Audiencia con la Federación de Colegios de Médicos Cirujanos
y Odontólogos,
29 sept. 2019 © Vatican Media
|
“Se
debe rechazar la tentación -inducida también por cambios legislativos- de
utilizar la medicina para apoyar una posible voluntad de morir del paciente,
proporcionando ayuda al suicidio o causando directamente su muerte por
eutanasia”.
Estas
palabras han sido dirigidas por el Papa Francisco a los miembros de la
Federación Nacional de los Colegios de Médicos Cirujanos y Odontólogos en la
audiencia de hoy, 20 de septiembre de 2019.
El
Papa recordó que “la medicina, por definición, es un servicio a la vida humana,
y como tal implica una referencia esencial e indispensable a la persona en su
integridad espiritual y material, en su dimensión individual y social: la
medicina está al servicio del hombre, de todo el hombre, de cada hombre”.
De
este modo, tanto frente a los cambios en la medicina como en la sociedad, el
Santo Padre considera que “es importante que el médico no pierda de vista la
singularidad de cada paciente, con su dignidad y su fragilidad. Un hombre o una
mujer que debe acompañarse con conciencia, inteligencia y corazón,
especialmente en las situaciones más graves”, como el citado suicidio asistido
y la eutanasia.
A continuación sigue el
discurso completo del Papa Francisco.
***
Discurso del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas,
Os
recibo a todos con agrado, miembros de la Federación Nacional de los Colegios
de Médicos Cirujanos y Odontólogos, y agradezco las amables palabras de vuestro
vicepresidente.
Sé
que habéis dedicado los últimos tres años a los “estados generales” de la
profesión médica, es decir, al estudio sobre la mejor manera de ejercer vuestra
actividad en un contexto social cambiante, con el fin de identificar mejor los
cambios útiles para interpretar las necesidades de las personas y ofrecerles,
junto con vuestras competencias profesionales, una buena relación humana.
La
medicina, por definición, es un servicio a la vida humana, y como tal implica
una referencia esencial e indispensable a la persona en su integridad
espiritual y material, en su dimensión individual y social: la medicina está al
servicio del hombre, de todo el hombre, de cada hombre. Y vosotros, los
médicos, estáis convencidos de esta verdad siguiendo una tradición muy larga,
que se remonta a las mismas intuiciones hipocráticas; y precisamente de
esa convicción surgen vuestras justas preocupaciones por las amenazas a los que
está expuesta la medicina de hoy.
Debemos
recordar siempre que la enfermedad, objeto de vuestras preocupaciones, es más
que un hecho clínico, médicamente circunscrito; es siempre la condición de una
persona, el enfermo, y es con esta visión, integralmente humana, con la que los
médicos están llamados a relacionarse con el paciente: considerando por tanto
su singularidad como persona que tiene una enfermedad, y no sólo el caso de la
enfermedad que tiene ese paciente. Para los médicos se trata de poseer, junto
con la debida competencia técnico-profesional, un código de valores y
significados con el que dar sentido a la enfermedad y a su trabajo y hacer de
cada caso clínico un encuentro humano.
Ante
cualquier cambio en la medicina y en la sociedad por vosotros identificado, es
importante que el médico no pierda de vista la singularidad de cada paciente,
con su dignidad y su fragilidad. Un hombre o una mujer que debe acompañarse con
conciencia, inteligencia y corazón, especialmente en las situaciones más
graves. Con esta actitud se puede y se debe rechazar la tentación -inducida
también por cambios legislativos- de utilizar la medicina para apoyar una
posible voluntad de morir del paciente, proporcionando ayuda al suicidio o
causando directamente su muerte por eutanasia.
Son
formas apresuradas de tratar opciones que no son, como podría parecer, una
expresión de la libertad de la persona, cuando incluyen el descarte
del enfermo como una posibilidad, o la falsa compasión frente a la
petición de que se le ayude a anticipar la muerte. Como dice la Nueva Carta del
Personal Sanitario: “No existe el derecho de disponer arbitrariamente de la
propia vida, por lo que ningún médico puede convertirse en tutor ejecutivo de
un derecho inexistente” (n. 169).
San
Juan Pablo II observa que la responsabilidad del personal sanitario “ha crecido
hoy enormemente y encuentra su inspiración más profunda y su apoyo más fuerte
precisamente en la intrínseca e imprescindible dimensión ética de la profesión
sanitaria, como ya reconocía el antiguo y siempre actual juramento de
Hipócrates, según el cual se exige a cada médico el compromiso de respetar
absolutamente la vida humana y su carácter sagrado.” (Evangelium vitae, 89).
Queridos
amigos, invoco la bendición de Dios sobre vuestro compromiso y os encomiendo a
la intercesión de la Virgen María Salus infirmorum. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Larissa
I. López
©
Librería Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit