"Hacer la señal de la cruz significa decirnos a nosotros
mismos y a los demás a quién pertenecemos y quiénes queremos ser" (Papa
Francisco)
Seamos
honestos: todos en algún momento nos hemos avergonzado de hacer la señal de la
cruz. Quizás no es un problema hacerla durante la misa o en el grupo juvenil,
pero una vez que te encuentras en cualquier tipo de entorno público la cosa es
distinta.
Hacer
el signo de la cruz no es solo un gesto. No es solo un amuleto de buena suerte
antes de una gran jugada en un partido. No es solo una señal visible (como una
marca con ceniza en tu frente para señalar a todos que eres católico). Es una
oración. Y es una de las oraciones más poderosas que puedes hacer.
Al tocar mi frente le pido a
Dios que ocupe todos mis pensamientos. Al tocar mi boca, le pido que cuide mis
palabras. Al tocar mi pecho consagro a Él todos los sentimientos de mi corazón. Al tocar mi hombro
izquierdo, le ofrezco todas mis penas y preocupaciones. Al tocar mi hombro
derecho, le consagro todas mis acciones.
El mundo que nos rodea, y
tal vez, nuestra propia mente, nos envía muchos mensajes: cosas como “no vale
la pena amar”, “no eres lo suficientemente bueno”, “nunca pertenecerás
realmente”, y la lista sigue y sigue.
No sé qué mentiras luchas
por no creer, pero sí sé que en esta sencilla oración recuerdas, día a día,
cómo la cruz combate todas estas limitaciones. A través del signo de la cruz
reafirmas que no estás solo en esta batalla. Reafirmas tu identidad y valor.
Cuando
hacemos esta señal tomamos conciencia de que nuestro valor se encuentra en que
Cristo dio la vida por nosotros en una cruz.
San Juan María Vianney
justifica esto cuando dice: “La Iglesia desea que tengamos [la señal de la
cruz] continuamente en nuestras mentes para recordarnos lo que valen nuestras
almas y lo que le cuestan a Jesucristo”.
Hacer constantemente este
gesto nos recuerda no solo quiénes somos, sino lo más importante, de quién
somos. Reconocemos que pertenecemos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El signo de la cruz es un
llamado a la acción. Al hacerlo dedicamos nuestra oración, nuestras acciones, e
incluso nuestras vidas a Dios, simbolizando que estamos dispuestos a morir a
nosotros mismos a través de nuestras cruces diarias. Lo que
sea que estemos por hacer se consagra a través de la señal de la cruz.
Imagina cuán diferentes
serían nuestras vidas si tomáramos este gesto en serio, si verdaderamente nos
esforzáramos por vivir en su nombre. Todo cambiaría.
San Cirilo de Jerusalén
decía: “No nos avergoncemos de la cruz de Cristo; pero aunque otro lo oculte,
ciérralo abiertamente en tu frente, para que los demonios vean el signo real y
huyan temblando lejos. Haga entonces esta señal al comer y beber, al sentarse,
al acostarse, al levantarse, al hablar, al caminar: en una palabra, en cada
acto”.
Podemos obtener muchas
gracias para combatir la tentación con solo hacer la señal de la cruz. San Juan
María Vianney también decía: “sobre todo [debemos hacer la señal de la cruz]
cuando somos tentados”.
Tomémonos
más en serio la señal de la cruz. Oremos con reverencia y con todo
nuestro corazón, no solo a través de los gestos, sino más bien, pensando en lo
que realmente estamos haciendo y proclamando. Oremos con audacia y sin
vergüenza, sin preocuparnos por quién ve.
Lo que verdaderamente importa
es que nuestras acciones testimonien a quién pertenecemos.
“Hacer la señal de la cruz
significa decirnos a nosotros mismos y a los demás a quién pertenecemos y
quiénes queremos ser” (Papa Francisco).
Luisa
Restrepo
Fuente:
Aleteia