San
Esteban, “lleno de Espíritu Santo”
El Papa invita a
los niños a subir al papamóvil © Vatican Media
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“Hoy
hay más mártires que al principio de la vida de la Iglesia y los mártires están
por doquier”, ha revelado el Papa Francisco en su reflexión semanal ante miles
de fieles en la plaza de san Pedro, en la audiencia general.
Este
miércoles, 25 de septiembre de 2019, el Pontífice ha continuado el ciclo
de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, partiendo del pasaje “Esteban,
“lleno de Espíritu Santo” (Hechos 7, 55) entre diakonia y martyria (Hechos,
6-8-10.15).
“La
Iglesia de hoy es rica en mártires”, ha asegurado. “Los mártires no son
‘hombres santos’, sino hombres y mujeres de carne y hueso que, -como dice el
Apocalipsis- “han lavado sus vestiduras, blanqueándolas en la sangre del
Cordero” (7,14). Ellos son los verdaderos vencedores”.
“Pidamos
también nosotros al Señor que, mirando a los mártires de ayer y de hoy,
aprendamos a vivir una vida plena, acogiendo el martirio de la fidelidad
cotidiana al Evangelio y de la conformación a Cristo”, ha exhortado al término
de la catequesis.
La calumnia siempre mata
En
la catequesis de hoy, el Papa ha relatado el martirio de San Esteban, quien
“evangeliza con fuerza y parresia, pero su palabra encuentra la
resistencia más obstinada”. Por lo que, sus adversarios eligen “la solución más
mezquina para aniquilar a un ser humano: la calumnia o el falso testimonio”, ha
recordado Francisco.
“Nosotros
sabemos que la calumnia siempre mata”, ha advertido. “Este ‘cáncer diabólico’,
nacido del deseo de destruir la reputación de una persona, ataca también al
resto del cuerpo eclesial y lo daña gravemente” cuando, “por intereses
mezquinos o para cubrir los propios defectos, se entra en coalición para
difamar a alguien”.
Diácono, “custodio del
servicio”
El
Papa ha reflexionado sobre la figura del diácono: “El diácono en la Iglesia no
es un sacerdote de segunda categoría, es otra cosa; no está para el altar, sino
para el servicio. Es el custodio del servicio en la Iglesia”. Se trata de una
“armonía”, –describe– entre el “servicio a la Palabra” y el “servicio a la
caridad”, que representa la levadura que hace crecer “el cuerpo eclesial”.
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Catequesis del Papa
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
A
través del libro de los Hechos de los Apóstoles, continuamos siguiendo un
viaje: el viaje del Evangelio en el mundo. San Lucas, con gran realismo,
muestra tanto la fecundidad de este camino como la aparición de algunos
problemas en la comunidad cristiana. Desde el principio ha habido siempre
problemas. ¿Cómo armonizar las diferencias que coexisten en ella sin contrastes
ni divisiones?
La
comunidad no acogía a los judíos, sino también a los griegos, personas
procedentes de la diáspora, no judíos, con su propia cultura y sensibilidad y
con otra religión. Hoy, nosotros decimos “paganos”. Y los recibían. Esta
co-presencia determina equilibrios frágiles y precarios; y ante las
dificultades brota la “cizaña”. ¿Y cuál es la peor cizaña que destruye una
comunidad? La cizaña de la murmuración, la cizaña del chismorreo: los griegos
murmuran por la desatención de la comunidad hacia sus viudas.
Los
Apóstoles inician un proceso de discernimiento que consiste en analizar bien
las dificultades y buscar juntos soluciones. Encuentran la manera de dividir
las diversas tareas para un crecimiento sereno de todo el cuerpo eclesial y
evitar descuidar tanto la “carrera” del Evangelio como el cuidado de los
miembros más pobres.
Los
Apóstoles son cada vez más conscientes de que su vocación principal es la
oración y la predicación de la Palabra de Dios: rezar y anunciar el Evangelio;
y resuelven la cuestión estableciendo un núcleo de “siete hombres de buena
fama, llenos de Espíritu y sabiduría” (Hch 6,3), que, después de recibir la
imposición de las manos, se ocuparán del servicio de los comedores. Se trata de
diáconos que han sido creados para esto, para el servicio. El diácono en la
Iglesia no es un sacerdote de segunda categoría, es otra cosa; no está para el
altar, sino para el servicio. Es el custodio del servicio en la Iglesia. Cuando
a un diácono le gusta demasiado subir al altar se equivoca. Ese no es su
camino. Esta armonía entre el servicio a la Palabra y el servicio a la caridad
representa la levadura que hace crecer el cuerpo eclesial: en efecto.
Y
los Apóstoles crean siete diáconos y entre los siete “diáconos” destacan especialmente
Esteban y Felipe. Esteban evangeliza con fuerza y parresia, pero su
palabra encuentra la resistencia más obstinada. Al no encontrar otra forma para
que desista ¿qué hacen sus adversarios?: Eligen la solución más mezquina para
aniquilar a un ser humano: es decir, la calumnia o el falso testimonio. Y
nosotros sabemos que la calumnia siempre mata. Este “cáncer diabólico”, nacido
del deseo de destruir la reputación de una persona, ataca también al resto del
cuerpo eclesial y lo daña gravemente cuando, por intereses mezquinos o para
cubrir los propios defectos, se entra en coalición para difamar a alguien.
Llevado
al Sanedrín y acusado por falsos testigos –lo mismo hicieron con Jesús y lo
mismo harían con todos los mártires mediante falsos testimonios y calumnias-
Esteban proclama una relectura de la historia sagrada centrada en Cristo para
defenderse. Y la Pascua de Jesús muerto y resucitado es la clave de toda la
historia de la alianza. Ante esta superabundancia de dones divinos, Esteban,
valerosamente, denuncia la hipocresía con que fueron tratados los profetas y el
mismo Cristo. Y les recuerda la historia diciendo: “¿A qué profeta no
persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del
Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado” (Hch 7,
52). No habla con rodeos, sino que habla claro, dice la verdad.
Esto
provoca la reacción violenta de los oyentes, y Esteban es condenado a muerte,
condenado a la lapidación. Él, sin embargo, manifiesta la verdadera “tela” del
discípulo de Cristo. No busca coartadas, no apela a personalidades que puedan
salvarlo, sino que vuelve a poner su vida en manos del Señor y en ese momento
la oración de Esteban es maravillosa – “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hch
7,59) – y muere como un hijo de Dios perdonando: “Señor, no les tengas en
cuenta este pecado” (Hch 7,60).
Estas
palabras de Esteban nos enseñan que no son los buenos discursos lo que revela
nuestra identidad como hijos de Dios, sino sólo el abandono de la propia vida
en las manos del Padre y el perdón para aquellos que nos ofenden nos muestran
la calidad de nuestra fe.
Hoy
hay más mártires que al principio de la vida de la Iglesia y los mártires están
por doquier. La Iglesia de hoy es rica en mártires, está irrigada por su sangre
que es “semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano, Apologético, 50,13) y
asegura el crecimiento y la fecundidad del Pueblo de Dios. Los mártires no son
“hombres santos”, sino hombres y mujeres de carne y hueso que, -como dice el
Apocalipsis- “han lavado sus vestiduras, blanqueándolas en la sangre del
Cordero” (7,14). Ellos son los verdaderos vencedores.
Pidamos
también nosotros al Señor que, mirando a los mártires de ayer y de hoy,
aprendamos a vivir una vida plena, acogiendo el martirio de la fidelidad
cotidiana al Evangelio y de la conformación a Cristo.
Rosa
Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit