No
hay nada tan urgente que no pueda esperar: dibuja corderos
![]() |
Antoine de Saint-Exupéry |
Que
otros sean los que me ayuden, me cuiden, me lleven. Quiero hacer las cosas
solo, sin nadie. Me basto a mí mismo. Como si la vida dependiera de mí
totalmente. Decía el P. Kentenich: «Puede haber religiosos y religiosas que
presentan serias dificultades para depender de los demás, aduciendo incluso
motivos idealistas y altamente espirituales, y que están dispuestos a soportar
esfuerzos inhumanos, como trabajar hasta bien avanzada la noche, afrontar o a
solas situaciones insoportables, con tal de no tener que pedir un favor a
nadie; son personas muy eficientes, pero incapaces de un diálogo personal. La
dependencia es positiva de por sí, porque puede predisponer poner al religioso
a la humildad, a no bastarse a sí mismo y a entrar en una relación afectiva con
los demás».
Corro
el riesgo de no necesitar a otros. Como si yo solo me bastase para enfrentar la
vida. Me da miedo perder los ojos de niño necesitado. El alma de hijo pobre que
pide ayuda. Siempre me ha gustado el principito de Antoine Saint-Exupéry. El
libro comienza con el encuentro entre un piloto con el avión roto en mitad del
desierto y el principito que entra en escena: «Cuando logré finalmente hablar,
le dije: – Pero… ¿qué haces aquí? Y entonces me repitió, muy dulcemente, como
una cosa muy seria: – Por favor… dibújame un cordero… Cuando el misterio es
demasiado impresionante, no es posible desobedecer. Por absurdo que me
pareciese a mil millas de todos los lugares habitados y en peligro de muerte,
saqué de mi bolsillo una hoja de papel y una pluma. Pero entonces recordé que
había estudiado sobre todo geografía, historia, matemática y gramática y le
dije al hombrecito (con un poco de mal humor) que no sabía dibujar. Me
respondió: – No importa. Dibújame un cordero».
No
sé por qué me he quedado pensando hoy en este encuentro entre el principito y
el piloto. Dos mundos que se encuentran en mitad del desierto. ¿Para qué sirve
un cordero dibujado? ¿Cómo logrará arreglar el cordero un avión roto en mitad
del desierto? Ante el misterio no es posible desobedecer. Ante lo que parece
tan absurdo. A veces me encuentro en necesidad. Y busco ayuda para algo
concreto. Y aparece un principito en mi vida pidiéndome que le dibuje un
cordero. ¿Qué sentido tiene? Me empeño en hacer cosas importantes. Soy
demasiado serio. Mi tiempo es valioso. ¿De qué sirve dibujar un cordero? ¿A
quién salva?
Ante
el absurdo me detengo. Me han dicho que lo serio es lo que cuenta. Que la
imaginación no es importante. O soñar. O dibujar corderos. Y entonces, ante la
insistencia del principito, sucede el milagro: «Esta es la caja. El cordero que
quieres está adentro. Pero me sorprendí mucho al ver que se iluminaba el rostro
de mi joven juez: – Es exactamente así que lo quería!».
Dos
niños se encuentran en el desierto haciendo cosas poco serias mientras lo serio
tiene que esperar. Me veo a mí mismo caminando con aire serio. Todo lo que hago
es serio, importante, sin mí nada va a llegar a buen puerto, tengo que hacer
algo, tengo que estar. Dibujar un cordero es una absoluta pérdida de tiempo.
Más aún un cordero dentro de una caja. No puedo verlo. Pero sí el principito
que mira por los agujeros. ¡Qué niño tengo que ser para poder mirar por los
agujeros de una caja pintada! Una caja con dos agujeros contiene lo que hay en
mi imaginación. Yo decido cómo es el cordero. Yo y mis sueños. Para eso tengo
que ser capaz de dejar lo urgente y centrarme en lo innecesario. Necesito
ayuda. No para arreglar el motor, que parece urgente y necesario. Sino para
pintar un cordero en el momento más inoportuno.
Hay personas inoportunas en mi
vida que me detienen. Me importunan. Me hacen preguntas fuera de lugar. Me
sacan de mi lista de deberes. Me ponen ante lo innecesario. Entonces me siento
violento. Estoy perdiendo el tiempo, pienso en mi conciencia bien formada y
exigente. Y recuerdo que lo urgente a veces puede esperar: «Ante un problema
que nos quita la paz lo urgente no es resolverlo sino recuperar la paz y ver
luego qué podemos hacer. Evitaremos decisiones rápidas y precipitadas
gobernadas por el miedo y no buscaremos resolver a toda costa problemas ante
los que somos impotentes».
Esa
mirada me devuelve la paz. No hay nada tan urgente que no pueda esperar. Me
detengo a dibujar mi cordero. No es necesario hacerlo, eso lo sé muy bien. Pero
no importa. Lo urgente no es lo más importante. Cuidar la vida de las personas
que tengo cerca es lo que Dios me pide. Quiere que me detenga ante ellas sin
prisas, sin urgencias, sin necesidades. Sólo para perder el tiempo. ¿Sé
hacerlo? Ojalá entrara en mi vida todos los días un principito para sacarme de
mis necesidades. No me gusta depender de nadie. Quiero hacer las cosas yo y que
no me molesten, que no interfieran en mis tiempos, en mis ritmos. La mirada del
principito altera mis prisas, mis horarios. Quiero tener un corazón de niño.
Sin prisas ni urgencias. ¿Qué es lo que tengo que hacer ahora? ¿Cuál es la
decisión correcta? Necesito ayuda. Quiero pedir ayuda. La ayuda de un
principito que me haga recuperar mis ojos de niño, mi corazón de niño que está
dispuesto a dejar pasar la vida entre sus dedos pequeños. Sin prisas, sin
pausa. Con el corazón alegre y la mirada capaz de desentrañar misterios.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia