Ha llegado la hora de redescubrir la
consistencia teológica y espiritual del culto a la Virgen
© Fred de Noyelle / Godong |
La piedad mariana está a menudo asociada a un culto
sentimental popular, reservado a los niños, ignorantes o a los creyentes de
otros tiempos. Ahora, una auténtica piedad mariana lleva al corazón de la fe
cristiana, de manera que se vuelve imposible desasociar a María de la acción de
la Trinidad a favor de los hombres
¿Qué católico no ha visto nunca a un cristiano de
confesión protestante asombrarse por el lugar que este primero reserva a la
madre de Jesús, en su vida y en su oración, o quizá el segundo le ha reprochado
de rendir a la Virgen un culto demasiado evidente? ¡A veces incluso sucede que
los católicos hacen tales críticas! En esos casos, ¿qué podemos decir para
explicar nuestra piedad mariana?
No
es superfluo reflexionar sobre la pertinencia de la piedad mariana en la fe
cristiana. Este esfuerzo se vuelve más urgente puesto que muchos cristianos no
la comparten. Y aquí se impone una pequeña introspección espiritual: ¿qué lugar
dejamos a la madre de Jesús en nuestra vida? ¿Hacemos un simple extra, un
suplemento opcional que consideramos favorable a la expansión subjetiva del
sentimiento religioso? ¿O juzgamos que María tiene su lugar en la coherencia
orgánica de la fe cristiana?
¿Que
aplicarle descuentos es equivalente a amputar la fe de uno de sus componentes?
En este último caso, ¿cómo lo justificamos frente a quienes lo descalifican
como una superfetación adicional, por no decir idólatra? Estas son preguntas
que un devoto de María no puede evitar si desea ser apóstol de su Inmaculado
Corazón.
Nunca separar a la Virgen
de la Trinidad y la Redención
Y en el campo no es suficiente sacar a
relucir todas nuestras efusiones de nuestro afecto por la Madre de Dios. De lo
contrario, siempre será posible objetar que nuestra devoción mariana lleva la
marca de un complejo edípico, de una fijación sobre el amor materno (que nos ha
hecho falta o que lamentamos), y acusar de esta manera nuestra piedad de
derivar principalmente de nuestra afectividad y de estar poco o nada anclada en
la objetividad de la fe.
Razonar el
lugar de María en la totalidad orgánica de la fe requiere cultivar una visión
general de los diversos artículos del Credo. Sin duda no todos están llamados a
ser teólogos. Pero si un día nos estimulan a justificar nuestro amor por la
Virgen y el gran lugar que damos será difícil no mencionar los vínculos entre
María y los dos misterios principales de la fe: la Trinidad y la
Encarnación/Pasión/Muerte/Resurrección/Ascensión/Pentecostés.
Dividir
mecánicamente las cualidades espirituales y morales inalcanzables de la Virgen
no puede ser suficiente. Será necesario destacar la coherencia y la solidez
doctrinal de la piedad mariana. Demasiado tiempo ha sido percibida como una
redundancia sentimental de la verdadera religión. Invocar a María está a menudo
asociada a un culto sentimental popular, reservado a los niños, ignorantes o a
los creyentes de otros tiempos.
En cambio ha llegado la hora de redescubrir la consistencia teológica y
espiritual del culto a la Virgen (de hyperdoulía: es decir, más alto de aquel de doulía reservado a los santos pero que no se
puede volver latreía, reservado solo a Dios). El mejor medio de lograrlo consiste en sacar a la luz los vínculos
que unen a María a la Trinidad y al misterio de la Encarnación.
La Virgen en el corazón de las dinámicas de la Redención
Se reconoce una auténtica piedad mariana
del hecho que nos lleva concretamente al corazón de la fe cristiana, de manera
que se vuelve imposible desasociar a María de la acción de la Trinidad a favor
de los hombres. La Virgen se vuelve completamente relativa frente a Dios. Su
misión y su maternidad espiritual no tienen como objetivo detener las miradas
en su persona, sino conducirlas a la Trinidad, fuente y fin de la salvación.
Y
así reubicado en el cuadro trinitario, nuestro amor por la Virgen valora las
armonías y la arquitectura del plan de salvación, en el que la persona de la
Virgen se introduce. En las glorias de María, todo se vuelve gloria de Dios.
Nadie lo sabe mejor que la humilde servidora de Nazaret.
La doctrina no enfría el
amor, sino que lo consuela
Más aún, poner el acento en la objetividad
doctrinal de la piedad mariana – lejos de enfriar nuestro afecto por la Virgen
– lo reafirma subrayando que sus acciones están en perfecta sinergia con el
bien por excelencia que es Dios.
El impulso del corazón se duplica cuando se nos
revelan conjuntamente las disposiciones de la Providencia, que han reservado
tal lugar a la Virgen en el plan de salvación, y las razones que han presidido
dicha disposición. Y así invocar a la Virgen no significa nunca poner de lado a
Dios, ni la razón. Lo que la Trinidad hizo en / para María, lo hizo en vista de
nuestra redención y la deificación de todos nosotros. Esta es una razón
adicional para recordar los títulos de gloria de Aquella a quien Dios ha
establecido como nuestra madre en el orden de la gracia.
Presentando
la piedad mariana bajo este ángulo teológico, estén seguros, todos aquellos que
se sorprenden de nuestro fervor al honrar a la Madre de Jesús estarán de
acuerdo que nuestro amor por ella posee un sólido marco doctrinal, que la
vuelve mucho más que una devoción subjetiva originaria de un complejo afectivo
de matriz psicoanalítica.
Jean-Michel Castaing
Fuente:
Aleteia