Ni
angustia ni pánico ante el mal: no quiero temer, no tengo que defenderme, estoy
en manos de Dios
![]() |
Hernán Piñera-CC |
Hay momentos en que me preocupan los signos visibles del mal.
Parece que todo está perdido. Parece que no hay nada que hacer. ¿No escucho a
menudo que todo está
perdido? Es la desesperanza del corazón que ha dejado de mirar a Jesús.
¿No me turbo yo al ver el
mal ten cerca de mi casa, de mi familia, de mi corazón? Me asombro, me asusto,
me lleno de pánico.
Jesús mismo anuncia en
cierto momento tiempos difíciles:
“En
aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que
estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo: – Esto que contempláis,
llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”.
Al final de este año
litúrgico Jesús quiere que comprenda que vivo tiempos difíciles. Y yo sé que lo
son. Falta la paz, y falta la esperanza. Hay violencia a mi alrededor. Falta
esa comunión que yo deseo en Jesús. Y Jesús quiere que lo mire a Él y confíe:
“Cuando
oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es
necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida. Se alzará
pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en
diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes
signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante
reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para
dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar
vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá
hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres,
y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de
vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre”.
Pero no
quiero temer. No tengo que defenderme. Estoy en manos de Dios. Me lo dice Jesús. Me
pide que no tenga pánico. Que no me acobarde. Que no desconfíe de su poder. Él lo
puede hacer todo bien en medio del mal.
Puede sembrar la paz en mi
alma estando en guerra. Y puede acabar con los miedos que me turban y me
impiden avanzar. Tengo claro que Él puede hacerme ver lo bello en medio de
la destrucción,
en la desazón del desierto.
Puede
sembrar esperanza en medio de mi desconfianza. Dios lo puede todo. Le miro y
quiero confiar. Decía Victor Hugo:
“La
pupila se dilata en las tinieblas, y concluye por percibir claridad, del mismo
modo que el alma se dilata en la desgracia, y
termina por encontrar en ella a Dios.”
En la desgracia puedo
encontrar a Dios sosteniendo mis pasos, velando mi camino. Quiero que mis
pupilas se dilaten para buscar a Dios caminando a mi lado.
La
victoria sobre el mal es posible. El amor es más fuerte que el odio. Lo sé pero necesito
escucharlo mil veces. Porque si no, la tristeza se apodera de mi ánimo.
Siempre hay una nueva
oportunidad. Un nuevo sueño despierta cada amanecer. Me quiero volver niño para
confiar de nuevo en la victoria de Dios. Leía el otro día:
“Lo
que el cuento de hadas hace exactamente es esto: por una serie de claras
representaciones pictóricas, nos acostumbra a la idea de que esos terrores
ilimitados tienen un límite; de que esos informes enemigos tienen enemigos; de
que esos infinitos enemigos del hombre tienen enemigos en los campeones de
Dios; de que hay algo en el universo más místico que las tinieblas y más
potente que el miedo poderoso”.
Los hijos de Dios triunfan. Los
hijos de la luz vencen sobre los hijos de las tinieblas. Podré perder la vida.
Podré perder la fuerza. Podré sentirme perdido en mis deseos de vencer. No
importa.
Jesús me sostiene y me salva
en el peor momento de mi vida. Cuando parece todo perdido me rescata de la
muerte y me salva para la eternidad.
Pero
antes, mientras tanto, experimento la turbación y la persecución. El dolor de
la infamia. La angustia de la derrota inminente.
Me
faltan las fuerzas y confío porque Dios me promete que pondrá
palabras en mi boca para encender de nuevo la llama de la esperanza.
Jesús
ya ha vencido a la muerte, por eso no temo. Jesús ya ha llegado al cielo y ha abierto
la puerta de la eternidad para que pase por ella mi carne herida.
Jesús ya ha llegado al final
del camino por el que yo voy. Por eso no temo. Como en un cuento de hadas en el
que el final feliz está asegurado.
Hay un
freno que detiene a los fantasmas, a los que están llenos de odio y sólo
quieren mi mal. Esa desesperación en la que puedo caer no tiene sentido. Porque
Jesús ya ha vencido a la muerte. Y la esperanza llena mi alma. Es más
luminosa que todas las tinieblas. Es más grande que todos mis miedos.
Me levanto con el corazón
feliz y tranquilo. Jesús ha venido a salvar mi vida. Y su mirada me levanta. Creo que Él siembra en mi alma palabras llenas
de luz y de vida para que los que están conmigo no sigan temiendo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia