Basta
con mi sí al bien del otro por encima del mío
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| Dwayne Legrand/Unsplash | CC0 |
El
otro día me quedé pensando en el poder que tiene el amor. Puedo entregar la
vida por amor. Sin guardarme nada, sin reservarme. El amor saca lo mejor de mi
alma y me hace capaz de sueños imposibles. El amor que doy, el amor que recibo.
El que ama desea a la
persona amada. Busca su amor, su cuidado, su cercanía. Busca incluso poseerla,
retenerla a su lado, guardarla en su camino.
El amor crece en la entrega
y va cambiando. El amor maduro es el que busca el bien de
la persona amada, su crecimiento. Comenta Jorge Bucay:
“El
verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para
que sea quien es”.
Cuando
amo de forma madura no deseo que el otro sea como yo
quiero que sea.
No quiero que se comporte como a mí me viene bien.
No busco que desee mi bien,
más bien deseo yo el suyo. Y busco que mi amor saque la mejor versión de él
escondida en su interior.
Mi amor, cuando es maduro,
toma decisiones difíciles por amor al otro. A veces decisiones
incomprendidas, decisiones que parecen muy radicales.
Son renuncias
en el camino, opciones que elijo porque amo. Amo a
una persona y renuncio a lo que a esa persona no le hace bien.
Por
amor elijo caminos que nunca hubiera elegido sin amor. Por amor dejo incluso
lo que amo por seguir el camino de quien me ama. Santa Teresita decía:
“Dios
me dio el atractivo de un destierro total, me hizo comprender todos los
sufrimientos que encontraría en Él y me preguntó si quería beber ese cáliz
hasta las heces. Quise tomar inmediatamente esa copa que
Jesús me presentaba, pero Él, retirando su mano, me hizo comprender que se
contentaba con mi aceptación”.
A veces el amor de Dios es así. Me pide la
renuncia, la entrega. Y luego retira la mano. Me libera como en Moria a Isaac
ante los ojos sorprendidos de Abrahán. Basta
con mi sí por amor. El amor es lo que cuenta.
¿Qué
estoy dispuesto a entregar por amor?
Parece paradójico renunciar
al amor por amor. Renunciar al bien de mi vida por amor. Renunciar a lo que me
llena plenamente por amor.
Pero así de loco se vuelve
el que ama de verdad, con un amor maduro. Con ese amor que busca sólo el bien
de aquel al que ama.
El
amor que se humilla y abaja para servir desde los pies. Como Jesús lavando a
sus discípulos. Un amor que sabe elegir lo que me hace
crecer, no sólo el camino fácil.
¿Qué es lo que me pide Dios
cuando me ama, cuando le amo? Decía santa Teresita:
“Me
parece que ahora nada me impide levantar vuelo porque ya no tengo grandes
deseos si no es el de amar hasta morir de amor. Ahora de todo corazón
quiero estar enferma toda mi vida si eso le place a Dios y hasta consiento en
que mi vida sea muy larga. La única gracia que deseo es dejar que mi vida sea
totalmente molida por el amor”.
No sé si soy capaz de amar a Dios de esa manera. Hasta
besar la cruz que me hace daño. O beber el cáliz que está ente mis ojos.
Mi vida molida por amor. ¿Es
que el amor no me hace vivir siempre con paz y alegría? ¿No se disfruta siempre
amando? El amor se curte en el dolor de la entrega.
El amor conlleva sufrimiento y sacrificio.
La mesa familiar donde una
familia comparte el amor es mesa de sacrificios. El que
ama da más que recibe. Aunque luego reciba más de lo que espera.
A menudo veo que no amo bien, con madurez. Lo veo cuando
siento que me cuesta decir que sí a lo que me pide Dios con su amor. O me
resulta difícil seguir el camino marcado cuando yo hubiera tomado otro. O
elegir lo correcto, habiendo podido elegir lo que no me hace crecer como
persona.
¡Cuánto cuesta optar por lo
que Dios me pide! Opto por amor, no por deber. Que es distinto. Y
elijo el amor que es para siempre. Mis elecciones son para siempre. Decía san
Juan Pablo II:
“Quien
no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo
día”.
Decido
amar siempre.
No guardarme, no esconderme, no secarme. Elijo no tener mi plan lejos del plan
que Dios me insinúa. Elijo sus días, no los míos. Elijo
sus caminos, no mis atajos.
Opto por el amor que es
eterno, no por el caduco. Elijo renunciar por un bien más alto, cuando es lo
que aparece ante mis ojos.
Elijo
la vida antes que la muerte. La verdad antes que vivir en mentiras. Elijo el
amor que dura, no el placer efímero. Elijo lo que me sana, no lo que me
enferma. Elijo lo que me hace libre, dejando de lado lo que me encadena.
Elijo
el bien del otro por encima del mío. Que brille su rostro más que el mío.
Que sea más feliz que yo. Que sea más pleno, aunque yo no lo sea.
Elijo el amor que es servicio
callado, oculto en la noche. El amor que sonríe en medio de dolores. Elijo la
paz en medio de la tormenta. Y el amor que sabe morir por el que ama.
Así es el amor que sueño, no
la pálida caricatura de ese amor que a veces vivo. Quiero
pedirle a Jesús que me enseñe a amar hasta dar la vida. A morir amando. A vivir
muriendo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






