30.9.19

6 IDEAS PARA QUE LOS JÓVENES PERSEVEREN EN LA FE LUEGO DE RECIBIR LA CONFIRMACIÓN

Cada tanto se confirman muchos jóvenes a los que luego nadie vuelve a ver

Cuenta una historia que una parroquia muy antigua fue invadida por una plaga de murciélagos que era tan grande, que ya nadie podía asistir a las actividades que se realizaban allí. El párroco, abrumado por la situación, recurrió a sus hermanos sacerdotes, diciéndoles: -«Hermanos, ya no sé qué hacer con estos murciélagos, he intentado de todo, pero no hay forma de hacer que se vayan»-. En eso, tomó la palabra el más anciano de la asamblea y le dijo: -«Lo que usted tiene que hacer es inscribir a esos murciélagos en la catequesis para la confirmación y santo remedio»-. Desconcertados, todos lo miraron sin entender nada. El párroco víctima de la plaga preguntó por qué tenía que preparar a los murciélagos para que reciban la confirmación, a lo que el anciano respondió: -«Pues muy fácil, hijo… una vez que los confirmas, ya no vuelven más»-.

Sí, puede que sea un chiste malo pero parece que la preparación para recibir el sacramento de la confirmación fuera como un curso del que la gente se gradúa y listo: se va a casa con sus certificados, velitas y fotos (lo que luego les sirve para tener sus “papeles al día”) por si les piden ser padrinos o madrinas o, en el mejor de los casos, contraer matrimonio. Lamentablemente, cada cierto tiempo, se confirman cientos e, incluso, miles de jóvenes, pero al año siguiente (cuando ya han recibido el sacramento) nadie vuelve a saber de ellos. Lo más triste y preocupante no es solo su ausencia en alguna instancia eclesial, sino que el fervor que logramos despertar en ellos durante la catequesis, al parecer se ha ido apagando, por lo que no han perseverado. Y aquí nos preguntamos: ¿qué nos faltó como catequistas?


No podemos dar fórmulas ni recetas, pero sí algunos elementos para la reflexión, pues nos hemos convertido en una máquina que produce católicos confirmados en serie, pero no en serio. La gente a la que preparamos parece necesitar de algo que no sabemos darle o bien los espacios que hemos creado no los saben acoger. Así es que abróchate el cinturón y vamos a revisar qué podemos hacer al respecto.

1. El mandato es: “id y evangelizar”, no hacer un afiche y esperar a que lleguen


En el Evangelio según san Mateo, Jesús envía a sus seguidores a la misión y les dice: «Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos…» (Mt 28, 19a). Jesús no dice que hagamos actividades, jornadas, seminarios o encuentros los sábados por la tarde, que peguemos un afiche en el diario mural de la parroquia y que pasemos el aviso en misa. Eso se llama “pescar en la pecera”. A nuestros jóvenes, y a todo el mundo, tenemos que salir a buscarlos: como dice el Papa Francisco, tenemos que «primerear», es decir, tomar la iniciativa. Tenemos que ir por ellos y a donde ellos están, es ahí donde debemos llevar a Jesús.

¿Te imaginas a san Pablo predicando a los jóvenes sobre Jesús y luego diciéndoles: Bueno, ahora tienen que ir a Jerusalén, porque allí se llevan a cabo todas las cosas”?

2. Acondicionar espacios acogedores


No se trata solo de tener sillas cómodas, salas con agradable aroma y buena música ambiental, sino de acoger a los jóvenes con amor. Me ha tocado ver como adultos reciben a los jóvenes que recién llegan a las parroquias, mirándolos de pies a cabeza, cuestionando por qué usan esas ropas, por qué tienen esos piercings, por qué se hicieron esos tatuajes o lo que fuera, y peor: se molestan si los jóvenes no saben qué contestar respecto a algún tema ligado a la Iglesia, porque eso significaría que no han aprendido nada en la confirmación.

Acoger a los jóvenes implica que, cuando abrimos las puertas para recibirlos, no esperamos que vengan vestidos de un blanco radiante, con sus vidas resueltas, con el Catecismo aprendido de memoria y dejando el teléfono en casa, para que no suene durante la oración. Acondicionar espacios acogedores significa acondicionar nuestros corazones para recibirlos como los recibiría el padre del hijo pródigo, sin pedir explicaciones, con un abrazo apretado y haciendo fiesta. Ya habrá tiempo para renovar el closet, educarlos en el uso del teléfono y reforzar aquello que no aprendieron en catequesis.

3. El valor de la pastoral de jóvenes


Es triste cuando los jóvenes de la parroquia sienten que están ahí solo porque son útiles. Es como si no tuvieran un valor “por” lo que son, sino “para” lo que sirven. Pues la verdad es: ¿qué haríamos sin los jóvenes?, necesitamos manos para mover las bancas del templo, nos urge que se disfracen para el pesebre o el vía Crucis, queremos que se suban a los postes y techos para colgar los lienzos e imágenes, necesitamos que canten y animen las peregrinaciones, entretengan a los niños y así, ¡tantas cosas! Todo eso es muy lindo, y seguro que gran parte de ustedes, adultos que leen esto, lo hicieron y les ayudó a afirmar su fe, pero, ¿qué pasa si los jóvenes sólo se dedican a crecer, formarse, reunirse, amarse y recrearse sin ser para nada útiles?, ¿los seguiremos queriendo? Te invito a que consideres esto la próxima vez que prepares la invitación a los jóvenes para quedarse en la parroquia, después de haberse confirmado, pues si solo los quieres ahí “para” servir en algo y no “por” lo valiosos que son y porque Dios los quiere cerca, quizás no te va a ir muy bien en la convocatoria.

4. Acompañar sus procesos conforme a sus edades


Qué lindo es cuando vas a una actividad y encuentras gente de tu edad, con tus intereses, que comprende lo que estás viviendo.  Muchos llegan al primer año de confirmación diferentes a como salen luego de recibir el sacramento. Entran como adolescentes e incluso como niños y salen como jóvenes.  No podemos aplicar fórmulas y tratar de la misma manera a chiquillos de 13 o 14 años, que a jóvenes de 17 o 18. Estos, que ya salieron de la confirmación, están abriendo sus ojos a un mundo fascinante y cuando vuelven la mirada para ver lo que dejan atrás, en la parroquia, pocas veces encuentran algo acorde a sus procesos, más bien se encuentran con canciones, globos y dibujitos en cartulinas, que funcionaban mejor cuando eran pequeños. Es por eso que debemos prepararnos para acompañarlos con amor procurando avanzar con ellos conforme van creciendo.

5. La caridad no es un evento, es un proceso del cual debemos hacerlos parte


Qué importante es la energía de los jóvenes en las acciones caritativas que emprende la Iglesia. Sus fuerzas para todo lo que implica la ayuda al desfavorecido, sus ganas de ofrecer su tiempo libre en trabajos voluntarios, colectas, reconstrucciones y todo aquello que tiene que ver con ayudar al prójimo. Es tan propio de la juventud apasionarse por estas cosas tan necesarias y tan representativas de la acción de la Iglesia. Es por eso que debemos cuidarlas, sostenerlas en el tiempo, no sólo como un evento que se realiza un par de semanas en vacaciones de verano o invierno, no sólo para reunir cosas en Navidad. La gente sin hogar necesita de nuestra ayuda todo el año y los jóvenes pueden y quieren hacer algo, pero muchas veces no encuentran ese espacio en sus parroquias y se van a servir al prójimo en ambientes como los de las ONGs, donde gastarán su tiempo libre, viviendo sus ideales fuera de la Iglesia.

6. Cuando la gracia del sacramento fracasa


Comenzamos este post preguntándonos: ¿dónde están esos soldados de Cristo, esos cientos que año a año la Iglesia envía al mundo como sal y luz en todos los ambientes posibles? ¿Qué ocurre con los confirmados? Los Sacramentos no son magia, no se trata de poner un poquito de agua por aquí, otro poco de aceite por allá, recitar algunas palabras y ¡listo!: cambio de vida automático. San Agustín decía: «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti»es decir, para que la gracia del sacramento produzca los efectos esperados, es necesaria la cooperación del sujeto que la recibe. Aquí el trabajo con la familia y el entorno es fundamental. Es difícil que la fe de un joven prospere y crezca si está rodeada de condiciones que la anulan constantemente. No es posible que un rosal florezca, por buena que sea la planta, si no abonamos la tierra y la regamos adecuadamente. No le echemos la culpa al rosal.

Por: Sebastián Campos

Fuente: Catholic-link.com

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