Los sacerdotes han formado parte del cristianismo desde el
principio, y tienen sus raíces en el Antiguo Testamento
Uno de los términos más distintivos utilizados en
la Iglesia católica (aunque a veces se usa en otras denominaciones) es la
palabra “sacerdote”. Es el término más común usado para identificar a un
miembro ordenado del clero y tiene una rica historia en el cristianismo.
La palabra
inglesa “sacerdote” (priest) deriva del griego presbyteros, presbítero,
que significa “anciano”. Se usa en todo el Antiguo y el Nuevo
Testamento para identificar a una persona que ofrece un sacrificio a
Dios.
El primer uso
del término está en el libro de Génesis para identificar al misterioso
Melquisedec, que aparece de la nada en un encuentro con Abraham.
Melquisedec,
rey de Salem, sacó pan y vino. Fue un sacerdote del Dios Altísimo. Bendijo a
Abram con estas palabras:
“¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo,
creador de cielos y tierra,
y bendito sea el Dios Altísimo,
que entregó a tus enemigos en tus manos!”.
Y diole Abram el diezmo de todo (Génesis 14, 18-20).
creador de cielos y tierra,
y bendito sea el Dios Altísimo,
que entregó a tus enemigos en tus manos!”.
Y diole Abram el diezmo de todo (Génesis 14, 18-20).
Más tarde, se
desarrolla un sacerdocio levítico bajo Moisés, que se mantiene durante varios
siglos en un sacerdocio asociado con el Templo judío. Es deber del sacerdote
judío ofrecer sacrificios a Dios en nombre del pueblo.
Jesús llegó a ser conocido entre los cristianos como el sumo sacerdote,
ofreciendo su propia vida como un sacrificio puro, sustituyendo el antiguo
sacerdocio por un nuevo sacerdocio.
“Pero presentóse Cristo como Sumo Sacerdote
de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no
fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. 12.Y penetró en el
santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos,
sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna” (Hebreos 9,
11-12).
Su sacerdocio
también está conectado con el de Melquisedec, como lo menciona el escritor de
Hebreos:
“Entró por nosotros como precursor Jesús,
hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre”(Hebreos 6:20).
Esto conecta
el sacrificio de Jesús de su cuerpo con la ofrenda del pan y el vino en la
última cena, inaugurando un nuevo sacerdocio.
Las cartas
del Nuevo Testamento se refieren constantemente a este sacerdocio, explicando
cómo los “presbíteros” son asignados a varias comunidades cristianas.
“Designaron presbíteros en cada Iglesia y
después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían
creído” (Hechos 14:23).
Los sacerdotes católicos siguen en esta
línea, ofreciendo el sacrificio incruento de la misa que está espiritualmente conectado al
sacrificio sangriento de Jesús en el altar de la cruz.
La vida de un
sacerdote debe ser una de sacrificio, no solo en el contexto de la misa, sino
también en su forma de vida. Jesús llama a cada sacerdote a seguir sus pasos:
“Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”
(Mateo 16:24).
De esta
manera, incluso los laicos son llamados a un tipo de sacerdocio,
como explica el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Toda la Iglesia es un pueblo sacerdotal. A
través del bautismo todos los fieles participan en el sacerdocio de Cristo.
Esta participación se denomina “sacerdocio común de los fieles” (CCC 1591).
Este sacerdocio común de los “fieles se ejerce mediante el desarrollo de la
gracia bautismal: una vida de fe, esperanza y caridad, una vida según el
Espíritu” (CCC 1547).
Si bien no
todos están llamados al sacerdocio ministerial y a la ofrenda de la misa, todos
los católicos bautizados están llamados a ofrecer sus vidas diariamente como un
sacrificio a Dios.
Ser sacerdote implica sacrificio,
y esa definición siempre ha sido cierta a lo largo de la historia.
Philip
Kosloski
Fuente:
Aleteia






