El
Papa Francisco pide “confianza en Dios y en su providencia”
![]() |
Misa en Casal Bertone © Vatican Media |
Con
motivo de la misa del Corpus Christi, el Papa Francisco invitó a los bautizados
a “redescubrir dos verbos simples y esenciales para la vida cotidiana: decir y
dar”. La vida eucarística, como un antídoto en cierto modo, a la “voracidad”.
El
Papa Francisco presidió la misa del “Corpus Christi”, en la explanada de la
Iglesia de Santa María Consolatrice, en el barrio romano de Casal Bertone, a
las 18:00.
Decir,
para el Papa, por lo tanto es “bendecir” y “decir bien”.
“Es
importante que nosotros los pastores recordemos bendecir al pueblo de Dios.
“Queridos sacerdotes, no tengan miedo de bendecir, el Señor quiere decir cosas
buenas sobre su pueblo, se complace en hacer sentir su amor por nosotros”, dijo
el Papa.
El
Papa ha invitado a renunciar tanto a la “arrogancia” como a la “amargura”, en
la lógica de la Eucaristía: “No nos contaminemos con la arrogancia, no nos
dejemos invadir por la amargura”. Nosotros que comemos el pan que lleva en
si toda la dulzura en su interior”.
El
Papa instó a promover una economía del “don” y no del “tener” y “de la
voracidad:” “La” economía “del Evangelio se multiplica al compartir, alimentar
y distribuir, no satisface a los Voracidad de unos pocos, pero da vida al
mundo. No es tener, sino dar la palabra de Jesús.”
Y
la clave es, dice el Papa, no “magia” sino “confianza en Dios y en su
providencia”.
AB
Homilía del Papa Francisco
La
Palabra de Dios nos ayuda hoy a redescubrir dos verbos sencillos y al mismo
tiempo esenciales para la vida de cada día: decir y dar.
Decir.
En la primera lectura, Melquisedec dice: «Bendito sea Abrám por el Dios
altísimo […]; bendito sea el Dios altísimo» (Gn 14,19-20). El decir de
Melquisedec es bendecir. Él bendice a Abraham, en quien todas las familias de
la tierra serán bendecidas (cf. Gn 12,3; Ga 3,8). Todo comienza desde la
bendición: las palabras de bien engendran una historia de bien. Lo mismo sucede
en el Evangelio: antes de multiplicar los panes, Jesús los bendice: «tomando él
los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la
bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos» (Lc
9,16). La bendición hace que cinco panes sean alimento para una multitud: hace
brotar una cascada de bien.
¿Por
qué bendecir hace bien? Porque es la transformación de la palabra en don.
Cuando se bendice, no se hace algo para sí mismo, sino para los demás. Bendecir
no es decir palabras bonitas, no es usar palabras de circunstancia; es decir
bien, decir con amor. Así lo hizo Melquisedec, diciendo espontáneamente bien de
Abraham, sin que él hubiera dicho ni hecho nada por él. Esto es lo que hizo
Jesús, mostrando el significado de la bendición con la distribución gratuita de
los panes.
Cuántas
veces también nosotros hemos sido bendecidos, en la iglesia o en nuestras
casas, cuántas veces hemos escuchado palabras que nos han hecho bien, o una
señal de la cruz en la frente… Nos hemos convertido en bendecidos el día del
Bautismo, y al final de cada misa somos bendecidos. La Eucaristía es una
escuela de bendición. Dios dice bien de nosotros, sus hijos amados, y así nos
anima a seguir adelante. Y nosotros bendecimos a Dios en nuestras asambleas
(cf. Sal 68,27), recuperando el sabor de la alabanza, que libera y sana el
corazón. Vamos a Misa con la certeza de ser bendecidos por el Señor, y salimos
para bendecir nosotros a su vez, para ser canales de bien en el mundo.
Es
importante que los pastores nos acordemos de bendecir al pueblo de Dios.
Queridos sacerdotes, no tengáis miedo de bendecir, el Señor desea decir bien de
su pueblo, está feliz de que sintamos su afecto por nosotros. Y solo en cuanto
bendecidos podremos bendecir a los demás con la misma unción de amor. Es triste
ver con qué facilidad hoy se maldice, se desprecia, se insulta. Presos de un
excesivo arrebato, no se consigue aguantar y se descarga la ira con cualquiera
y por cualquier cosa. A menudo, por desgracia, el que grita más y con más
fuerza, el que está más enfadado, parece que tiene razón y recibe la aprobación
de los demás.
Nosotros,
que comemos el Pan que contiene en sí todo deleite, no nos dejemos contagiar
por la arrogancia, no dejemos que la amargura nos llene. El pueblo de Dios ama
la alabanza, no vive de quejas; está hecho para las bendiciones, no para las
lamentaciones. Ante la Eucaristía, ante Jesús convertido en Pan, ante este Pan
humilde que contiene todo el bien de la Iglesia, aprendamos a bendecir lo que
tenemos, a alabar a Dios, a bendecir y no a maldecir nuestro pasado, a regalar
palabras buenas a los demás.
El
segundo verbo es dar. El “decir” va seguido del “dar”, como Abraham que,
bendecido por Melquisedec, «le dio el diezmo de todo» (Gn 14,20). Como Jesús
que, después de recitar la bendición, dio el pan para ser distribuido,
revelando así el significado más hermoso: el pan no es solo un producto de
consumo, sino también un modo de compartir. En efecto, sorprende que en la
narración de la multiplicación de los panes nunca se habla de multiplicar. Por
el contrario, los verbos utilizados son “partir, dar, distribuir” (cf. Lc
9,16). En resumen, no se destaca la multiplicación, sino el compartir.
Es
importante: Jesús no hace magia, no transforma los cinco panes en cinco mil y
luego dice: “Ahora, distribuidlos”. No. Jesús reza, bendice esos cinco panes y
comienza a partirlos, confiando en el Padre. Y esos cinco panes no se acaban.
Esto no es magia, es confianza en Dios y en su providencia. En el mundo siempre
se busca aumentar las ganancias, incrementar la facturación… Sí, pero, ¿cuál es
el propósito? ¿Es dar o tener? ¿Compartir o acumular? La “economía” del
Evangelio multiplica compartiendo, nutre distribuyendo, no satisface la
voracidad de unos pocos, sino que da vida al mundo (cf. Jn 6,33). El verbo de
Jesús no es tener, sino dar.
La
petición que él hace a los discípulos es perentoria: «Dadles vosotros de comer»
(Lc 9,13). Tratemos de imaginar el razonamiento que habrán hecho los
discípulos: “¿No tenemos pan para nosotros y debemos pensar en los demás? ¿Por
qué deberíamos darles nosotros de comer, si a lo que han venido es a escuchar a
nuestro Maestro? Si no han traído comida, que vuelvan a casa o que nos den
dinero y lo compraremos”. No son razonamientos equivocados, pero no son los de
Jesús, que no escucha otras razones: Dadles vosotros de comer. Lo que tenemos da fruto si lo
damos —esto es lo que Jesús quiere decirnos—; y no importa si es poco o mucho.
El
Señor hace cosas grandes con nuestra pequeñez, como hizo con los cinco panes.
No realiza milagros con acciones espectaculares, sino con gestos humildes,
partiendo con sus manos, dando, repartiendo, compartiendo. La omnipotencia de
Dios es humilde, hecha sólo de amor. Y el amor hace obras grandes con lo
pequeño. La Eucaristía nos los enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito
de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que
recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los
demás. Es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no
tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío”.
En
nuestra ciudad, hambrienta de amor y atención, que sufre la degradación y el
abandono, frente a tantas personas ancianas y solas, familias en dificultad,
jóvenes que luchan con dificultad para ganarse el pan y alimentar sus sueños,
el Señor te dice: “Tú mismo, dales de comer”. Y tú puedes responder: “Tengo poco,
no soy capaz”. No es verdad, lo poco que tienes es mucho a los ojos de Jesús si
no lo guardas para ti mismo, si lo arriesgas. Y no estás solo: tienes la
Eucaristía, el Pan del camino, el Pan de Jesús. También esta tarde nos nutriremos de su Cuerpo entregado. Si
lo recibimos con el corazón, este Pan desatará en nosotros la fuerza del amor:
nos sentiremos bendecidos y amados, y querremos bendecir y amar, comenzando
desde aquí, desde nuestra ciudad, desde las calles que recorreremos esta tarde.
El Señor viene a nuestras calles para decir-bien de nosotros y para darnos
ánimo. También nos pide que seamos don y bendición.
Raquel
Anillo
Fuente:
Zenit