¡En las universidades medievales todo podía discutirse!
No
es extraño escuchar que en la Edad Media el dogmatismo y oscurantismo de la
Iglesia no permitía pensar diferente ni toleraba la pluralidad de posturas en
cuestiones filosóficas o teológicas. Romper ese mito es sencillo repasando la
investigación reciente de grandes historiadores del siglo XX y XXI que nos
muestran un nuevo rostro de la calumniada Edad Media. Pero fuera del mundo
académico de los medievalistas, lo cierto es que en la mayoría de los
interesados en el tema permanece instalado el
mito del “oscurantismo medieval” junto a un gran desconocimiento sobre
la vida intelectual de esos siglos.
En pleno siglo XII, el III
Concilio de Letrán presidido por el Papa Alejandro III, ordenó a los obispos
que abriesen escuelas por todas partes para los niños, gratuitamente. Obligó que todas las diócesis
tuvieran al menos una. Esas escuelas fueron el germen de las futuras
universidades. De hecho, entre los siglos XI y XIII, de la mano de la Iglesia
Católica, se fundaron universidades de gran prestigio que se conservan hasta
nuestros días: París (1045), Bologna (1088), Oxford (1096), Salamanca (1134),
Cambridge (1209), Siena (1240), Valladolid (1241), Coimbra (1290), La Sapienza
(Roma, 1303) y Perugia (1308).
Niños,
niñas y jóvenes eran recibidos en las escuelas episcopales o en las escuelas de
las abadías, sin distinción de clases. Las disciplinas se dividían en trivium (gramática,
dialéctica y retórica) y quadrivium (aritmética,
geometría, astronomía y música). Luego uno podía especializarse en Letras,
Teología, Derecho, etc. Sigue siendo
desconocido para muchos que la
escuela pública y la formación universitaria fue un invento de la Iglesia en
plena Edad Media.
Investigar y debatir
El
medievalista Jaques Le Goff, en su obra Los
intelectuales en la Edad Media, da cuenta no solo de la fuerza e
independencia de las corporaciones universitarias y el prestigio del profesor,
sino de la libertad académica para investigar y
discutir todos los temas posibles. El intento de los poderes seculares,
ya fueran burgueses o los mismos soberanos de turno, así como de algunos
obispos celosos de su poder, que buscaban controlar la Universidad, fue
limitado por la ayuda que dio el Papado, especialmente de Inocencio III y de
Gregorio IX, al intervenir en la defensa de las universidades y de su autonomía.
Por otra parte, en la Edad Media se inventó
el método utilizado para el estudio y la investigación de los grandes temas
llamado “escolástico”, que comenzó con grandes eruditos como Bernardo de
Chartres y Pedro Abelardo hasta la monumental obra de Tomás de Aquino.
Escribe
Le Goff: “Si las famosas controversias entre realistas y nominalistas llenaron
el pensamiento medieval, ello ocurrió porque los intelectuales de la época
asignaban a las palabras un justo poder y se preocupaban por definir su
contenido. Para ellos es esencial saber qué relaciones existen entre la
palabra, el concepto, el ser… Los pensadores y profesores de la Edad Media
quieren saber de qué están hablando” (Le Goff, 94).
El uso de la lógica, de las leyes de la
demostración, los procedimientos de investigación y la discusión de los temas
propuestos, se nutre de textos de todas las civilizaciones anteriores, desde
los antiguos hasta el aporte de los árabes. El escolástico “digiere todo el
pasado de la civilización occidental. La Biblia, los Padres de la Iglesia,
Platón, Aristóteles, los árabes son datos del saber, los materiales de trabajo…
nada menos oscurantista que el escolasticismo para el que la razón se
perfecciona en inteligencia cuyos destellos se resuelven en luz. Con estos
fundamentos, el escolasticismo se construye en el trabajo universitario con
procedimientos de exposición propios”. (Le Goff, 96).
Si bien la base del estudio eran los
comentarios de los textos, allí nacía la discusión, la dialéctica que permite
ir más allá del texto para tratar problemas del presente en la búsqueda de la
verdad. El intelectual universitario nace desde el momento en que “pone en
cuestión” (quaestio) el texto en que se
apoya (Le Goff, 97). Los maestros
preparaban disputas en las que cualquiera podía traer una cuestión a tratar
sobre cualquier tema.
A
medida que la tradición de investigación en la universidad iba madurando, los
tratados empezaron a tener una pauta fija: plantear una cuestión, exponer los
argumentos contrarios, ofrecer la opinión del propio autor y dar respuesta a
las objeciones. “Así se desarrolla el escolasticismo, maestro de rigor,
estímulo de pensamiento original en la obediencia a las leyes de la razón.
El pensamiento occidental iba a quedar
marcado para siempre por el escolasticismo que le permitió realizar progresos
decisivos” (Le Goff, 99). El medievalista se refiere al escolasticismo de los
siglos XII y XIII por su espíritu agudo y exigente. Pero es consciente del
deterioro del escolasticismo posterior, que suscitó el desprecio de Erasmo,
Lutero y Malebranche. Muchas veces por leer la crítica de los
autores del siglo XVI hacia los “escolásticos”, no se distingue la radical
diferencia entre los eruditos de los siglos XII y XIII, con la decadencia
intelectual de finales de la Edad Media.
La cultura cristiana: el elogio de la razón.
“Contrariamente
a la impresión general, según la cual las investigaciones estaban impregnadas
de presupuestos teológicos, los intelectuales medievales respetaban en gran
medida lo que se conocía como filosofía natural, una rama del conocimiento que
se ocupaba del mundo físico, más concretamente de sus movimientos y de sus
cambios” (Woods, 82). En la búsqueda de explicar los fenómenos de
la naturaleza, no recurrían a la teología, sino que desarrollaban sus
investigaciones y estudios al margen de las cuestiones de fe.
Por otra parte, antes de aspirar a la
licencia de profesor, el estudiante debía haber leído varios tratados de
Aristóteles, Boecio, la gramática de Prisciano, la Retórica de Cicerón, las
Metamorfosis de Ovidio, la geometría de Euclides y una larga lista de textos de
filosofía natural (que hoy serían las ciencias de la naturaleza, especialmente
la física), retórica, ética y política.
El
historiador de la ciencia Edward Grant escribió al respecto: “¿Qué permitió a
la civilización occidental desarrollar la ciencia y las ciencias sociales hasta extremos jamás
alcanzados por ninguna otra civilización? La
respuesta, estoy convencido, reside en un persuasivo y sólido espíritu
investigador que surgió como consecuencia natural del énfasis en la razón desde
la época de la Edad Media. La razón, con la salvedad de las verdades reveladas,
se entronizó en las universidades medievales como árbitro definitivo en la
mayoría de los debates y controversias intelectuales. Era natural entre los
eruditos inmersos en el entorno universitario recurrir a la razón para
adentrarse en materias no exploradas hasta la fecha, así como para discutir
posibilidades que nunca se habían tomado en serio” (Grant, 2001).
La creación de las universidades, el
compromiso con la razón, la argumentación racional y el espíritu de
investigación que caracterizaron la vida intelectual de la Edad Media fueron un
“regalo del medioevo al mundo moderno… aun cuando nunca llegue a reconocerse.
Acaso conserve siempre el estatus de secreto mejor guardado de la civilización
occidental” (Grant, 2001).
Bibliografía para profundizar:
Le Goff, J. (2008). Los intelectuales en la Edad Media. Barcelona:
Gedisa.
Grants, E. (2001). Dios y la razón en la Edad Media. Cambridge.
Woods, T. (2010). Cómo
la Iglesia construyó la civilización occidental. Madrid: Ciudadela.
Miguel
Pastorino
Fuente:
Aleteia






