Preguntas
por qué el dolor y para qué tu llanto, tú que siembras cada día esa fruta
maldita del odio, que sabes que germinará muerte...
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© Fred de Noyelle / Godong |
La
cruz no es algo que se deba exaltar si es que no se entiende. No me
malinterpreten, pero a la cruz de Cristo, ¿quién la comprende verdaderamente?
Ni siquiera los apóstoles,
los doce hombres más cercanos a Jesús, la entendieron. No la entendieron
porque, como nos pasa a nosotros hoy en día, no
creemos que
Jesús es Dios, y lo rechazamos, precisamente, porque es Dios.
Es doloroso decir y
reconocer esto, pero la historia está llena de ese rechazo. ¿Acaso no murieron perseguidos todos los profetas?
¿Acaso ha sido dulce la vida de los santos? El
hombre odia todo lo que le excede.
Graham Greene ya lo dijo
antes con palabras terribles: “Dios nos gusta… de lejos, como el sol, cuando
podemos disfrutar de su calorcillo y esquivar su quemadura”.
Por eso cuando hizo la
“locura” de bajar de los cielos y acercarse a nosotros lo
matamos antes de comprenderlo.
Él siempre ha sido más
grande que nuestras pobres cabezas y mucho mayor aún que nuestros pequeños
corazones.
A
veces irradia tanta luz, que no lo podemos ver y sus palabras son tan hondas,
que nos resultan inaudibles. Por eso, cuando
Dios se mete en nuestro interior, nos quema.
Y, qué decir de su Cruz, de
su sufrimiento inaudito. Miles de veces nos hemos preguntado, como José Luis
Martín Descalzo: “¿Para qué todo esto? ¿Fecunda algo este dolor, o solamente es una
estéril esterilidad?”.
Y nos cuesta hallar la respuesta…
Es
que solo el Espíritu Santo nos puede dar el
“suplemento de alma” necesario para comprender. Solo Él en la oración
puede ampliar nuestra mente y ensanchar nuestro corazón para que ellos, en
sintonía con Él lleguen a entender un poquito…
Porque, ¿cómo podríamos
acusar a sus contemporáneos de ceguera y sordera quienes, hoy, veintiún siglos
más tarde, decimos creer en Él y seguimos tan infinitamente lejos de entenderle?
Y es que las
respuestas están en Jesús, solo en Él, y nos falta conocerle mucho.
En este intento Dios nos
dice que no tiene más respuestas que las que ya nos dio en su hijo. Porque,
solo entendiendo bien su carne, estudiando bien las heridas de su cuerpo y
compartiéndolas con Él, encontraremos el porqué de las cosas.
“Eso
es, hijo mío. Comienzas a entender, ningún dolor se pierde. Vuestro llanto y el
mío, “nuestro” llanto es la sal que conserva el universo. ¿Sabes? Hay en el mundo tanta semilla
de corrupción que es necesario un poco de dolor de contrapeso, un poco de
redención que restablezca el equilibrio. El dolor no es un sueño, ni un invento
sádico. No existiría si no hubiera pecado. Por el odio y la envidia sufrí los
latigazos, por las crueles guerras se desgarró su carne, la frialdad y el sucio
dinero araron sus espaldas. Los verdugos no eran unos monstruos sacados del
infierno, eras tú, fuiste tú, “eres” tú, son tus manos las que aún hoy me
flagelan. ¿Y preguntas por qué el dolor y para qué tu llanto? ¿Lo preguntas y
siembras cada día esa fruta maldita del odio, que sabes que germinará muerte? Ea, lujo: déjate de preguntas, toma
tu cruz conmigo y construyamos juntos la redención, como una casa grande y
feliz para todos” (José
Luis Martín Descalzo)
Tal vez un día comprendamos
-los que ahora en el mundo subimos el Calvario de nuestras propias vidas- que
Él venció a la muerte, y que vuelve; está volviendo, y tiene suficiente
resurrección para todos.
Luisa
Restrepo
Fuente:
Aleteia