¿Estás
ante una decisión importante? En el camino está la felicidad, no tanto en la
meta, en la lucha constante por acercarte a Dios
![]() |
| pixabay |
Hay
muchas maneras de enfocar la propia vida. Hay muchas formas de caminar. Hay
muchos caminos posibles. Muchas elecciones. Quizás siempre la pregunta se
centra en saber qué decisiones van a hacerme feliz.
O quizás, si he sido capaz
de mirar más hondo, llego a entender que hay un camino que se adapta a mí, o yo
a ese camino. Que hay huellas en las que caben mis pies, y otras que me quedan
grandes o pequeñas.
Y a veces veo que podría
haber recorrido otros caminos distintos. Pero quizás no eran los que Dios
pensaba para mí. Y me quedo pensando en las decisiones pasadas, y en las que
se abren ante mis ojos.
Recuerdo la voz de Dios y
sus silencios. Pienso en los pasos errados y en los acertados. En las noches de
invierno y en los días de sol. Pienso en el camino de mi vida. Y me gustan las
palabras de santa Teresita:
“Todo
está bien cuando no se busca más que la voluntad de Jesús. Por eso, yo, pobre
florecilla, obedezco a Jesús, tratando de hacerle el gusto a mi Madre amada”.
Así de sencillo. Así de
difícil. Encontrar que Dios tiene la respuesta que yo busco. Y que hay lugares en
los que haré feliz a muchos, y lográndolo, seré yo feliz. Y hay otros lugares
en los que no lograré la paz que sueño. Como decía María Rocío:
“Un
hombre que confía sin tregua en la providencia de Dios, porque se sabe amado
por Él. Que establece lazos de amor con todos y con todo. Que es y se siente
libre, que aspira a sublimar su naturaleza humana dañada, ¿no es ya, en buena
medida un hombre feliz?”.
En el
camino está la felicidad. No tanto en la meta. En la lucha constante por
acercarme a ese Dios que me resulta esquivo. En el esfuerzo por escuchar su
voz que es un susurro. Y por cumplir aquello que me insinúa.
A veces no soy feliz porque
no le pertenezco. Y no son míos sus deseos. Ni sus sentimientos los que habitan
en mi alma. Y rezo con las palabras del padre José Kentenich:
“Hasta
ahora tuve yo el timón en mis manos. En el barco de la vida a menudo te olvidé.
Me volvía desvalido hacia ti de vez en cuando, Para que la barca navegara según
mis planes. Concédeme, Padre por fin la conversión total. En Cristo quisiera
anunciar al mundo entero: – El Padre tiene en sus manos el timón,
aunque yo no sepa el destino ni la ruta. Ahora me dejo guiar ciegamente por
ti. Quiero elegir solamente tu santa voluntad. Como tu amor me guarda siempre,
cruzaré contigo noches y tinieblas”.
Quiero tener su voluntad en
mi pecho. Quiero la conversión total que me cambie por entero. Quiero alcanzar
las nubes que parecen tan lejanas.
Quiero retener el agua que
corre en un torrente. Quiero abrazar los vientos que calman mis miedos. Quiero
navegar más hondo sin temer la tormenta. Quiero ser yo mismo siempre en el
corazón de Cristo.
Sé que si soy
feliz haré felices a muchos. Y si me amargo amargaré a otros.
Tengo claro que puedo correr más, aún tengo fuerzas.
Pero ni aun así sé si
llegaré tan lejos como cuando me dejo llevar por su viento. A veces no me
gustan tanto sus deseos. O no comprendo bien lo que me conviene. Y me aferro
como un niño a su juguete perdido. Y deseo retener la ruta que ha recorrido mi
barca.
Con lo sencillo que sería
hacer siempre la voluntad de Dios… Y elegir cada día lo que más me conviene.
Pero no sé bien por qué me
he creado dependencias demasiado absurdas. Y mis adicciones
acaban por volverme loco. Y me empeño en querer hacerlo todo yo sin contar con
nadie. A mi manera. Sin darme cuenta de que cuando
voy solo lo hago todo mal. Y cuando me dejo complementar y
ayudar todo va mejor.
Que no tengo siempre la
última palabra. Ni lo sé todo. Ni hago bien todo lo que empiezo. Y mis miedos
me detienen en medio del camino. Porque me asustan el fracaso y la muerte.
Quiero
confiar más de lo que confío. Confiar en el camino trazado por el
amor de Dios en mi alma. Dejar que sea Él quien lleve el timón de mi barca. Y
no pretender ser yo el capitán de mi navío.
Dios me ama. Y eso me basta para ser feliz. Y yo sólo quiero
aprender a amar desde mi torpeza.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






