Cuántas
vidas deshechas cuando el poder es mal usado…
![]() |
| Isaiah Rustad/Unsplash | CC0 |
El poder siempre es atractivo, es seductor. Me
permite hacer lo que quiero. Lograr lo que deseo. Saber es poder. Tener
información. Decidir lo que me conviene. Contar con que me pregunten.
El poder me
protege de los peligros. Me hace recorrer caminos imposibles. Me da la seguridad que
busco en medio de mares revueltos. Me da el dominio sobre mi
propia vida. Puedo decidir qué hacer y a dónde ir.
El poder es tentador. Me da el control sobre otras personas. Puedo decidir
sus destinos. Puedo gobernar sus vidas. Yo decido, yo gobierno, yo mando, yo
digo, yo elijo, yo descarto.
¡Cuánto atrae
el poder! Me seduce, me debilita. Quiero tenerlo porque me fascina.
Cuando lo poseo no lo quiero perder. El poder me sitúa en un lugar privilegiado
desde el que mirar la vida.
El poder de
Pilatos podía matar a Jesús o salvar su vida. El poder del que gobierna puede
cambiar las leyes. El poder pequeño o grande que detento en mis manos. Ese
poder es poderoso.
El poder me
lo dan, me lo confían. Lo ponen en mis manos creyendo en mis buenas
intenciones. Creen que lo voy a usar bien. Que voy a ser responsable y sabio.
Necesito sabiduría para usar bien mi poder. Puedo
usarlo bien. Con amor, con respeto. Puedo mandar con humildad.
Sé que el
poder es servicio. Pero a veces lo olvido. Mi poder es servir
la vida que se confía en mis manos. Me arrodillo ante la dignidad del que
confía en mí.
Pero a menudo
el poder no lo uso como lo hizo Jesús. Decía el papa Francisco:
“¿Qué dignidad existe cuando falta la
posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin
constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco
jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley
sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer
cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar
una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía
peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad? Promover la dignidad de
la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales
no puede ser privada arbitrariamente por nadie”.
Hay una norma
importante que no quiero olvidar nunca al ejercer el poder, al obedecer al que
tiene poder. Nadie puede pedirme que haga algo que no
quiero hacer. No me pueden exigir lo que de verdad no deseo
hacer.
El poder ante
las almas que se me confían es sagrado. El hombre tiene una dignidad de hijo de
Dios. Me arrodillo con humildad. No discrimino, doy libertad.
El poder me
lleva a respetar la dignidad de cada persona como un bien precioso. Huyo
de un abuso de poder que pueda romper el alma por dentro. Un
poder que hace que se pierda la inocencia.
Es tan duro
el abuso de poder… Es tan sutil… ¿Dónde está la línea que separa lo que es
legítimo pedir y lo que ya no lo es? ¿Dónde me detengo a la hora de pedir, a la
hora de exigir?
No quiero
abusar ni que abusen de mí. No quiero que se pierda mi corazón inocente y puro.
Veo tantos corazones rotos, heridos, mancillados, degradados. Tantas
vidas deshechas cuando el poder es mal usado… ¿Dónde está
la barrera que nunca debo traspasar?
El poder viene de Dios. Sólo Él es
todopoderoso. Y Jesús renunció a ese poder infinito haciéndose hombre como yo. Frágil como yo.
Jesús miró
con misericordia al hombre. Acarició con respeto infinito su dignidad sagrada
de hijo de Dios. Se arrodilló para lavar los pies a quienes
amaba.
No pidió nada que antes no hiciera Él. No cargó sobre nadie fardos pesados sin
antes llevar Él sobre sus espaldas la vida de los demás.
Dios me ha
dado el poder sobre personas. Siempre tengo mi cuota mínima de poder. Puedo
mandar, exigir, pedir. ¿Cómo lo hago?
Una
paternidad y una maternidad es un don que Dios me da y conlleva una
responsabilidad inmensa. Cuidar a un hijo es una empresa imposible.
Necesito
aprender a usar mi poder como lo hacía Jesús. Con respeto.
Mirando el corazón del hombre. No quedándome en las apariencias.
Un poder que no pida lo imposible. Un poder
que no abuse nunca. Que respete siempre la libertad sagrada de aquel al que me toca
conducir y educar.
El poder es
una inmensa responsabilidad. Necesito sabiduría para ser justo, para ser
ecuánime, para respetar amando.
El poder unido al amor se convierte en un
bien sagrado.
Necesito aprender a amar con generosidad, con verdad.
El poder que
tengo me lo han dado. Lo quiero usar con delicadeza y amor. Es
servicio, es vida entregada, es acompañamiento delicado y fiel.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






