Servir
desinteresadamente es una prueba de amor verdadero
Estoy
llamado a servir y a dar la vida desde la sencillez y la pobreza. Quiero servir
la vida que se me confía. Servir al que tengo frente a mí sin pensar tanto en
lo que yo necesito.
Es un
don descubrir los deseos ocultos en los otros. Esos deseos que no se manifiestan. Y
responder a
ellos antes de que lleguen a ser formulados.
La Madre Teresa decía: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Me parece una afirmación muy
fuerte. Pero es verdad.
Cuando vivo
sólo para mí, cuando sólo me preocupa estar yo bien, tener éxito, alcanzar mis
metas, hacer mis planes, cuando no estoy pendiente de lo que los demás quieren,
sino que tan solo pienso en lo que yo necesito, cuando soy la referencia de
todo de forma absoluta… entonces no estoy sirviendo a nadie, sólo a mí.
Y cuando eso
sucede resulta que no sé vivir.
Porque la
vida tiene sentido cuando vivo de acuerdo con lo que Dios me pide. Y
Jesús me ha enseñado que es más feliz y pleno el que da. Más feliz
que el que recibe.
Sé, porque lo
he vivido, que soy más feliz sirviendo. Mi vida tiene más sentido. Y acabo más
satisfecho. Pero cuando me empeño obsesivamente en sacar adelante mis
proyectos, sin pensar en los demás, soy menos pleno.
Vivir mi vida
desde el servicio me enseña una forma diferente de vivir. Cuando vivo
con la mentalidad del que sirve, mis planes y proyectos son secundarios y están
en el centro los intereses de aquel al que sirvo.
Pero ¿eso no
hará que me quiebre por no cuidar también mi corazón que tiene deseos y
sueños? A veces se quiebra el alma del que da más de lo que puede. Del
que acalla todas sus voces interiores. Y al final su cuerpo y su alma dicen
basta. Es verdad, también lo he visto.
La vida del que
no sirve puede ser infecunda y estéril. Y a veces la vida del que sirve
sin cuidar su alma acaba en una vida llena de amargura y resentimiento.
El amor y el
servicio están interrelacionados. Aprendo a
amar sirviendo. Aprendo a servir cuando tengo en mi alma una cierta madurez y
estabilidad.
Cuando me
siento amado aprendo a amar. Y mi amor madura sirviendo.
El servicio ha
de ser gratuito, sin esperar nada. Para que eso sea posible tengo que estar en
paz conmigo mismo. Tengo que quererme mucho para no necesitar que me
digan continuamente que me quieren.
El servicio es
impagable, es gratuito. Sé que siempre seré bendecido en mi entrega. Lo que
siembro es lo que cosecho, así lo veo cada día.
El que siembra
vientos, cosecha tempestades. El que siembra egoísmos, se queda solo. El que
siembra críticas, será criticado. El que siembra sonrisas, recibirá
carcajadas. El padre José Kentenich me anima a servir sin esperar
nada:
“Servir a
las personas silenciosamente como lo he podido hacer yo. La riqueza más grande
fluye, a modo de retorno, sobre aquel que se esfuerza por poner todas sus
energías en el servicio de las almas”.
Cuando sirvo no
pienso en lo que voy a obtener a cambio de mi generosidad. Eso es una
regla básica. Ni miro la respuesta que recibo.
No busco el
aplauso, ni el reconocimiento. Sirvo por amor. Porque mi vida
quiere ser servicio. Pan partido. Sangre derramada. Hace falta madurez para
servir de esta manera.
El servicio es
renuncia. Sirvo para que el otro llegue a ser la mejor
versión de sí mismo. Sirvo para que la semilla original que Dios ha sembrado en
su alma dé mucho fruto. Sirvo para que el otro sea feliz, tal vez más feliz que
yo mismo.
Sirvo como lo
hizo Jesús, me arrodillo ante los pies del que sirvo, se los lavo y hago que se
sienta en paz. Jesús ama sirviendo. Se arrodilla ante sus
discípulos y realiza un trabajo de esclavos. Les lava los pies.
Para servir así
hace falta mucha madurez y humildad. Soy inmaduro cuando
pienso siempre en mí. La autorreferencia es lo más opuesto al servicio. La
persona autorreferente, incluso cuando intenta servir, se busca a sí misma.
No tengo
intenciones totalmente puras. Lo
reconozco. Pero quiero crecer en ese camino de la santidad en el servicio.
Quiero ser más maduro, más libre, más humilde.
Busco la
humildad del servicio que nadie ve y nadie valora. El servicio que busca que
aquel al que sirvo sea mejor persona, más santo, más pleno.
Mi servicio es
desinteresado en el sentido de no vivir buscándome a mí mismo al darme. Pero
pone todo su interés en los intereses de los que sirve. Sirve de forma
interesada, poniendo el corazón en lo que hace.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente: Aleteia