Entre los seres vivos, también cada ser humano influye, en ocasiones seriamente, en el equilibrio del ambiente que nos permite existir
Cada
ser vivo influye, con mayor o menor medida, en el planeta Tierra. Entre los
seres vivos, también cada ser humano influye, en ocasiones seriamente, en el
equilibrio del ambiente que nos permite existir.
En
este contexto surge en algunos la pregunta sobre el número de hijos que genere
cada pareja. ¿Tener más hijos provocaría un mayor daño al ambiente? ¿Tener
menos hijos llevaría a mejorar las condiciones externas y a respetar la
ecología?
No
resulta fácil ofrecer respuestas exhaustivas por la cantidad de aspectos que
habría que tener en cuenta. Estas líneas se fijan en cuatro que merecen una
reflexión seria y equilibrada.
Lo
primero que hace falta recordar es lo siguiente: no todos los seres humanos
influyen de igual modo en el ambiente.
Ello
explica que una familia con 6 hijos puede tener un impacto sobre el planeta
mucho menor que un soltero sin hijos, según los estilos de vida que adopten la
familia y la persona que vive sola, respectivamente.
Porque
si esa familia numerosa, por elección o por necesidad, vive con pocos aparatos,
con un escaso uso de electricidad, con una dieta bastante reducida, sin un
coche, sin sistemas de calefacción o de refrigeración, será mucho más
“ecológica” que el individuo que vive sin hijos pero que usa continuamente un
yet particular...
Este
primer aspecto pone de relieve que el punto central no está en el número de
hijos, sino en los estilos de vida que cada uno puede escoger. Desde luego, una
familia con muchos hijos y que adopta un nivel de vida lleno de aparatos y de
viajes generará consecuencias ecológicas de enorme importancia. Pero no sería
correcto considerar a tal familia como irresponsable por tener tantos hijos,
sino por la manera consumística en la que vive...
Tener
esto en cuenta no significa ignorar la importancia de los números. El influjo
que tienen en un territorio 100 personas que usan razonablemente de los
recursos de nuestro mundo será siempre menor que lo que generen 1000 personas
con un tenor de vida semejante al de las 100 personas en ese mismo territorio.
Lo que se intenta evidenciar es la complejidad del tema y la importancia de las
opciones y comportamientos que adopten cada individuo y cada familia, para no
fijarnos solo en los números.
El
segundo aspecto se refiere a lo difícil que resulta evaluar el impacto que
tiene la especie humana en una perspectiva que tenga en cuenta todo el globo
terráqueo. Son tantas las variables y tantos los aspectos a considerar, que
establecer cuál sería el número total de habitantes que “soporte” la Tierra
resulta prácticamente imposible.
Lo
que sí resultaría más asequible es estudiar el tema en territorios reducidos.
Ciertamente, existe el comercio y muchos alimentos pasan de un continente a
otro. Además, durante siglos cientos y miles de personas, en situaciones de
comida o de agua en una zona concreta, han optado por desplazarse a otros
territorios. Pero es obvio que si en un determinado momento las familias
constatan que tener hijos es condenarlos al hambre y agravar la situación de
todo un poblado o una región, tendrán esto en cuenta a la hora de abrirse o no
a la llegada de un nuevo hijo.
Hay
un tercer aspecto que tiene su importancia. Cada ser humano tiene unas
características que lo hacen único. Si no está afectado por graves enfermedades
que le impidan una vida normal, pensará de modo inteligente y tomará decisiones
libres.
De
esta manera, cada hijo entra en el mundo con unas posibilidades casi
ilimitadas, lo que permitirá que el quinto hijo de un matrimonio llegue un día
a descubrir un nuevo sistema de producir agua dulce desde el agua del mar.
También permitirá, por desgracia, que otro hijo construya fábricas que
contaminen el ambiente, o provoque guerras en las que se usen armas químicas...
Por
eso, a la hora de pensar en cuántos hijos “debería” tener una pareja no basta
con sopesar en qué influirá este posible nuevo hijo en el ambiente, sino en las
maneras concretas en las que vivirá, maneras que permitirán mejorar las cosas
(si vive ecológicamente) o empeorarlas (si actúa esclavizado por el consumismo
y las ambiciones egoístas).
Un
último aspecto a considerar va más allá de lo simplemente terrestre. Un hijo
empieza a existir en la Tierra, pero está llamado a una vida eterna. Es a la
luz de esa vida eterna que cada existencia tiene un valor incalculable. Sea
rico o pobre, sano o enfermo, de una raza o de otra, su existencia está en
relación directa con Dios.
Por
eso, optar por no tener hijos por miedo a que provoquen un posible y no muy
claro daño el ambiente es caer en un reduccionismo que no ve que cada vida vale
por sí misma, aunque camine por una ciudad llena de smog o no consiga los
alimentos necesarios para lograr una dieta equilibrada.
Tener
en cuenta estos aspectos ayuda a reconocer la complejidad de las dimensiones
que están en juego. En cambio, pensar que con menos hijos mejorará la salud del
planeta resulta simplista y, en ocasiones, implica una alianza con mentalidades
antinatalistas denunciadas por el Papa Francisco en la encíclica “Laudato si'“.
En
concreto, y así terminamos estas líneas, son de especial interés las siguientes
reflexiones de la encíclica apenas citada:
“En
lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo
diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No
faltan presiones internacionales a los países en desarrollo, condicionando
ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva». Pero, «si bien
es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos
disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente,
debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un
desarrollo integral y solidario».
Culpar
al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es
un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo
distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en
una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni
siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se
desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el
alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre». De
cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en la
distribución de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional
como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a situaciones
regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a la
contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la
pérdida de recursos, a la calidad de vida” (Papa Francisco, Laudato si', n.
50).
Por: P. Fernando Pascual
Fuente:
Catholic.net