Di la verdad -con amor- sobre ti y sobre los demás para una
sana autoestima
En ocasiones necesito que me den ánimo. No sé si
necesito que me oculten la verdad, pero sí que me den ánimo. Leía el otro día:
“A mí dadme dulces mentiras y guardaos vuestras
amargas verdades”.
Puede ser que sea así. Busco una dulce
mentira que me anime a seguir caminando. Una vaga verdad que no me confronte
con mis temores.
Vivo en un mundo que me espeta la verdad en
la cara. Me confronta con mis límites, me hace ver que no tengo que vivir
soñando. Porque la vida es muy dura. Y duele.
No tengo que decirle la verdad a todo el
mundo. Tendré que callarme a veces. No sé si mentirles. Pero al menos callarme. Es lo que deseo
en ocasiones. Que no me digan todo lo malo. Que no me confronten continuamente
con mi incapacidad.
No sé si es comodidad o miedo lo que me lleva a buscar
suaves caminos. Tal vez las dos cosas. O puede que sea el
deseo de sentirme amado y valorado lo que me lleve a buscar halagos, abrazos y
palmadas en la espalda. Para volver a levantarme después de haber caído.
No siempre voy a estar preparado para
enfrentar la pobreza de mi vida. O para ver detrás de mis actos oscuras
intenciones que
desconozco.
¿Tengo que salir de mis mentiras para
afrontar mi verdad? Creo que sí. Aunque me duela. Decía Toni Nadal:
“Aceptar la realidad es algo muy importante y muy difícil
hoy en día. Parece que tenemos que dar mensajes positivos, casi lo que quieren
escuchar y creo que no es bueno. Cuando alguien no se sabe suficientemente
bueno y conoce la realidad es el punto de partida para alcanzar los objetivos.
He huido siempre de la sobrevaloración“.
Aunque tienda a querer escuchar las suaves
mentiras, en el fondo de mi alma deseo enfrentar la verdad. No soy tan bueno
como deseo. No soy tan capaz. Tengo límites notorios.
Mis tensiones y ansiedades tienen origen en
las mentiras que me debilitan.
Le pido a Jesús la fuerza para ver mi verdad. Quiero que me la digan para saber
de dónde parto. ¿Soy yo capaz de decirla?
No enfrento a la persona para decirle lo
que yo veo y ella no. Tengo
miedo de su reacción. O me excuso pensando que no está preparado para saberla.
Que no será capaz de enfrentarla y se hundirá.
Puedo educar hijos débiles que no son
capaces de aceptar la realidad como es. Es el punto de partida. Pero me da miedo. Y endulzo la vida.
Así les será más fácil vivir cada día. Así podrán caminar sin miedo a su propia
sombra. Y si no conocen todos sus límites podrán llegar a lo imposible. Porque
no sabrán lo que no se puede conseguir. Puede ser.
Pero también sucede que cuando no asumo mi
verdad vivo construyendo
mi vida sobre mentiras, sobre arena. Me creo mejor de lo que soy. Sobrevaloro
mis capacidades.
Y no soy capaz de mirar a la cara a mi
primer fracaso.
No reconozco mis errores, porque me
han hecho creer que lo puedo todo.
Quiero educar en la verdad. Desde la
originalidad de cada persona que Dios me confía. Decía el padre José Kentenich:
“La
vida no se crea,
la poseen los organismos mismos. Sólo se la puede fomentar, favorecer y
servir. En
la semilla se encuentra potencialmente todo lo que será más tarde la planta
desarrollada y madura”[1].
Ya en mi interior y en el corazón de cada
uno duerme esa semilla que
se proyecta en el tiempo. Duerme quien yo soy. Y el que puedo llegar a ser si
me dejo educar por María.
Quiero servir la vida que hay en el alma.
La vida verdadera. Y a
partir de la verdad, no de dulces mentiras. Antoine de
Saint-Exupéry le pedía a Jesús:
“Envíame
en el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor”.
En el amor se encuentra la diferencia.
Alguien que me ame y sepa decirme quién soy. Y además ver lo bueno que hay
en mí.
No quiero quedarme sólo en lo malo. Tengo que aceptar los límites, es cierto.
Pero también he de promover los dones. Y saber que Dios
construye con mi vida entregada en la humildad. Sin sentirme mejor que nadie.
Sin pensar que todo lo puedo hacer solo. Desde mi sí humilde puedo llegar muy lejos.
Mi autoestima se construye sobre verdades, no sobre un suelo falso. Las mentiras
tienen patas cortas y pronto se descubren. Seré más fuerte desde lo que sé que
tengo y desde la aceptación de lo que no es perfecto en mí.
Es parte de mi camino de educación
potenciar mi belleza y pulir mis imperfecciones. Dejar que las estrellas se
apaguen al salir el sol en mi alma. Como leía: “Es mejor
promover lo que te encanta, que atacar lo que no te gusta”.
Jesús me educa creyendo en lo que hay en
mí. En el tesoro que Dios ha escondido en mi alma. Aunque me resulte difícil aceptar las
críticas y comentarios, los acepto. Les doy el sí.
Porque me permiten conocer mi vida. Incluso los falsos testimonios y
difamaciones sobre mí me enseñan algo. En toda mentira hay algo de verdad. En
toda verdad puede esconderse alguna mentira.
Vivo con verdades y mentiras. Conviven en
mi corazón. Tal vez es lo único a lo que aspiro. Tomo lo que es verdadero y se
lo entrego a Dios. Tomo mis mentiras y las pongo en sus manos. Él sabrá lo que puede hacer con mi barro.
Una vasija nueva, eso seguro.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






