exacta. En un momento
preciso.
El Verbo se hace carne en el vientre de
María y cambia todo de golpe en
presente para la vida del hombre, para mi vida.
No cambia
sólo por fuera, cambia por dentro. Así suele ser con las cosas importantes. Las
que suceden dentro del alma, aunque parezca por fuera que la vida sigue igual y
que nada ha cambiado.
Pero no es así. María
pronuncia un sí definitivo. Y un no a lo que no es verdadero. Algo
cambia en la tierra sagrada que piso. Algo cambió ya entonces. Algo sigue
cambiando en medio del desprecio y la ignorancia.
La vida ya no
sigue el mismo rumbo que antes. De repente algo se rompe en la roca. Una
hendidura. Una grieta por la que corre una vida nueva. Algo
comienza. Algo muere.
Algo nace de
entre las cenizas y las lágrimas. Un nuevo camino se convierte en propuesta
de vida para todo hombre. Un camino hollado que quiere volver a
ser hollado. Una y mil veces.
Tantos síes
en cadena a lo largo de una historia santa. Jesús necesita mi sí. Sé que todo
sucede en lo profundo de mi alma antes de que pueda tener un eco en el mundo
que me rodea.
Como esa
canción cantada suavemente sin que todos la escuchen, sólo algunos. Poco
importa. La vida pasa y queda mi sí grabado sobre roca. Y también queda mi no.
Mi respuesta sincera. Una o la otra.
Mi decisión firme para amar o no amar. Es
la decisión que de verdad importa. Y el
corazón se calma y sueña cuando abraza el sí. Se arrodilla
y busca.
El sí es un
sí a la vida verdadera, eterna, llena de esperanza. Entre las sombras surge un
rayo de vida. Un momento decisivo en el que digo que sí de nuevo. Con los
miedos sujetos en mis manos. Para que no se escapen. Para que no hagan daño.
Y me alegra
la mirada confiada de María puesta sobre mi vida. Cree
en mí más que yo mismo. No sé muy bien por qué confía
tanto en mis palabras, en mis obras. Cuando me ha visto tantas veces
tambalearme y caer. Pero cree en mí más que nadie.
La mirada
humana de los que creen en mí también suma, construye mi pobre confianza. Yo
que sigo dudando tanto de mí mismo.
El silencio
de muchos me sostiene. Y mi propio silencio mientras digo muy quedo que
sí. Que amo. Que le sigo. Que le entrego mi vida. Que quiero navegar en su
barca. Por su lago. En sus tormentas. Caminar sobre las
aguas. Soñar despierto.
Sí. Una vez
más. Para siempre. No me importa el tiempo. Ni el
dolor ni el cansancio. Sigo a Jesús por los caminos. Para siempre.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia