Por qué
algunos consideran el cristianismo como extremista
Si eres de los se toman
en serio su fe en Jesucristo y se esfuerzan por ser devoto o devota del Señor,
habrás observado, aunque sea en incidentes aislados, que profesar tu fe
cristiana, al margen de lo benigno de la situación, a menudo es una expresión
personal poco o mal recibida en nuestro mundo del siglo XXI.
En relación al tema, el escritor de la editorial Ignatius Press Carl E. Olson
escribió un artículo para el periódico Catholic World Report titulado Nuevo estudio: un creciente número
de estadounidenses consideran el cristianismo como “extremista”.
¿Es acertada esta
valoración de los estadounidenses? ¿La corriente principal de
cristianismo fomenta de forma inherente el extremismo o la intolerancia hacia
otras formas de fe y, por extensión, fomenta la violencia?
¿Es posible que un
cristiano cometa un acto de pura violencia y lo justifique en el nombre de
Dios? Para ser breves: no.
Si lees los Evangelios,
desde el primer capítulo de Mateo hasta el capítulo 21 de Juan, en
ninguno de esos 89 capítulos encontrarás la más mínima circunstancia por la que
Jesús haga un llamamiento a la violencia(algunos mencionan Mateo 10:34-36,
con su paralelo en Lucas 12:51-53, pero ciertamente debe ser evaluado y
valorado en base al contexto, porque la intención es bien discernible).
¿Que
algunos han cometido actos de violencia en Su nombre? Por desgracia sí. No
obstante, obraron de forma antitética a lo que dicta el Evangelio.
Después de todo, tal y
como afirmaba tan rotundamente Jesús: “No todos los que dicen: ‘Señor, Señor’,
entrarán en el reino de los cielos, sino solamente los que hacen la voluntad de
mi Padre celestial. Aquel día muchos me dirán: ‘Señor,
Señor, nosotros comunicamos mensajes en tu nombre, y en tu nombre expulsamos
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros’. Pero entonces les
contestaré: ‘Nunca los conocí; ¡aléjense de mí, malhechores!’” (Mateo 7:21-23).
Más tarde en su
ministerio, incluso en mitad de su Pasión, Jesús nos recordó con su célebre
frase: “Guarda tu espada en su lugar. Porque todos los que pelean
con la espada, también a espada morirán” (Mateo 26:52).
Por supuesto, Jesús no
se amedrentaba a la hora de decir de qué forma estamos llamados a vivir
(también hoy día) unas vidas justas, y proclama múltiples verdades en relación
a la moral en un marco de amor que, en ocasiones, nos resulta un verdadero
desafío –a todos– siquiera escucharlo; ni que decir aceptarlo, mucho menos
asimilarlo inmediatamente.
De este modo, nos llama
a todos por igual a que nos arrepintamos a la luz de nuestros pecados, que nos
separan de su constante gracia…
Y es que en última
instancia, Él es el Príncipe de la Paz: “Porque nos ha nacido un
niño, Dios nos ha dado un hijo, al cual se le ha concedido el poder de
gobernar. Y le darán estos nombres: Admirable en sus planes, Dios invencible,
Padre eterno, Príncipe de la Paz” (Isaías 9:6).
Aunque es cierto –y
siempre lamentable– que hay personas que han recurrido a la violencia en el
nombre de ciertas religiones (podría estar el día entero dando cifras
objetivas, circunstancias y otros detalles de entre toda la diversidad de
tradiciones de fe), debemos continuar recordando cuantísimas más personas han
elegido enarbolar la paz en nombre de esas mismas religiones.
En otras palabras, por
cada persona que ha cometido un acto perverso en nombre de la fe, hay
multitudes más de personas cuyas convicciones religiosas les han disuadido de
actuar maliciosamente, manteniendo la tolerancia por el bien de la
humanidad entre sus referentes a la hora de tomar decisiones.
La ingente cantidad en
este último caso es, por fortuna, realmente asombrosa.
¿Cuál es la respuesta
cristiana al mal y a la violencia entre nosotros? ¿Qué pueden hacer los
cristianos cuando se acusa ampliamente al cristianismo de una calamidad, aunque
no haya conexión –directa o indirecta– con ningún cristiano o cristiana que
apoye dicho pecado? En pocas palabras, el discípulo de Cristo está llamado a
continuar siendo diferente del mundo. ¿Cuál es la respuesta cristiana? La
piadosa paz del amor y el devoto amor de la paz.
“La paz os dejo, mi paz
os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni
tenga miedo” (Juan 14:27).
Fuente: Aleteia
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