Cuando en una pareja, de repente, el hombre alza la voz y
dice “¡El que manda aquí soy yo!” es que probablemente sea su esposa la que lo
gobierne. Entonces, ¿quién tiene realmente el poder en esta relación?
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¡Cuidado!
Dentro de una pareja o de una familia, el que tiene o toma el poder no
siempre es el que pensamos. De hecho, existe el
poder oficial y el
poder no oficial (el verdadero). En el pasado, el hombre tenía el poder oficial.
Era el jefe de la familia. Pero a menudo el poder oficioso recaía en la esposa
que lograba sus objetivos con habilidad y finura, mientras que dejaba a su
marido el honor de creer que él era el que decidía. Incluso hoy en día, algunas
mujeres siguen haciéndolo así. Pero también existe otro caso: este famoso poder
oficioso a veces cae simplemente en manos de los niños, que imponen a sus
“comprensivos” padres su manera de ver las cosas y sus preferencias.
El arte de decidir juntos
Cualquier
comunidad, ya sea conyugal, nacional o internacional, requiere la regulación de
la toma de decisiones y, por lo tanto, la existencia de un “poder”. A nivel
nacional, está claro que los diferentes poderes están en conflicto: el de los
gobernantes, el de los medios de comunicación, el de los sindicatos, el de los
bancos, el de la opinión pública, el de los grupos de presión, etc. A
nivel de la pareja, a menudo también se inicia una lucha de poder entre dos
protagonistas que no quieren ser aplastados. Los comienzos de la vida matrimonial
suelen ser difíciles porque cada uno quiere dejar su huella, delimitar su
territorio, y no dejarse engañar por el otro. A continuación, algunos
cónyuges tienen a veces un arte sutil de mantener al otro bajo su control o, por
el contrario, de dejarse encadenar. Algunas esposas pueden tener esta
fuerza prodigiosa sabiendo -en el momento oportuno- soltar una lágrima
culpabilizadora o hacer chantaje emocional (“Si me amaras, harías lo que yo te
pidiera…”) para conseguir lo que quieren. También existe la prodigiosa inercia
de algunos maridos, herméticamente cerrados a las llamadas de sus esposas
pidiendo más ternura, más responsabilidades en el seno de la familia, más
espiritualidad.
No hay
otra forma de superar estas luchas violentas sino tomando claramente conciencia
de todo. A
través del diálogo, sin emitir ningún juicio, los cónyuges pueden tratar de
identificar las diferentes áreas donde uno tiene poder y donde el otro se
siente negado, o incluso aplastado. Es
frecuente escuchar en una pareja en crisis a uno de los cónyuges reprocharle al
otro de no haberle dejado existir, después de años de convivencia. Luego es
importante que todos renuncien a la tentación de la fusión, que inevitablemente
iría en detrimento de una de las dos personas. Amarse
mutuamente es unirse pero permaneciendo dos personas: la cuestión es saber
cuál de ellas es la que queda. También hay que renunciar a la tentación de
la omnipotencia, ese sentimiento que viene de la infancia y que solo busca
aprovecharse de las disposiciones amorosas del otro para dirigirlo mejor. Al principio de la
vida de pareja, un hombre es capaz de cumplir todos los deseos de su mujer,
pero si ella se aprovecha de su increíble poder, el hombre acaba aburriéndose.
Solo mandamos al otro
obedeciéndole
“La
fuerza desarmada es la más poderosa del mundo”, dijo Martin Luther King. Un proverbio
egipcio dice que “la mujer está doblemente encadenada si la cadena es amable”,
y un cómico añade: “sobre todo si los eslabones están hechos de piedras
preciosas”. Renunciando al machismo obsoleto y al
feminismo de retaguardia, la pareja dejará que el amor arbitre los diferentes
puntos de vista. Cada
cónyuge tiene derecho a expresar sus deseos, pero evitando que parezcan
órdenes. Dejando que el amor del otro encuentre una solución de compromiso, sin
chantajearlo. También es importante que cada
miembro de una familia, incluidos los niños, tenga sus propios momentos de
libertad donde pueda recuperarse y florecer, y luego acudir y compartir su
experiencia.
Finalmente, es importante
imitar la manera en que Dios actúa en su relación con los hombres. Sin embargo,
Aquel que es el Todopoderoso ha establecido con los hombres una relación de
alianza y no de dominación. Su Hijo vino sobre la Tierra, y en su increíble
Encarnación, se puso al mismo nivel que los hombres: “El, que era de condición
divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar
celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de
servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto
humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.”
(Filipenses 2:5-8). Ojalá imitemos en nuestras familias
esta loca humildad divina para estar atentos a las necesidades y deseos de los
demás, para buscar las soluciones más felices que satisfagan las expectativas
de los demás y el bien común de la familia.
Padre Denis Sonet
Fuente:
Aleteia






