¿Cómo
es que a veces muere el amor habiendo sido un día tan fuerte?
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| Juan Carlos Martinez | Shutterstock |
Me
da miedo perder las lágrimas, endurecer el corazón, tomar distancia de la vida.
Me asusta aislarme en mi dolor, perder la mirada comprensiva, olvidar las
caricias y los abrazos.
Me preocupa el peligro
constante que corre mi alma de vivir en las teorías y los sueños.
Alejándose totalmente de la vida. Me preocupa el sol que surge sin que yo
lo vea y muere haciendo que me olvide de sus rayos.
Me
duelen la indiferencia y el olvido, el desprecio y la ironía, la sospecha y la
desconfianza.
Como clavos que rompen mi piel sin darme casi cuenta.
Quiero levantar el sol con
mis manos pobres. Siempre lo he querido. Y en el intento he fracasado muchas
veces. Y otras muchas, no sé bien cómo, se ha alzado el sol altivo.
Quiero soñar con imposibles
que mi alma añora. Y retener entre mis dedos pedazos de piel y alma. No sé cómo
hacerlo. Quiero despertar en un horizonte lleno de esperanza y bañarme en
recuerdos que acaricien mi alma.
No le tengo miedo al tiempo
que corre como arena entre mis dedos. Ni al agua que se escapa sin que logre
retenerla. No me asustan las noches sin estrellas. Porque es mentira, están
ocultas, no importa tanto que yo las vea.
Decía
Raquel Aldana: “El Amor durará tanto como lo cuides. Y lo
cuidarás tanto como lo quieres”. He
decidido entonces cuidar el amor que toco. Respetar sus tiempos.
La muerte de la semilla en
el surco es lenta. Y el despliegue de los tallos y las hojas. Y yo apuro el
correr de la vida. Como queriendo llegar antes de tiempo a algún sitio.
Para no sufrir…
Sé que el amor que no se
cuida se muere. Deberé ser cuidadoso si quiero conservarlo. Y sé que lo que sí
quiero lo cuido, como un niño deseoso de guardar sus tesoros.
¿Cómo
es que a veces muere el amor habiendo sido un día tan fuerte? No lo entiendo muy
bien, pero sucede. Como un viento en ráfagas que todo lo trasforma.
El
amor profundo de un día muda, se torna indiferencia. No quiero yo ser culpable
de descuidar lo que amo. Caer en la tentación de olvidar regarlo. Pasar de largo
por la vida conteniendo al llanto. Sufrir por lo que es y por lo que aún no ha
sido.
Me da miedo pensar que los
sueños a veces no se cumplan. Y lo que parecía firme como una catedral de rocas
ungidas, se desmorone sin que influyan el viento, o la tormenta, sólo el olvido
que sí tiene más peso.
La Biblia pide: “No endurezcáis vuestro corazón”. Y yo me
endurezco. Al
sentir el olvido, o el rechazo, o la falta de respeto, o el dolor que lacera mi
piel en palabras hirientes.
Y me
endurezco. Para no sufrir, para que no me duela. Y
siento que mi piel se vuelve roca, hierro. Y mi amor se entumece entre paredes
frías. Para no sufrir más, me digo convencido. Porque
duele amar y no ser correspondido. Respetar y encontrar el rechazo. Amar y
escuchar el olvido.
Lo que quiero lo cuido, me
digo a mí mismo. Para no endurecerme cuando el viento sea fuerte. Quiero aprender
a amar respetando, agradeciendo, obviando lo que me incomoda y turba. Pasando
por alto defectos y
caídas. Perdonando y volviendo a abrazar la vida. Comenta el Papa Francisco
hablando del matrimonio:
“Se
puede estar plenamente presente ante el otro si uno se entrega ‘porque sí’,
olvidando todo lo que hay alrededor. Allí recordamos que esa persona que vive
con nosotros lo merece todo, ya que posee una dignidad infinita por ser objeto
del amor inmenso del Padre. Así brota la ternura, capaz de suscitar en el otro
el gozo de sentirse amado. Se expresa, en particular, al dirigirse con atención
exquisita a los límites del otro, especialmente cuando se presentan de manera
evidente”.
Quiero
ser tierno, sin corazón endurecido. Y llorar al perder o al tener lejos. Y volver a empezar,
aunque dude de mis fuerzas. Y pasar por alto lo que me duele volviendo a soñar
con imposibles.
Tengo el alma llena de
agradecimiento. No me endurezco, y no olvido. Porque el olvido duele en las
entrañas como un frío capaz de acabar con las sonrisas.
Quiero cuidar lo que amo. Y
amar con toda el alma lo que cuido. No olvidarme que soy de barro, aunque
pretenda conseguirlo todo. Eso no importa porque no soy yo.
Mi
corazón se endurece si me olvido de tocar el amor de Dios en mi alma. Y sentir su abrazo noche
tras noche. Y vivir atado a la vida sin dejar pasar un instante.
Tengo
ante mí el sueño de toda mi existencia. Escribo en mi cuaderno los recuerdos que
me dan vida. Releo palabras de esperanza. Retengo imágenes que el tiempo no
difumina.
Agradecido el corazón del
que ama siempre. Agradecido y paciente con la vida que Dios me ha confiado.
No tengo claro si podré
alcanzar las estrellas con pies humanos, sin alas y sin vientos. Pero al menos
podré guardar su reflejo en lo más hondo de mi mirada. Allí donde descansa Dios
despertando la vida dormida.
No dejo de cuidar lo que me
han confiado. La confianza dada. La sonrisa prestada. La palabra que acaricia.
Y el silencio que acompaña.
Retengo en un abrazo los
síes de toda una vida. Y vuelvo a levantarme dispuesto a sostener el mundo
entre mis dedos. No dejo de cuidar todo
lo que he amado. No dejo de agradecer todo lo que me han amado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






