Catequesis
del Papa Francisco
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El Papa bendice a una niña en la Audiencia General © Vatican Media |
“Hoy
la grave amenaza, en los países más desarrollados, es la pérdida del sentido de
la vida”, ha anunciado el Papa en la audiencia general, en la que ha compartido
con los peregrinos los momentos más relevantes de su 32º viaje apostólico
internacional, a Tailandia y Japón.
En
la plaza de San Pedro se han congregado este miércoles, 27 de noviembre de
2019, miles de visitantes y peregrinos, procedentes de Italia y de otros países
para escuchar al Santo Padre en la audiencia general.
“Esta
visita ha aumentado mi cercanía y afecto por estos pueblos: Dios los bendiga
con abundancia de prosperidad y paz”, ha indicado Francisco, al mismo tiempo
que ha agradecido a los pueblos tailandés y japonés, a las autoridades y a las
personas que han hecho posible este viaje.
El pueblo Thai, pueblo de
la sonrisa
En
Tailandia, “un antiguo reino que se ha modernizado fuertemente”, se encontró
con el rey, el primer ministro y otras autoridades, y rindió homenaje “a la
rica tradición espiritual y cultural del pueblo Thai, el pueblo de la ‘hermosa
sonrisa'”, ha señalado. “Allí la gente sonríe”.
En
este país, el Pontífice alentó el “compromiso” de “lograr la armonía entre los
diferentes componentes de la nación”, también “para que el desarrollo económico
beneficie a todos” y “se curen las llagas de la explotación, especialmente de
las mujeres y los niños”, ha advertido.
Asimismo,
el Papa ha recordado los momentos más importantes del viaje, así como la Misa
celebrada en el Estadio Nacional de Bangkok, el encuentro con los enfermos del
hospital Sant Louis y las diferentes reuniones fraternas con los
sacerdotes, religiosos, obispos y jesuitas.
Japón, proteger y amar la
vida
Al
llegar a Tokio, ha contado el Papa, fue recibido por los obispos del país, con
los que “inmediatamente compartimos el reto de ser pastores de una Iglesia muy
pequeña, pero portadora de agua viva, el Evangelio de Jesús”.
El
Santo Padre ha señalado que el lema de su visita a la isla fue Proteger
cada vida, un país que lleva las “cicatrices del bombardeo atómico” y que es
para todo el mundo el “portavoz del derecho fundamental a la vida y a la paz”.
Asimismo, narró su paso por Nagasaki e Hiroshima, donde rezó y se encontró con
algunos supervivientes y víctimas, y “reiteró la firme condena de las armas
nucleares y la hipocresía de hablar de paz construyendo y vendiendo artefactos
bélicos”.
Después
de esa tragedia, el Japón “ha demostrado una extraordinaria capacidad para
luchar por la vida”, ha observado, “y lo ha hecho incluso recientemente,
después de la triple catástrofe de 2011: terremoto, tsunami y accidente en una
central nuclear”, momento que también conmemoró con algunas víctimas en Tokio.
“Para
proteger la vida hay que amarla, y hoy la grave amenaza, en los países más
desarrollados, es la pérdida del sentido de la vida”, ha explicado. En este
sentido, Francisco se reunió con los jóvenes, las “primeras víctimas del vacío
del sentido de vivir”, ha descrito, escuchando “sus preguntas y sus sueños”.
Tras
haber repasado otros momentos de especial importancia en su viaje, el Pontífice
ha encomendado a todos los peregrinos presentes en la audiencia a “confiar
los pueblos de Tailandia y Japón a la bondad y a la providencia de Dios”.
A continuación sigue el
texto completo de la catequesis ofrecida por el Santo Padre, este miércoles, 27
de noviembre de 2019.
Catequesis del Papa
Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ayer
volví de mi viaje apostólico a Tailandia y Japón, un regalo por el que estoy
muy agradecido al Señor. Deseo renovar mi gratitud a las autoridades y a los
obispos de estos dos países, que me invitaron y recibieron con gran esmero, y
sobre todo manifestar mi agradecimiento al pueblo tailandés y al pueblo
japonés. Esta visita ha aumentado mi cercanía y afecto por estos pueblos: Dios
los bendiga con abundancia de prosperidad y paz.
Tailandia
es un antiguo reino que se ha modernizado fuertemente. Durante el encuentro con
el rey, el primer ministro y otras autoridades, rendí homenaje a la rica
tradición espiritual y cultural del pueblo Thai, el pueblo de la “hermosa
sonrisa”. Allí la gente sonríe. Alenté el compromiso de lograr la armonía entre
los diferentes componentes de la nación, también para que el desarrollo
económico beneficie a todos y se curen las llagas de la explotación,
especialmente de las mujeres y los niños. La religión budista es parte
integrante de la historia y de la vida de este pueblo; por eso fui a visitar al
Patriarca Supremo de los Budistas, continuando el camino de estima mutua
iniciado por mis predecesores, para que la compasión y la fraternidad crezcan
en el mundo. En este sentido, el encuentro ecuménico e interreligioso que tuvo
lugar en la universidad más grande del país fue muy significativo.
El
testimonio de la Iglesia en Tailandia pasa también por obras de servicio a los
enfermos y a los últimos. Entre ellas, destaca el hospital Saint Louis que
visité animando al personal sanitario y conociendo a algunos pacientes. También
dediqué momentos específicos a los sacerdotes y a las personas consagradas, a
los obispos y también a los hermanos jesuitas. En Bangkok celebré la misa con
todo el pueblo de Dios en el Estadio Nacional y luego con los jóvenes en la
catedral. Allí experimentamos que en la nueva familia formada por Jesucristo
están también los rostros y las voces del pueblo Thai.
Luego
me desplacé a Japón. Cuando llegué a la nunciatura de Tokio, fui recibido por
los obispos del país, con los que inmediatamente compartimos el reto de ser
pastores de una Iglesia muy pequeña, pero portadora de agua viva, el Evangelio
de Jesús.
“Proteger
cada vida” fue el lema de mi visita a Japón, un país que lleva las cicatrices
del bombardeo atómico y que es para todo el mundo el portavoz del derecho
fundamental a la vida y a la paz. En Nagasaki e Hiroshima recé, me encontré con
algunos supervivientes y familiares de las víctimas, y reiteré la firme condena
de las armas nucleares y la hipocresía de hablar de paz construyendo y
vendiendo artefactos bélicos. Después de esa tragedia, el Japón ha demostrado
una extraordinaria capacidad para luchar por la vida, y lo ha hecho incluso
recientemente, después de la triple catástrofe de 2011: terremoto, tsunami y
accidente en una central nuclear.
Para
proteger la vida hay que amarla, y hoy la grave amenaza, en los países más
desarrollados, es la pérdida del sentido de la vida.
Las
primeras víctimas del vacío del sentido de vivir son los jóvenes, por eso les
dediqué un encuentro en Tokio. Escuché sus preguntas y sus sueños; los animé a
oponerse juntos a todas las formas de bullying, y a superar el miedo y los
cierres abriéndose al amor de Dios, rezando y sirviendo a los demás. Conocí a
otros jóvenes en la Universidad de Sophia, junto con la comunidad
académica. Esta Universidad, como todas las escuelas católicas, es muy
apreciada en Japón.
En
Tokio tuve la oportunidad de visitar al Emperador Naruhito, a quien renuevo la
expresión de mi gratitud; y me encontré con las autoridades del país y con el
cuerpo diplomático. Manifesté el deseo de una cultura de encuentro y diálogo,
caracterizada por la sabiduría y la amplitud de horizontes. Permaneciendo fiel
a sus valores religiosos y morales, y abierto al mensaje evangélico, Japón
podrá ser un país líder para un mundo más justo y pacífico y para la armonía
entre el hombre y el medio ambiente.
Queridos
hermanos y hermanas, confiemos los pueblos de Tailandia y Japón a la bondad y a
la providencia de Dios. Gracias.
Rosa
Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit