La Hostia consagrada es particularmente eficaz para poder palpar el amor infinito de su corazón
¿Quién
no necesita de un amigo con quien caminar a lo largo de la vida? ¿Quién no
necesita de una persona que nos escuche y acoja con el mayor aprecio? ¿Quién no
necesita de alguien con quien compartir la alegría fraterna de la amistad, y
siempre dispuesta para ayudarnos en los momentos difíciles? El mejor de estos
amigos es Jesús, nuestro Reconciliador, a quien podemos recibir en el
Sacramento de la Eucaristía, y a quien también podemos visitar, acompañándolo
ante el Sagrario, en el silencio de una capilla o de una iglesia.
El
Señor Jesús nos llama «amigos». Está siempre con nosotros y, como sabemos, eso
se manifiesta de modo visible en la Eucaristía, «sacramento del Sacrificio del
Banquete y de la Presencia permanente de Jesucristo Salvador». Siendo un sacramento
admirable, a veces se nos olvida que podemos recurrir a él con frecuencia. No
tenemos que esperar cada Domingo para encontrarnos con Cristo presente en la
Eucaristía. Podemos salir al encuentro del Señor. Ahí Jesús nos espera siempre,
anhelante de que le abramos el corazón en la intimidad de la oración.
Si
bien es verdad que podemos conversar con el Señor Jesús en todo momento y en
cualquier lugar, su presencia en la Hostia consagrada es privilegiada y
particularmente eficaz para poder «palpar el amor infinito de su corazón». Allí
está presente por excelencia, en el modo como Él quiso permanecer entre
nosotros. Eso hace una gran diferencia. El Señor está realmente presente en la
Eucaristía, invitándonos a acompañarlo, ofreciéndonos su firme apoyo en nuestro
peregrinar. La Iglesia y el mundo-nos recuerda el Catecismo de la Iglesia
Católica- «tienen gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en
este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la
adoración».
¿Qué le decimos al Señor
Jesús Sacramentado?
¡Todo
aquello que anida en nuestro corazón! La adoración eucarística es un momento de
intimidad, de confianza y de amistad con Dios. En esos ratos de oración ante el
Santísimo, ante Jesús Sacramentado, recordamos que su presencia es fruto del
amor que nos tiene. Es un momento oportuno para renovar nuestro propósito de
ser santos y de responder generosamente al amor de Dios. En la adoración a
Cristo Jesús también podemos pedir perdón por nuestras faltas y pecados,
reconociendo así, con humildad, que sólo Él tiene el poder para perdonarnos,
renovando nuestra confianza en su misericordia.
Podemos
rezar por los demás, por nuestros familiares, los amigos, por los necesitados,
los sufrientes, los enfermos. También por la iglesia, el Santo Padre y sus
desvalidos, por los que necesitan de la fe y se creen abandonados de Dios. En
fin, en cada uno de nosotros anidan diversas intenciones y necesidades que
podemos presentar con fe y confianza al Señor Jesús. De hecho, la adoración Eucarística
tiene una profunda relación con la evangelización. Por un lado, rezar por los
demás ya es una privilegiada forma de apostolado; y por otro, la experiencia de
encuentro con el Seños nos renueva en el ardor para anunciarlo como quien se ha
encontrado personalmente con Él.
Es
verdad que «a menudo, en nuestra oración -como señalaba el Papa Benedicto XVI-,
nos encontramos ante el silencio de Dios (...) Pero este silencia de Dios, como
le sucedió también a Jesús, no indica su ausencia. El cristiano sabe bien que
el Señor está presente y escucha». Esta situación, que quizás hemos
experimentado en más de una ocasión, nos invita a confiar y tener paciencia, y
puede ser un tiempo de maduración para nuestra fe, recordándonos que «el Dios
silencioso es también un Dios que habla, que se revela».
¿Cómo visitar al Señor
presente en el Santísimo Sacramento?
Para
empezar necesitamos silencio interior y recogimiento para visitar al Señor
Sacramentado. «El silencio -indicaba Benedicto XVI- es capaz de abrir un
espacio interior en lo más íntimo de nosotros mismos, para hacer que allí
habite Dios, para que su Palabra permanezca en nosotros, para que el amor a Él
arraigue en nuestra mente y en nuestro corazón y anime nuestra vida». Cuando
nos encontramos en precencia de Jesús Sacramentado lo primero es hacer un acto
de fe y tomar consciencia de que Dios está ahí realmente presente.
Muchas
veces visitaremos el Santísimo Sacramento de modo espontáneo. No siempre
hallamos una capilla cerca de donde vivimos o trabajamos, pero a veces tenemos
la oportunidad de hacerlo y la aprovechamos. ¿A quién no le gusta recibir la
visita sorpresa de un amigo cercano? El Señor se alegrará también cuando lo
visitemos así. Sin embargo, si podemos hacer de la visita al Santísimo un
hábito que tendrá muchos frutos en nuestra vida espiritual. Quizás podamos
visitarlo unos minutos al día, o dos o tres veces por semana. Podemos hacerlo
solos, en la compañía de alguien, o también en familia. Invitar a alguien a
visitar al Señor presente en el Santísimo Sacramento es una excelente
oportunidad para hacer apostolado y dar ocasión para que otras personas que
quizás estén un poco alejadas del Señor vuelvan a encontrarse con Él en la
intimidad de la oración.
Si
bien podemos rezar con las palabras que espontáneamente vengan a nuestro
corazón, cuando vamos a visitar al Señor Jesús por un tiempo más prolongado
ayuda muchísimo preparar nuestra visita. Podemos, por ejemplo, dedicar unos
minutos a un momento de diálogo personal con el Señor, otros minutos a la meditación
de un texto eucarístico o a rezar con los salmos, y otro momento a pedir por
nuestras necesidades y las de los demás. Las posibilidades son muy variadas, y
esta costumbre ayudará a que nos mantengamos concentrados y enfocados.
Hablando
precisamente de textos sobre los cuales podemos meditar, existen diversas citas
en la Sagrada Escritura sobre las cuales podemos rezar y que nos ayudarán en
nuestra meditación. Lo pasajes sobre la institución de la Eucaristía en la
Última Cena, por ejemplo, así como aquellos en los cuales el Señor habla del
«Pan de Vida», entre tantas otras, nos ayudarán a tomar especial consciencia de
la presencia real del Señor. Mediar delante del Señor «nos da la posibilidad de
llegar al manantial mismo de la gracia», nos ayudará a un encuentro más íntimo
con Él, y a descubrir con mayor ardor el inmenso bien que significa su
presencia en la Eucaristía. Hay, por otro lado, muchos devocionarios
eucarísticos que podemos utilizar en nuestras visitas. En ellos encontraremos
también otros textos valiosos, oraciones de santos, así como cantos adecuados
para la oración eucarística que con seguridad eriquecerán nuestra oración.
«Yo estoy con ustedes
todos los días»
Cuando
nos acercamos a Jesús Sacramentado tengamos siempre presente su promesa: «Yo
estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Es una invitación a
confiar con Él, con alegría, sabiendo que está ahí siempre, paciente, gozoso,
dispuesto a ayudarnos, a escucharnos. De la misma manera, recordemos que el
Señor nos ha querido dejar una Madre que nos acompaña y nos ayuda a acercarnos
cada vez más a su Hijo. Que Ella, como lo decía el Beato Papa Juan Pablo II,
«que fue la verdadera Arca de la Nueva Alianza, Sagrario vivo del Dios
Encarnado, nos enseñe a tratar con pureza, humildad y devoción ferviente a
Jesucristo, su Hijo, presente en el Tabernáculo».
Preguntas para el diálogo
¿Qué
tan importante es en mi vida espiritual la adoración Eucarística?
¿Qué
obstáculos veo en mi vida para crecer en mi devoción a Jesús sacramentado?
¿Qué
medios puedo poner para que mis visitas al Santísimo sean una experiencia cada
vez más profunda de encuentro con el Señor Jesús?
Fuente:
caminohaciadios.com