Jesús no puede resistirse porque me ve débil, el amor es
generoso, lo pidas o no
![]() |
Jay Huang-(CC BY 2.0) |
Jesús
cuenta una parábola. La del amigo importuno:
“Si
alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle:
– Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no
tengo nada que ofrecerle. Y, desde dentro, el otro le responde: – No me
molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo
levantarme para dártelos. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se
levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite”.
En la casa de la parábola el
padre de familia tenía que despertar a todos para dar pan a su amigo. Parece
que lo prudente es no dárselo. El amigo insiste. No se cansa. Y el dueño de la
casa acaba cediendo. Para que lo deje tranquilo.
A
menudo yo cedo a peticiones exageradas e inoportunas. Y recuerdo esta
parábola. Y pienso que no lo hago bien. Porque lo hago para que me dejen
tranquilo.
Pero no es así.
Es bueno lo que hago. Hago
un bien, aunque mi deseo primero era no hacerlo. Insisten y acabo cediendo ante
la perseverancia del que pide.
¿Así es Dios conmigo? No lo
sé. Pero yo sí trato de responder para que me dejen tranquilo. Lo hago no por amor, sino como fruto de la
insistencia. ¿No me pasa esto a menudo?
La insistencia abre la
puerta de mi generosidad. Mi alma cede
ante el que presiona e insiste. Insisten para que dé y al final lo
hago para que me dejen tranquilo.
No soy tan bueno como
parece. Y yo, no siendo bueno, cedo y doy. ¿No hará más todavía Dios que sí que
es bueno? Así lo dice Jesús:
“¿Qué
padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le
pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a
los que se lo piden?”.
Si yo que soy malo hago el
bien, si yo que me busco a mí mismo egoístamente amo y me entrego, si yo que tengo intenciones impuras en mi
entrega soy generoso, ¡cómo será entonces el amor de ese Dios que me ama con
pureza y de forma desproporcionada!
Dios
me ama como soy, en mi pobreza. Y me ama sin darle yo nada a cambio. Simplemente me da y me
quiere porque soy su hijo. Porque le pido cada día que cuide mi camino.
Y Jesús no puede resistirse porque me ve débil,
desvalido y corre a levantarme. Dios me lo da todo. Y sobre todo me da el
Espíritu Santo. Esa promesa me conmueve.
Dios me envía su Espíritu
para que aprenda a vivir con paz, con alegría. Me lo da para que viva lleno de
su amor.
Yo también quiero ser bueno
con todos. Quiero darme, quiero dar. Quiero
amar con ese corazón de Jesús que no duda en dar, en darse.
Doy gracias a Dios por todo
lo que hace en mí. Se lo pido. Y muchas veces me lo da sin pedírselo. Lo que
sucede es que no sé apreciarlo.
No me fijo que muchas de las
cosas que tengo son un don de su misericordia. Son gracia. Me ama como soy, con
locura.
Y me da mucho más de lo que
yo necesito. Y yo me fijo justo en lo que no tengo, en lo que me falta.
Quisiera aprender a agradecer por todo lo que me ha dado.
Sólo un corazón agradecido ve lo bueno de su vida y de los hombres.
Sólo un corazón que vive en
paz puede darse a los que le piden amor y entrega. Sólo
si estoy en paz con mi vida puedo mirar con misericordia y amar hasta que duela.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia