El
amor que recibo cuando sufro me permite seguir luchando, saber que alguien me
espera al final del túnel
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By Sam Wordley/Shutterstock |
El
sufrimiento es una escuela en la fortaleza. El dolor puede hacerme mejor
persona. O puede amargarme y volverme huraño.
Puede
hacerme más fuerte, más recio, más anclado en Dios, más libre. O puede
atormentarme y hundirme entre cadenas que no me dejan volar.
Yo
no decido sufrir, no lo quiero, no lo elegiría nunca. Buscaría mejor el atajo,
el camino fácil, más llano, el día soleado, la paz del sueño, el descanso sin
prisas.
Elegiría
una vida sin agobios, sin presiones, sin pérdidas ni tropiezos. Elegiría
siempre el éxito, el triunfo, los primeros puestos que causan alegría.
El sufrimiento está ahí
Pero
sé que el sufrimiento forma parte de mi camino. He sufrido en la vida. No tanto
como muchos. A veces por motivos físicos, por la enfermedad, por el envejecimiento ineludible.
En
ocasiones he sufrido por expectativas no cumplidas, por sueños que se han
perdido con el paso del tiempo. Tal vez han sido las heridas del alma las que
más me han debilitado y hecho sufrir.
He
sido infeliz en tantas ocasiones… He sufrido en esos momentos en los que no he
logrado poseer entre mis manos lo que amaba. Y también cuando el objeto de mis
deseos se escapaba de mi alma.
He
sufrido al ser herido, criticado, olvidado, difamado. Ese dolor del
alma es hondo y cruel. He sufrido cuando no llegaba hasta ese punto al que
deseaba llegar. He sufrido, sufro y mi alma se entristece.
Pierdo
fuerzas en ocasiones con sufrimientos innecesarios. He
malinterpretado a las personas con sus comentarios. O me he tomado demasiado en
serio y he buscado culpables por el camino.
Me
han herido, pienso en mi corazón. Pero quizás soy yo con mi sensibilidad que
me hace sufrir más de la cuenta. Son dolores y sufrimientos eludibles.
Ánimos para seguir
Miro
mi alma que sufre, que tiene dolores y me pregunto: ¿Cómo puedo salir
fortalecido de tanto sufrimiento? Me parece imposible.
El
sufrimiento me rompe por dentro, seca mi alma, me vacía. ¿Cómo puede hacerme
más fuerte? El amor que recibo cuando sufro me permite seguir luchando.
Saber que alguien me espera al final del túnel. Alguien que sigue creyendo en
mí después de haber palpado mi fragilidad.
Ese
amor es el que me salva y me hace fuerte. Me da ánimos para seguir luchando,
para no hundirme. La experiencia de un Dios personal que navega en mi
barca, camina en mis pasos, vive en mi dolor, es lo que me salva.
Cuando
descubro en Dios un seguro en la tormenta, un sostén en plena caída en el vacío
y una puerta de esperanza que me abre a una nueva etapa de mi vida. Mi
sufrimiento es el suyo. Nada de lo mío le es ajeno:
“El
sufrimiento del hombre se convierte misteriosamente en sufrimiento de Dios. En
la naturaleza divina el sufrimiento no es sinónimo de imperfección”.
Ganar al desánimo
Miro
el rostro de Jesús y Él me mira. Y entonces veo que puedo salir de la
infelicidad a la que me lleva el dolor. Puedo vencer esa tristeza oscura que me
aleja de los hombres y de Dios mismo.
Puedo
vestir de color los trajes grises en los que me encierro. Puedo sonreír cuando
brota el llanto desde lo más hondo. Puedo cambiarlo todo con la fuerza de su
amor. Decía el padre José Kentenich:
“Aun
cuando haya caído sobre nosotros el sufrimiento y hayamos respondido con el
afecto de la tristeza, también en una u otra ocasión con una tristeza desmedida
y desordenada, queremos seguir no obstante la orden del apóstol. Así, el arte
de inmunización deberá ser complementado por un arte de la transformación.
Puedo
vencer mi estado de ánimo débil si confío, si creo en mí porque otros también
creen en mi poder. Puedo elevarme sobre mí mismo cuando me faltan las fuerzas.
Puedo seguir luchando con pasión y lograr ese equilibrio en
desequilibrio que sueño.
No
conozco a nadie que sea totalmente equilibrado. No me puedo imaginar realmente
a nadie tan aburrido. En mí conviven el desequilibrio y el anhelado equilibrio.
El orden y el desorden. La paz y la guerra. El cielo y la tierra.
En
esa lucha interna me debato. Pero no quiero dejar que el desánimo se
apodere de mí. El equilibrio que anhelo es la fortaleza para mantenerme a
flote en un naufragio. Para ser auténtico, yo mismo en medio de las críticas.
Para ser verdadero cuando lo más fácil sería seguir mintiendo.
Ser proactivo
Por
eso creo que puedo llegar a ser señor de mi historia. Puedo tomar yo las
riendas y decidir que mi vida la construyo con Dios.
No
soy pasivo. Por eso tengo fuerzas para levantarme después de haber caído. No
quiero vivir tan solo reaccionando ante todo lo que sucede a mi alrededor.
Tengo clara mis metas y sé hacia dónde va mi camino.
Cuando
es así, cuando sé lo que de verdad quiero, entonces me es más fácil salir del
sufrimiento con una mentalidad reforzada.
Tengo
más claridad, más fuerza, más alegría para enfrentar los obstáculos del camino.
No me desanimo cuando no me resultan los proyectos que emprendo.
Sé
que no seré más feliz si no sufro. Sé que puedo ser feliz mientras sufro. Sé
que puedo seguir amando y dando la vida desde el dolor hondo que provocan mis
pasos, mis luchas.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia