Se
ha codeado con los directores de orquesta más importantes y ha iluminado los
escenarios más grandes del mundo con su excepcional voz
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Yvon Le Franc | Yvon Le Franc |
El
antiguo barítono Thierry Félix fue ordenado sacerdote en la diócesis de Vannes,
Francia, el pasado 23 de junio. Él mismo cuenta a Aleteia su atípica
trayectoria, de cantante de renombre hasta su llamada decisiva al sacerdocio.
Una vocación que, inconscientemente, siempre ha estado presente en el fondo de
su ser
Como
la vocación sacerdotal, el camino de la música no fue algo evidente para
Thierry Félix. Nacido en una familia sin músicos, no sintió en seguida el deseo
de hacerse cantante.
Fue
con 16 años, cuando un amigo le invitó a descubrir el piano, cuando surgió el
auténtico flechazo. “Me obsesioné con el piano, lo tocaba constantemente y
resultó que tenía grandes capacidades en este ámbito”.
Un
día, mientras leía la composición coral Jesus bleibet meine Freude (Jesús,
alegría de los hombres), de Johann Sebastian Bach, quedó subyugado por la
belleza de su música.
“Aquel
día hice una promesa al Señor. Le dije: ‘Si me prometes que puedo hacer música,
lo abandonaré todo, nunca me casaré’”. Una señal, sin duda, precursora de su
futura vocación, como él mismo confiesa.
Después
del bachillerato, Thierry Félix empezó a estudiar ciencia política, pero no le
satisfizo. Cambió de vía y se dirigió hacia estudios de musicología en la
Sorbona, mientras continuaba estudiando música en el conservatorio.
Finalmente,
con motivo de una audición para ingresar en un coro, se reveló su futura
carrera de cantante: “La directora del conservatorio quedó impresionada con mi
voz y me aconsejó perseverar. Yo, que era asmático y tímido, me sentía cómodo
de repente cuando cantaba. Estaba en mi elemento, me hacía sentir bien”, cuenta
Thierry.
A
continuación, todo se desarrolló con rapidez. Actuó en numerosas iglesias
parisinas, entró en el Conservatorio Nacional de París e interpretó las obras
más notables del repertorio sacro. Se convirtió en un barítono solista de
reconocimiento y su carrera despegó considerablemente hasta que recibió, en
1992, el primer premio de canto del Concurso Internacional de Música Reina
Isabel de Bélgica. Una fecha importante que marcó el comienzo de su carrera internacional.
Durante veinte años, recorrió los escenarios más destacados del mundo, obtuvo
los papeles más prestigiosos en ópera y grabó varios discos. Una carrera
sobresaliente que duraría hasta 2009, año en que la fe llegaría para
revolucionar profundamente su vida.
“La fe se consolidó
gracias a la música”
Aunque
era creyente desde su juventud, Thierry Félix no venía de una familia católica.
Nació de un padre ateo y de una madre creyente, pero no practicante, así que el
joven no recibió el bautismo ni jamás puso los pies en una misa, a pesar de su
atracción por las iglesias. “La fe estaba presente, leía el misal de mi madre,
recitaba las oraciones, depositaba cirios en las iglesias, pero eso era todo.
Mi fe se consolidó gracias a la música. Cantaba mucho repertorio sacro y esta
música era para mí algo trascendente, me conectaba de verdad con el Señor. Nada
más que con inspirar el aire, con hacer vibrar las cuerdas vocales, hay como
una encarnación en el canto. Es una oración que se dirige continuamente a Dios”.
Al cabo del tiempo, el cantante frecuentó cada vez más las iglesias, rezaba el
rosario, pero todavía no iba a la misa.
A
la edad de 37 años, estando de excursión en Suiza con uno de sus amigos, este
le dijo que no podía acompañarle a la caminata del domingo por la mañana porque
debía asistir a misa. Esta respuesta le interpeló. Motivado por esta
revelación, el cantante decidió asistir a una misa de la catedral Saint-Gal por
primera vez en su vida. “Quedé transportado y, desde aquel día, siempre iba a
misa. ¡Y comulgaba todas las veces porque ignoraba que había que estar
bautizado!”, comenta entre risas.
A
su regreso a París, frecuentó la iglesia Sainte-Clotilde y aprendió que debía
pasar tres años de catecumenado para poder comulgar. Su espíritu rebelde se
indignó: “Me parecía imposible realizar este camino de tres años con todos los
desplazamientos que exigía mi carrera de cantante. Entonces decidí hacer caso
omiso, porque estaba convencido de que solo contaba la fe. Así que continué
yendo a misa y comulgando plenamente consciente de ello”. Después de un tiempo
de discernimiento, se dio cuenta de lo importante de afirmar su fe católica y
aceptó la idea de bautizarse. Un recorrido que fue parejo a su deseo de
implicarse más personalmente. Se estableció en la isla francesa de
Belle-Île-en-Mer y allí compró una casa, abriendo así un nuevo capítulo de su
vida.
“Mi
carrera de cantante ya no respondía a mis expectativas. Mi búsqueda de belleza,
mi ideal, ya no se encontraba en la música”.
“Me
fui a ver al cura de Belle-Île y le conté mi historia. De inmediato me abrió
los brazos y decidió bautizarme unos días más tarde, durante la velada pascual.
Un bautismo rápido que el obispo aceptó finalmente en vista de mi recorrido”.
También en este periodo, el joven bautizado experimentó un profundo desinterés
por su oficio. “Mi carrera de cantante ya no respondía a mis expectativas. Mi
búsqueda de belleza, mi ideal, ya no se encontraba en la música”. La crisis
económica de 2009 trajo problemas en sus contratos y se añadieron problemas de
salud, por lo que sentía profundas ganas de cambiar de vida. “No intenté
perseverar en la música y jamás me arrepentí. Efectué pequeños trabajos y
comencé a servir en la parroquia. Me convertí en una especie de vicario del
cura. Coordinaba la catequesis, las misas, mantenía el órgano… ¡Finalmente
aprendí el oficio de sacerdote en sí!”.
En
el papel de Teseo en la Ópera de París, para Hippolyte et Aricie de
Jean-Philippe Rameau.
Aunque
la vocación al sacerdocio comenzaba a hacerse cada vez más palpable, fue
realmente en la basílica de Sainte-Anne d’Auray donde Thierry Félix tuvo una
experiencia mística que consolidaría su intuición. “Durante la misa de
Pentecostés, escuché la voz de una mujer —que más tarde atribuí a la monja Yvonne-Aimée de
Malestroit— que me dijo: ‘Thierry, tienes que hacer algo por la
Iglesia. Es importante, ¡actúa!”. Entonces, confesó a su cura su deseo de ser
diácono, aunque el sacerdote esperaba en secreto que se lanzara a la vida del
sacerdocio. Por fin, fue ordenado diácono permanente cuatro años después, en
2013, para luego, después de un largo discernimiento y un retiro de treinta
días decisivo, expresar al fin a su obispo su deseo de convertirse en
sacerdote. Después de tres años de formación, se ordenó el 23 de junio de 2019
en Vannes.
“Creo que siempre sentí la vocación de ser
sacerdote –confiesa Thierry—. Mi voto, con 17 años, de no casarme fue ya una
señal”.
“En
mis veinte años de carrera, la idea del matrimonio se me ha pasado por la
cabeza, por supuesto, pero las relaciones terminaban siempre en fracaso porque,
en el fondo, yo no estaba llamado a eso”.
A
la pregunta de si no es difícil pasar de la luz a la sombra y a una cierta
“soledad”, Thierry declara: “Cuando eres cantante, estás muy solo. Te adulan
después de los conciertos, pero, una vez fuera del escenario, te encuentras
solo en tu habitación de hotel en la otra punta del mundo.
Estás
obligado a prestar atención constante a tu voz. Es una vida muy difícil. Hoy en
día, celebro la misa y es algo emotivo. Siento la presencia de Dios que
desciende sobre el altar. ¡Es enorme!”.
En
cuanto a la música, ¿tiene para él un lugar más importante en la celebración
litúrgica que para sus hermanos sacerdotes? “Por supuesto, mantengo mi afecto
por la música y me encanta la hermosura de las misas.
Cuando
asistí a mi primera misa en Saint-Gall, creía que todas las misas eran como
aquella. Grandiosas y con magníficos cantos.
En
Belle-Île, descubrí la realidad y el Señor me despojó verdaderamente de una
cosa por la que sentía apego. Estoy contento con eso porque no es lo más
importante.
Hay
tanta belleza en una misa solemne como en una misa baja. El Señor está en todas
partes y se expresa igual de bien a través de un gran coro que en la voz de una
señora anciana que intenta, lo mejor que puede, animar la misa. Hay una
auténtica encarnación en la música, que se expresa físicamente. Con nuestro
cuerpo, llevamos la palabra de Dios en el cosmos”.
Caroline
Becker
Fuente:
Aleteia