Un humilde fraile que ora
Martirologio Romano: San Pío de
Pietrelcina (Francisco) Forgione, presbítero de la Orden de Hermanos Menores
Capuchinos, que en el convento de San Giovanni Rotondo, en Apulia, se dedicó a
la dirección espiritual de los fieles y a la reconciliación de los penitentes,
mostrando una atención particular hacia los pobres y necesitados, terminando en
este día su peregrinación terrena y configurándose con Cristo crucificado (†
1968)
Fecha de beatificación: 2 de mayo de 1999
por S.S. Juan Pablo II
Fecha de canonización: 16 de junio de 2002 por S.S. Juan Pablo II
Breve Biografía
“En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo!” (Gal 6, 14).
Padre
Pío de Pietrelcina, al igual que el apóstol Pablo, puso en la cumbre de su vida
y de su apostolado la Cruz de su Señor como su fuerza, su sabiduría y su
gloria. Inflamado de amor hacia Jesucristo, se conformó a Él por medio de la
inmolación de sí mismo por la salvación del mundo. En el seguimiento y la
imitación de Cristo Crucificado fue tan generoso y perfecto que hubiera podido
decir “con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien
vive en mí” (Gal 2, 19). Derramó sin parar los tesoros de la gracia que Dios le
había concedido con especial generosidad a través de su ministerio, sirviendo a
los hombres y mujeres que se acercaban a él, cada vez más numerosos, y
engendrado una inmensa multitud de hijos e hijas espirituales.
Este
dignísimo seguidor de San Francisco de Asís nació el 25 de mayo de 1887 en
Pietrelcina, archidiócesis de Benevento, hijo de Grazio Forgione y de María
Giuseppa De Nunzio. Fue bautizado al día siguiente recibiendo el nombre de
Francisco. A los 12 años recibió el Sacramento de la Confirmación y la Primera
Comunión.
El
6 de enero de 1903, cuando contaba 16 años, entró en el noviciado de la orden
de los Frailes Menores Capuchinos en Morcone, donde el 22 del mismo mes vistió
el hábito franciscano y recibió el nombre de Fray Pío. Acabado el año de
noviciado, emitió la profesión de los votos simples y el 27 de enero de 1907 la
profesión solemne.
Después
de la ordenación sacerdotal, recibida el 10 de agosto de 1910 en Benevento, por
motivos de salud permaneció en su familia hasta 1916. En septiembre del mismo
año fue enviado al Convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su
muerte.
Enardecido
por el amor a Dios y al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud la vocación de
colaborar en la redención del hombre, según la misión especial que caracterizó
toda su vida y que llevó a cabo mediante la dirección espiritual de los fieles,
la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la
Eucaristía. El momento cumbre de su actividad apostólica era aquél en el que
celebraba la Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la
altura y profundidad de su espiritualidad.
En
el orden de la caridad social se comprometió en aliviar los dolores y las
miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la “Casa del
Alivio del Sufrimiento”, inaugurada el 5de mayo de 1956.
Para
el Padre Pío la fe era la vida: quería y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo
dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en
coloquio con Dios. Decía: “En los libros buscamos a Dios, en la oración lo
encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios”. La fe lo
llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.
Estuvo
siempre inmerso en las realidades sobrenaturales. No era solamente el hombre de
la esperanza y de la confianza total en Dios, sino que infundía, con las
palabras y el ejemplo, estas virtudes en todos aquellos que se le acercaban.
El
amor de Dios le llenaba totalmente, colmando todas sus esperanzas; la caridad
era el principio inspirador de su jornada: amar a Dios y hacerlo amar. Su
preocupación particular: crecer y hacer crecer en la caridad.
Expresó
el máximo de su caridad hacia el prójimo acogiendo, por más de 50 años, a
muchísimas personas que acudían a su ministerio y a su confesionario,
recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio: lo buscaban en la
iglesia, en la sacristía y en el convento. Y él se daba a todos, haciendo
renacer la fe, distribuyendo la gracia y llevando luz. Pero especialmente en
los pobres, en quienes sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de Cristo y
se entregaba especialmente a ellos.
Ejerció
de modo ejemplar la virtud de la prudencia, obraba y aconsejaba a la luz de
Dios.
Su
preocupación era la gloria de Dios y el bien de las almas. Trató a todos con
justicia, con lealtad y gran respeto.
Brilló
en él la luz de la fortaleza. Comprendió bien pronto que su camino era el de la
Cruz y lo aceptó inmediatamente con valor y por amor. Experimentó durante
muchos años los sufrimientos del alma. Durante años soportó los dolores de sus
llagas con admirable serenidad.
Cuando
tuvo que sufrir investigaciones y restricciones en su servicio sacerdotal, todo
lo aceptó con profunda humildad y resignación. Ante acusaciones injustificadas
y calumnias, siempre calló confiando en el juicio de Dios, de sus directores espirituales
y de la propia conciencia.
Recurrió
habitualmente a la mortificación para conseguir la virtud de la templanza, de
acuerdo con el estilo franciscano. Era templado en la mentalidad y en el modo
de vivir.
Consciente
de los compromisos adquiridos con la vida consagrada, observó con generosidad
los votos profesados. Obedeció en todo las órdenes de sus superiores, incluso
cuando eran difíciles. Su obediencia era sobrenatural en la intención,
universal en la extensión e integral en su realización. Vivió el espíritu de
pobreza con total desprendimiento de sí mismo, de los bienes terrenos, de las
comodidades y de los honores. Tuvo siempre una gran predilección por la virtud
de la castidad. Su comportamiento fue modesto en todas partes y con todos.
Se
consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de
miserias y a la vez de favores divinos. En medio a tanta admiración del mundo,
repetía: “Quiero ser sólo un pobre fraile que reza”.
Su
salud, desde la juventud, no fue muy robusta y, especialmente en los últimos
años de su vida, empeoró rápidamente. La hermana muerte lo sorprendió preparado
y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. Sus funerales se
caracterizaron por una extraordinaria concurrencia de personas.
El
20 de febrero de 1971, apenas tres años después de su muerte, Pablo VI,
dirigiéndose a los Superiores de la orden Capuchina, dijo de él: “¡Mirad qué
fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! Pero, ¿por qué?
¿Tal vez porque era un filósofo? ¿Por qué era un sabio? ¿Por qué tenía medios a
su disposición? Porque celebraba la Misa con humildad, confesaba desde la
mañana a la noche, y era, es difícil decirlo, un representante visible de las
llagas de Nuestro Señor. Era un hombre de oración y de sufrimiento”.
Ya
durante su vida gozó de notable fama de santidad, debida a sus virtudes, a su
espíritu de oración, de sacrificio y de entrega total al bien de las almas.
En
los años siguientes a su muerte, la fama de santidad y de milagros creció
constantemente, llegando a ser un fenómeno eclesial extendido por todo el mundo
y en toda clase de personas.
De
este modo, Dios manifestaba a la Iglesia su voluntad de glorificar en la tierra
a su Siervo fiel. No pasó mucho tiempo hasta que la Orden de los Frailes
Menores Capuchinos realizó los pasos previstos por la ley canónica para iniciar
la causa de beatificación y canonización. Examinadas todas las circunstancias,
la Santa Sede, a tenor del Motu Proprio “Sanctitas Clarior” concedió el nulla
osta el 29 de noviembre de 1982. El Arzobispo de Manfredonia pudo así proceder
a la introducción de la Causa y a la celebración del proceso de conocimiento
(1983-1990). El 7 de diciembre de 1990 la Congregación para las Causas de los
Santos reconoció la validez jurídica. Acabada la Positio, se discutió, como es
costumbre, si el Siervo de Dios había ejercitado las virtudes en grado heroico.
El 13 de junio de 1997 tuvo lugar el Congreso peculiar de Consultores teólogos
con resultado positivo. En la Sesión ordinaria del 21 de octubre siguiente,
siendo ponente de la Causa Mons. Andrea María Erba, Obispo de Velletri-Segni,
los Padres Cardenales y obispos reconocieron que el Padre Pío ejerció en grado
heroico las virtudes teologales, cardinales y las relacionadas con las mismas.
El
18 de diciembre de 1997, en presencia de Juan Pablo II, fue promulgado el
Decreto sobre la heroicidad de las virtudes.
Para
la beatificación del Padre Pío, la Postulación presentó al Dicasterio competente
la curación de la Señora Consiglia De Martino de Salerno (Italia). Sobre este
caso se celebró el preceptivo proceso canónico ante el Tribunal Eclesiástico de
la Archidiócesis de Salerno-Campagna-Acerno de julio de 1996 a junio de 1997.
El 30 de abril de 1998 tuvo lugar, en la Congregación para las Causas de los
Santos, el examen de la Consulta Médica y, el 22 de junio del mismo año, el
Congreso peculiar de Consultores teólogos. El 20 de octubre siguiente, en el
Vaticano, se reunió la Congregación ordinaria de Cardenales y obispos, miembros
del Dicasterio y el 21 de diciembre de 1998 se promulgó, en presencia de Juan
Pablo II, el Decreto sobre el milagro.
El
2 de mayo de 1999 a lo largo de una solemne Concelebración Eucarística en la
plaza de San Pedro Su Santidad Juan Pablo II, con su autoridad apostólica
declaró Beato al Venerable Siervo de Dios Pío de Pietrelcina, estableciendo el
23 de septiembre como fecha de su fiesta litúrgica.
Para
la canonización del Beato Pío de Pietrelcina, la Postulación ha presentado al
Dicasterio competente la curación del pequeño Mateo Pio Colella de San Giovanni
Rotondo. Sobre el caso se ha celebrado el regular Proceso canónico ante el
Tribunal eclesiástico de la archidiócesis de Manfredonia Vieste del 11 de junio al 17 de octubre del
2000. El 23 de octubre siguiente la documentación se entregó en la Congregación
de las Causas de los Santos. El 22 de noviembre del 2001 tuvo lugar, en la
Congregación de las Causas de los Santos, el examen médico. El 11 de diciembre
se celebró el Congreso Particular de los Consultores Teólogos y el 18 del mismo
mes la Sesión Ordinaria de Cardenales y Obispos. El 20 de diciembre, en
presencia de Juan Pablo II, se ha promulgado el Decreto sobre el milagro y el
26 de febrero del 2002 se promulgó el Decreto sobre la canonización.
Por:
Vatican.va