Aceptar
mi cruz me abre a servir, me lleva a salir de mi angustia y ansiedad
![]() |
Shutterstock |
Jesús
me pide que lo siga con todo lo que llevo ahora en el alma: “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser
discípulo mío”. Me pide que aprenda a llevar la cruz entre mis manos.
No lo entiendo. ¿No es posible dejar la cruz a un lado? ¿No habrá otros más
capaces de llevar la cruz que ahora me duele?
Miro la cruz que me pesa.
¿Pesan todas las cruces? Miro el dolor que me provoca que no salgan adelante
mis planes, lo que yo más deseo, mi camino trazado en mi mente, en mi alma. Ya decía Antoine de Saint-Exupéry:
“Guárdame
de la ingenua creencia de que en la vida todo debe salir bien. No me des lo que
yo pido, sino lo que necesito. En tus manos me entrego”.
Me detengo ante un olivo, en
un huerto. Miro la cruz en mi espalda, entre mis dedos. Esa cruz que a mí me
pesa. Miro al cielo y grito: “¿No es posible
que pase de mí este cáliz?”.
Miro a Jesús buscando
respuestas y algo de consuelo. ¿No es posible? El
dolor de la cruz me duele tanto… Es mi cruz. No sé si es más pesada
que otras, no lo sé, no me importa. Tal vez me la invento y no es una cruz tan
terrible. O simplemente es la frustración de mis deseos lo que más me duele.
¿Estoy dispuesto a beber de
ese cáliz? No lo sé. Me dan miedo la muerte, la enfermedad, la
partida. Me da miedo sufrir innecesariamente. ¿Qué sentido tiene el sufrimiento que
toco en tantas almas?
¿No
podría pasar de largo el cáliz? Es lo que deseo en el fondo del alma. La
plenitud aquí y ahora. Es cuando lo deseo. Dejo la cruz a un lado. Porque duele
entre mis dedos. Y el alma llora.
Dejo
mi cruz, la que ahora acaricio deseando perderla de vista. Que
otro la coja en mi lugar. Que no sea yo el que llore y sufra.
Hoy
miro a Jesús en medio de mi huerto, junto a un olivo: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Duelen estas palabras
al estallar en mi garganta.
¿Seré capaz de cargar con la
cruz que pesa? ¿Podré beber el cáliz? Que se haga su voluntad. Y que su querer
sea el mío. Que su sentimiento sea mi sentimiento. Su forma de mirar la mía. Su
manera de vivir, de entregar la vida.
Parece tan sencillo sobre el
frío papel que recoge estas letras… Tan fácil hablar de unión de voluntades. La
suya y la mía, un solo querer. Pero
siento el dolor de la cruz que pesa en mis entrañas. ¿Cómo voy a seguir a Jesús
cargando con la cruz de mi vida?
Cada uno
tiene su cruz. La mía pesa el peso que puedo llevar. Sé que mi vida está
crucificada. Todas las vidas tienen su cruz. Y Jesús se adapta a la forma de mi
cruz, a la madera blanda de mi alma.
Se adapta para estar en mí
crucificado, sosteniendo con sus fuerzas el peso del madero. En mi propio
dolor, en mi debilidad que pesa Jesús hace que mi yugo sea suave y mi carga
llevadera.
Sí, ahí donde duele esa cruz
que cargo, Jesús se une a mí. Su corazón en mi corazón. Mi corazón en el suyo.
Me
detengo a contemplar la cruz concreta que hoy me pesa. ¿Qué nombre tiene? Hoy lo pronuncio con
voz queda ante Jesús crucificado. Jesús conoce muy bien todo lo que me duele.
Sabe tan bien como yo cuáles son mis penas y amarguras.
Él
está en mí crucificado y me da esperanza en medio de la dureza del camino. No
puedo ser discípulo suyo si no cargo con la cruz. Porque tengo la cruz pegada a
la piel. Forma parte de mi historia, de mi alma, de mi forma de ser.
No me entiendo sin estar
crucificado. Porque sólo desde la cruz salvo mi vida. Sólo
desde la aceptación de mi realidad como es. Con sus límites, con sus carencias.
Si no sigo los pasos de
Jesús cargando con mi madero, no puedo ser discípulo suyo. Eso lo he aprendido. Desde
la aceptación crezco.
Para
poder abrirme a otros y servirlos con humildad tengo que aceptar mi sufrimiento, mi herida, mi cruz:
“Una
vez que el sufrimiento es aceptado y comprendido y no es necesaria la negación
puede convertirse en un servidor que cura desde sus heridas”.
Desde
la negación de mi vida tal y como es sólo puedo vivir amargado. Por eso no quiero
renegar de mi historia, de mi pasado, de mi presente, de mi futuro.
No reniego de todo lo que me
duele y pesa ahora mismo. El dolor también forma parte de mí. Soy yo parte de la
cruz y la cruz es parte de mí. Así como una enfermedad es parte de mi vida, no
es algo ajeno a lo que yo soy.
Pero
esa cruz no me condiciona, no me limita, no me aleja de los demás. Aceptar la
cruz me abre a servir, me lleva a salir de mi angustia y ansiedad. Es eso lo que me
quiere decir Jesús cuando me pide que le siga cargando con mi cruz.
Él sabe que con Él
todo es más liviano. Los problemas son más fáciles de resolver. Y el peso de mis
pesares es más llevadero.
En Él tienen sentido esos
pasos que parecen conducir a ninguna parte. Aunque tenga que vivir sin entenderlo
todo, eso no importa. Mi cruz configura mi alma para siempre. Da forma a mi
rostro, a mi cuerpo, a mi alma.
Si
quiero negar lo que no me gusta de mí acabo prescindiendo de lo que soy, negando lo que hay en mí
de verdadero. Para ser discípulo de Jesús
sólo me queda coger mi vida en mis manos y besarla como un niño confiado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia