Palabras
del Papa antes de la oración mariana
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Ángelus 17 Marzo 2019 © Vatican Media |
A
las 12 del mediodía de ayer, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,
el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano
para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San
Pedro.
Estas
son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
Palabras del Papa antes
del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy,
en Italia y en otros países, celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de
Cristo, el Corpus Christi. El Evangelio nos presenta el episodio del milagro de
los panes (cf. Lc 9,11-17) que tiene lugar a orillas del lago de Galilea. Jesús
tiene la intención de hablar a miles de personas, llevando a cabo
sanaciones. Al anochecer los discípulos se acercan al Señor y le dicen:
“Despide a la gente para que vayan a descansar y buscar comida por las aldeas y
los campos cercanos porque en este lugar no hay comida” (ver 12). También los
discípulos estaban cansados. De hecho, estaban en un lugar aislado y la gente
para comprar comida tenían que caminar ir a las aldeas.
Pero Jesús responde: “Ustedes mismos denles de comer” (v. 13). Estas palabras
causan asombro a los discípulos, quizás se enojaron y le responden: “Sólo
tenemos cinco panes y dos peces a menos que vayamos a comprar comida para toda
esta gente” (ibíd.). En cambio Jesús invita a sus discípulos a hacer una
verdadera conversión desde la lógica de “cada uno para sí mismo” a la del compartir, comenzando por lo poco que la Providencia nos pone a
nuestra disposición. Y de inmediato muestra que tiene muy claro lo que quiere
hacer. Les dice: “Háganlos sentarse en grupos como de cincuenta, luego toma en
sus manos los cinco panes y los dos peces, se dirige al Padre Celestial y
pronuncia la oración de bendición. Entonces, comienza a partir los panes, a
dividir los peces, y a dárselos a los discípulos, quienes los distribuyeron a
la multitud. Y esa comida no termina, hasta que todos están satisfechos.
Este
milagro – muy importante, hasta el punto de que lo cuentan todos los
evangelistas – manifiesta el poder del Mesías y, al mismo tiempo, su compasión
por la gente. Ese gesto prodigioso no sólo permanece como uno de los grandes
signos de la vida pública de Jesús, sino que anticipa lo que será después, al
final, el memorial de su sacrificio, es decir, la Eucaristía, sacramento de su
Cuerpo, y de su Sangre donados para la salvación del mundo.
La
Eucaristía es la síntesis de toda la existencia de Jesús, que fue un solo acto
de amor al Padre y a sus hermanos. Allí también, como en el milagro de la
multiplicación de los panes, Jesús tomó el pan en sus manos, elevó al Padre la
oración de bendición, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; y lo mismo
hizo con el cáliz de vino. Pero en ese momento, en la víspera de su Pasión,
quiso dejar en ese gesto del Testamento de la nueva y eterna Alianza, memorial
perpetuo de su Pascua de la muerte, y
resurrección.
resurrección.
La
fiesta del Corpus Christi nos invita cada año a renovar nuestro asombro y la
alegría ante este maravilloso don del Señor, que es la Eucaristía. Recibámoslo
con gratitud, no de la manera. pasiva, habitual, no tenemos que acostumbrarnos
a la Eucaristía y comunicarnos con costumbres, tenemos que renovar verdaderamente
nuestro “amén” al Cuerpo de Cristo, cuando el sacerdote nos dice, el Cuerpo de
Cristo, nosotros decimos “amén”, nos tiene que venir del corazón, es Jesús que
nos ha salvado, es Jesús que viene a darme la fuerza, es Jesús vivo, pero no
nos acostumbremos, cada vez como si fuera la Primera Comunión.
Una
expresión de la fe eucarística del pueblo santo de Dios, son las procesiones
con el Santísimo Sacramento, que en esta solemnidad tiene lugar en todas partes
en la Iglesia Católica.
Esta
noche, en el barrio romano de Casal Bertone, yo también celebraré la Misa, a la
que seguirá la procesión. Invito a todos a participar, incluso espiritualmente,
por radio y televisión.
Que
la Virgen nos ayude a seguir con fe y amor a Jesús, a quien adoramos en la
Eucaristía.
Raquel
Anillo
Fuente:
Zenit