La
Biblia nunca adoptó una mirada condescendiente hacia el lobo
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| © Julian Kumar / Godong | Ref : 456 |
El
lobo ha heredado en el mundo occidental una imagen negativa que en la Biblia no
es excepción, donde se le describe como animal malvado y sinónimo de
destrucción. Curiosamente, este retrato no fue siempre tan oscuro y las
antiguas civilizaciones septentrionales presentaban al lobo a menudo como un
animal de luz. Sin embargo, el lobo asociado al mundo pagano por los primeros
cristianos conservaría esta imagen negativa y cruel que se opone a la del dulce
e inocente cordero y oveja, una oposición muy viva aún en nuestros días…
En
las culturas y civilizaciones precristianas, este animal era venerado en
lugares como Egipto, donde el famoso dios con cabeza de lobo Anubis presidía
los ritos funerarios y purificaba las almas para prepararlas para la
inmortalidad. También estaba muy presente en la antigua Grecia, donde se le
llamaba lycos y se asociaba a la luz.
Así,
Apolo nació de su madre Leto transformada en loba por Zeus, un mito que se
retomará también con la famosa loba que amamantó a Rómulo y Remo y marcó la
fundación de Roma. ¿Podría ser esta asociación al mundo pagano romano la que
favoreció la funesta imagen del lobo entre los primeros cristianos? Sería
precipitado concluir algo así, ya que los textos bíblicos siempre han visto en
el lobo a un animal funesto, como testimonian un gran número de referencias.
La calamidad bíblica
En
efecto, la Biblia nunca adoptó una mirada condescendiente hacia el lobo. La
ferocidad del animal se llega a citar hasta quince veces. Desde el Génesis,
el lobo se presenta como un animal que hiere y devora a su presa. Más adelante,
el libro del Eclesiástico asociará cordero y religioso en oposición a
lobo y pecador. Finalmente, cuando Isaías evoca un mundo ideal, es uno donde
“el lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito;
el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los
conducirá”.
Incontestablemente,
son la ferocidad y la bestialidad las que presiden en los textos bíblicos el
destino del cánido que mata en manada, sin demora. Jeremías promete la
destrucción por su intermediación de todos los que se aparten del camino del
Señor, haciendo del lobo también un instrumento de la cólera divina. Esta
oposición del cruel y feroz lobo frente a la inocencia tendría un largo
recorrido e inspiraría un increíble número de fábulas o cuentos moralistas:
Esopo, Fedro o incluso La Fontaine, con no menos de catorce fábulas, sin
olvidar, claro está, Perrault y los Grimm con la célebre Caperucita roja.
El buen pastor frente al
lobo
El
Evangelio según san Juan presenta incluso un juicio directo de Jesús sobre el
lobo. Estando Cristo hablando a sus discípulos, les enseña: “Les aseguro que yo
soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son
ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado”. Jesús prosigue su
enseñanza comparando los ladrones a los lobos que arrebatan la vida sin
miramientos, mientras que “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por
las ovejas”.
Y
prosigue: “El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen
las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata
y la dispersa”. El animal, el lobo, se opone así en este ejemplo directamente a
la Palabra de Jesús. A diferencia de los cultos paganos, deja de ser luz, sino
oscuridad resultante de su ferocidad. San Pablo prolongará esta enseñanza
recomendando prudencia, porque “…después de mi partida se introducirán entre
ustedes lobos rapaces que no perdonarán al rebaño”.
Eran
tiempos difíciles para el cristianismo naciente, un periodo agitado donde la
Palabra habría de transmitirse por los cuatro rincones de un mundo pagano
hostil a esta novedad, una prudencia necesaria que también recordaría Mateo
usando esta misma metáfora al asociar el peligro de los paganos y los romanos
con los lobos. El lobo, decididamente, no tiene buena prensa, y su ferocidad y
peligrosidad se refuerzan.
El lobo demonizado
No
haría falta mucho más para que, a partir de la Edad Media, el lobo se asociará
en la imaginación cristiana con el mismo diablo, como nos recuerda Melitón de
Sardes: “El lobo es el diablo”. Un relicario de Brescia no duda en retomar esta
imagen representando al buen pastor expulsando al lobo de su rebaño. El lobo
deja de ser solamente un animal nefasto y feroz en el bestiario cristiano, sino
que se vuelve demoniaco… Además, tampoco tardaría en brotar otra referencia al
lobo durante la Edad Media, la de la licantropía, es decir, la metamorfosis de
seres humanos en hombres lobo bajo la influencia del Maligno.
El lobo, siempre de
actualidad
Hoy,
aunque la presencia del lobo sigue siendo relevante con su reintroducción en
Francia, especialmente en los Pirineos, suscita igualmente temores y
preocupaciones derivados de este legado histórico todavía presente en la
imaginación. La visión negativa del lobo no ha desaparecido tampoco de la
imaginería y del bestiario cristiano actual. ¿Acaso el papa Francisco no nos ha
animado recientemente a “anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de
los lobos voraces”?
Philippe-Emmanuel Krautter
Fuente:
Aleteia






