Mejor
más silencios que palabras, más gestos de amor que desprecios, más abrazos que
distancias, hablar de vida y no sólo de teorías
Me gusta decir algo y que me entiendan. Que una
palabra encuentre eco en el corazón de muchos sin tener que dar explicaciones.
Me gusta que basten un gesto, una frase, un sentimiento, una emoción. Me gusta
hablar en ese idioma del corazón que siempre comprendo. No quiero hablar sólo
de teorías. Quiero hablar de la vida.
Jesús hablaba
en parábolas. Para que todos entendieran lo que decía. En Pentecostés los
apóstoles, llenos del Espíritu, hablan con palabras que todos entienden. Y el
corazón de los que escuchan se enciende en un fuego que viene de lo alto. El
Espíritu une: en medio de las diferencias reina la comunión, en medio de los
distintos carismas.
Hoy veo a mi
alrededor que el que piensa diferente queda excluido.
Y el que no está de acuerdo conmigo está contra mí. Hoy reina Babel en muchos
corazones. Esa torre en la que la confusión de idiomas divide los corazones.
No quiero que me dividan las ideas. Que los distintos puntos de vista me
alejen de los que amo. Que la misma sangre se rompa por tener diferentes
creencias. Es fácil separar al que no es como yo. Más fácil romper que suturar.
Me cuesta hablar un idioma que integre. Y
callar esas palabras que separan. Hay un lenguaje que acerca, el del corazón. Y
hay otro lenguaje que aleja, el de la condena. Cuando no acepto al diferente. Cuando
acuso al que no se comporta como espero de él.
Imploro el Espíritu para que reine una comunión
en la diversidad.
Reconozco mis diferencias. Y las integro con las diferencias de los que amo.
El amor siempre une. Acoge, acepta, integra, reconoce. Considera de su propia carne al
extraño. Es misericordioso con el que no es exactamente igual.
Pentecostés
es la fiesta del milagro de la comunión. Tan lejos me siento de él a menudo.
Porque no construyo puentes sino muros. Porque no acepto opiniones diferentes
pretendiendo imponer las mías. Y me cuesta integrar los carismas distintos al
mío.
Necesito
hablar un idioma que integre. Es importante que aprenda a hablar en el
idioma que otros entienden. Así lo hace Dios conmigo:
“Con el tiempo terminamos conociendo el
lenguaje de Dios, un lenguaje distinto para cada persona. Yo conozco muy bien
el lenguaje que emplea conmigo, esa manera tan especial de mezclar lo humano y
lo divino, y puedo afirmar que es maravillosamente adecuado. Más que de
palabras, se trata de un amor que se despierta y que sé que viene de fuera,
porque su origen no está en mí”[1].
Dios reconoce
mi corazón y me habla de una forma que sólo yo entiendo. Lo hace Él que todo lo
puede en mí. Reconozco sus palabras prendidas en mi pecho.
Sé que sólo a
mí me enciende de esa manera. Con sus silencios, con sus caricias. Me habla a
mí de forma particular, para que entienda. Su lenguaje me acerca, me mantiene
prendido de su piel. Así quisiera hablar yo siempre.
El lenguaje de su amor es comprensible para
todos. Quiero tener el don de hablar a cada uno en su propia lengua. ¿Será posible?
Necesito
tener una mirada más abierta. Un corazón más grande. No cerrarme en mi carne al
diferente. No huir del que no es como yo.
Percibir lo que siente el corazón que se
acerca lleno de dolor y miseria. Entender
sus angustias y percibir sus miedos. Y decir y callar las palabras precisas. Ni
más ni menos.
Mejor más silencios que palabras. Más
gestos de amor que desprecios. Más abrazos que distancias. El lenguaje del corazón es algo nuevo que
Dios pone en mí como un surtidor de agua viva.
Quiero ponerme en el corazón del otro.
Hablarle a él en lo que está viviendo. No vivir centrado en lo que vivo yo. Quiero escuchar más, callar más,
hablar menos.
Quiero un lenguaje que no conozca el
reproche y sí el perdón.
Un lenguaje que hable de esperanza y no viva amargado en las quejas.
Un lenguaje
que hable de la vida en la tierra. Anhelando el cielo. Un lenguaje que sepa
reconocer y enaltecer el carisma oculto en cada alma.
Me gusta ese
lenguaje de Jesús escribiendo en la tierra. Y sus silencios llenos de
misericordia. Y sus pasos alegres por el campo abriendo caminos nuevos. Y su
lenguaje de vientos y calmas en medio del lago de Galilea.
Me conmueven
sus palabras llenas de vida cotidiana. Y su grito de misericordia desde el
madero. Me emocionan sus bienaventuranzas dichas a gritos en lo alto de un
monte. Para que todos entiendan que pueden ser felices en medio de sus miedos.
Y me alegra
ver su mirada directa, con ojos negros, pronunciando mi nombre. Conoce mi
lenguaje. No lo olvida. Y me conoce en mi verdad, sin juzgarme.
Me gusta el
lenguaje de quien me ama, porque siempre me habla al corazón. Y comprendo que
mis miserias no hay que esconderlas porque su amor las acoge conmovido y llora
conmigo. Esperando un cielo abierto cada mañana.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente: Aleteia