Cuando todo lo que conoces sobre la Iglesia se limita a lo que quieran decir los que controlan los medios de comunicación lo lógico es vivir equivocado
“Que tu vida no
sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso. Ilumina, con la luminaria de tu fe y
de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron
los sembradores impuros del odio. Y enciende todos los caminos de la tierra con
el fuego de Cristo que llevas en el corazón”. San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Ante la
pregunta sobre quiénes forman
la Iglesia es habitual que se empiece a hacer recuento de
cargos eclesiásticos: Sacerdotes, Obispos, Monjas, el Papa… Es una forma de
pensar típica de quien no tiene muy claras las ideas acerca de lo que es la
Iglesia, y debo reconocer que una buena parte de cristianos tienden a dar la
misma respuesta; yo mismo hubo un tiempo en el que la habría dado sin
pensármelo dos veces.
En cierto modo
es normal. Cuando todo lo
que conoces sobre la Iglesia se limita a lo que quieran decir los que controlan
los medios de comunicación lo lógico es vivir equivocado. En
el seno de la Iglesia está presente un enorme gigante que, todavía hoy, permanece dormido.
Se va desperezando poco a poco, pero todavía le queda mucho para estar
plenamente despierto. Se trata de quienes conforman la mayoría de la Iglesia, los laicos.
Durante
demasiado tiempo, los laicos, nos hemos dejado anestesiar, hemos ido reduciendo
paulatinamente nuestro compromiso con la Iglesia y con lo que supuestamente son
nuestras creencias y nuestros principios y hemos dejado que el tiempo
transcurriera plácidamente mientras olvidábamos… Y, de pronto, nos hemos
encontrado con que ¡no conocemos lo
que creemos! Mientras una ofensiva laicista aprovecha
nuestro sueño para imponer sus ideologías.
Ante este ataque el gigante empieza a despertar.
Poco a poco han surgido multitud de asociaciones y otras iniciativas en busca
de una vivencia de la fe mucho más coherente. Pero todavía queda mucho por
hacer. No podemos esperar que esas asociaciones sean las únicas que resuelvan
el problema. Si falla la base, todo el edificio caerá irremediablemente. Por
tanto si los laicos no somos capaces de vivir realmente nuestro cristianismo,
la Iglesia se irá desmoronando.
No es
casualidad que haya sido en los momentos y lugares de mayor persecución y necesidad cuando
han aparecido los mejores ejemplos de cristianos comprometidos. Sin embargo, es
una pena que, cuando no se dan esas situaciones, la modorra gobierne nuestras
vidas. Olvidamos que Dios mismo nos ha elegido para constituir su Iglesia y
que, por tanto, tenemos un papel
en ella; es más, me atrevería a decir que el papel del laico es
enormemente importante, fundamental. Se trata de una responsabilidad vital en
el mantenimiento de la Iglesia. Nosotros somos el primer frente de lucha en el mundo
ordinario, porque, no nos engañemos, la vida del cristiano es una lucha constante. Contra
nuestro propio egoísmo, contra las corrientes que buscan rebajar la dignidad
humana, contra la ignorancia, contra la tibieza… Contra el Mal, en definitiva.
No es ni debe
ser una lucha cruenta, pero eso no hace que no sea extenuante; hasta el punto
de que solos no podríamos afrontarla sin acabar sumiéndonos en la más absoluta
desesperación. Necesitamos
radicar nuestra vida, nuestra actividad diaria, en Cristo. Sólo así
podremos avanzar en un mundo en el que da la sensación de que a cada día que
pasa resulta más complicado no ser un borrego más, que siga servilmente la
corriente que marcan las modas y los gobiernos.
A nosotros nos
corresponde la lucha en nuestros puestos de trabajo, en nuestras familias, en
nuestro propio ambiente. Debemos hacer oración cada una de nuestras
actividades, y más aún si nos resultan repetitivas y rutinarias. Debemos luchar por entender nuestra fe y por hacérsela entender a los
demás. Nosotros tenemos la responsabilidad de llevar la
luz a aquellos que, dentro del círculo en el que nos movamos en la vida,
caminan a oscuras. Llegamos a todos
los rincones de la sociedad, y por ello podemos iluminarla en su totalidad. Pero
para eso tenemos que despertarnos, y se está tan bien dormido sin preocuparse
de nada…
“También ustedes como piedras vivas, edifíquense
y pasen a ser un Templo espiritual, una comunidad santa de sacerdotes que
ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios, por medio de Cristo Jesús”
(1ª Pedro 2, 5).
Por: Jorge Sáez Criado
Fuente: Católicos
Con Acción