Ciclo
de los Hechos de los
Apóstoles
El
Papa se dirigió a los casados, indicándoles que escuchen cuál es su vocación,
que debe ser “la verdadera escultura viviente” de Dios “que derrame su Espíritu
sobre todos los matrimonios cristianos para que “abran las puertas de sus
corazones a Cristo y a sus hermanos y hermanas y transformen sus hogares en
iglesias domésticas”.
Hoy,
13 de octubre de 2019, el Santo Padre ha continuado con el ciclo de catequesis
sobre los Hechos de los Apóstoles, centrando su reflexión en el pasaje “Áquila
y Priscila lo tomaron consigo” (Hechos 18:26) Una pareja al servicio del
Evangelio. (Hechos de los Apóstoles 18, 1-3).
La
audiencia general de este miércoles ha tenido lugar en la plaza de San Pedro,
donde el Papa se ha encontrado con los grupos de peregrinos y fieles de todo el
mundo. No obstante, antes de salir a la plaza, el Papa ha saludado a los enfermos reunidos en el Aula Pablo VI debido
al mal tiempo.
“Domus ecclesiae”
Sobre
Áquila y Priscila, Francisco resaltó cómo practicaron el “arte cristiano de la
hospitalidad”. Cuando Pablo llegó a Corinto, ciudad a la que ambos se habían
trasladado al ser expulsados de Roma por ser judíos, hospedaron no “solo al
evangelizador, sino también al anuncio que lleva consigo: el Evangelio de
Cristo, que es ‘una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree’ (Rm
1,16)”.
Además,
el hogar de este matrimonio abrió sus puertas a todos los cristianos,
convirtiéndose en una ‘casa de la Iglesia’, una ‘domus ecclesiae’”, lugar de
escucha de la Palabra de Dios y de celebración de la Eucaristía”, explicó el
Papa. Y subrayó que también actualmente en algunos países sin libertad
religiosa “los cristianos se reúnen en una casa, algo escondidos, para rezar y
celebrar la Eucaristía”.
El papel de los laicos
Pablo
dejó Corinto tras un año y medio y Priscila y Áquila también se trasladaron a
Éfeso, donde su casa también fue “un lugar de catequesis”, describió el
Pontífice. En este sentido, apuntó: “¡Cuántas familias en tiempos de
persecución se juegan la cabeza para esconder a los perseguidos! Este es el
primer ejemplo: la hospitalidad familiar, también en los momentos difíciles”.
El
Obispo de Roma reiteró que Priscila y Áquila suponen un modelo de “vida
conyugal” y nos recuerdan que “gracias a la fe y al compromiso de
evangelización de tantos laicos como ellos, el cristianismo ha llegado hasta
nosotros”.
Esto
ocurre porque, efectivamente, “para arraigar en la tierra del pueblo, para
desarrollarse ampliamente, era necesario el compromiso de estas familias.
Pensad que el cristianismo desde el principio lo predicaron los laicos”,
explicó el Papa Francisco, agregando que “también vosotros, laicos, sois
responsables por vuestro bautismo, de llevar adelante vuestra fe”.
A continuación,
reproducimos la catequesis completa del Papa Francisco.
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Esta
audiencia se hace con dos grupos: los enfermos están en el Aula Pablo VI –yo he
estado con ellos, les he saludado y bendecido; serán alrededor de doscientos
cincuenta. Allí estarán más cómodos a causa de la lluvia – y nosotros aquí.
Pero ellos nos miran gracias a la pantalla gigante. Vamos a saludarnos, los dos
grupos, con un aplauso.
Los
Hechos de los Apóstoles narran que Pablo, como evangelizador incansable que es,
después de su estancia en Atenas, caracterizada por la hostilidad continúa la
carrera del Evangelio en el mundo. La nueva etapa de su viaje misionero es
Corinto, capital de la provincia romana de Acaya, una ciudad comercial y
cosmopolita, gracias a la presencia de dos importantes puertos.
Como
leemos en el capítulo 18 de los Hechos, Pablo encuentra hospitalidad con un
matrimonio, Áquila y Priscila (o Prisca), obligados a mudarse de Roma a Corinto
después de que el emperador Claudio decretase la expulsión de los judíos (cf.
Hechos 18:2). Me gustaría hacer un paréntesis.
El
pueblo judío ha sufrido tanto en la historia. Ha sido expulsado, perseguido… Y,
el siglo pasado, hemos visto tantas cosas, tantas brutalidades cometidas contra
el pueblo judío y todos estaban convencidos de que se hubiera acabado. Pero
hoy, empieza a renacer aquí y allí la costumbre de perseguir a los judíos.
Hermanos y hermanas, esto no es ni humano ni cristiano. ¡Los judíos son
hermanos nuestros! Y no hay que perseguirlos ¿entendido?
Estos
esposos demuestran que tienen un corazón lleno de fe en Dios y generoso con los
demás, capaz de dar cabida a quienes, como ellos, experimentan la condición de
forasteros. Su sensibilidad los llevó a olvidarse de sí mismos para practicar
el arte cristiano de la hospitalidad (cf. Rm 12,13; Hb 13,2) y a abrir las
puertas de su casa para acoger al apóstol Pablo. Así hospedan no sólo al
evangelizador, sino también al anuncio que lleva consigo: el Evangelio de
Cristo, que es “una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm
1,16). Y desde ese momento en adelante su casa se impregna del perfume de la
Palabra “viva” (Heb 4,12) que vivifica los corazones.
Áquila
y Priscila también comparten con Pablo su actividad profesional, es decir, la
fabricación de lonas. Pablo, en efecto, tenía en gran estima el trabajo manual
y lo consideraba un espacio privilegiado para el testimonio cristiano (cf. 1
Cor 4, 12), así como una manera justa de mantenerse sin ser una carga para los
demás o para la comunidad.
La
casa de Áquila y Priscila en Corinto abre sus puertas no sólo al Apóstol sino
también a los hermanos y hermanas en Cristo. En efecto, Pablo puede hablar de
la “comunidad que se reúne en su casa” (1 Co 16,19), que se convierte en una
“casa de la Iglesia”, una “domus ecclesiae”, lugar de escucha de la
Palabra de Dios y de celebración de la Eucaristía. También hoy en algunos
países donde no hay libertad religiosa y no hay libertad para los cristianos,
los cristianos se reúnen en una casa, algo escondidos, para rezar y celebrar la
Eucaristía. También hoy existen estas casas, estas familias que se convierten en
un templo para la Eucaristía.
Después
de un año y medio en Corinto, Pablo dejó la ciudad junto con Áquila y Priscila,
que se quedan en Éfeso. También allí su casa se convierte en un lugar de
catequesis (cf. Hch 18,26). Finalmente, el matrimonio regresará a Roma y
recibirá un espléndido elogio que el Apóstol inserta en su Carta a los Romanos.
Tenía el corazón agradecido, y así escribía Pablo de estos dos esposos en la
Carta a los Romanos, escuchad: “Saludad a Prisca y Áquila, colaboradores míos
en Cristo Jesús. Ellos expusieron sus cabezas para salvarme. Y no soy yo solo
en agradecérselo, sino también todas las Iglesias de la gentilidad” (16:4)
¡Cuántas familias en tiempos de persecución se juegan la cabeza para esconder a
los perseguidos! Este es el primer ejemplo: la hospitalidad familiar, también
en los momentos difíciles.
Entre
los numerosos colaboradores de Pablo, Áquila y Priscila, emergen como “modelos
de una vida conyugal responsablemente comprometida al servicio de toda la
comunidad cristiana.” y nos recuerdan que, gracias a la fe y al compromiso de
evangelización de tantos laicos como ellos, el cristianismo ha llegado hasta
nosotros. En efecto, “para arraigar en la tierra del pueblo, para desarrollarse
ampliamente, era necesario el compromiso de estas familias. Pensad que el
cristianismo desde el principio lo predicaron los laicos. También vosotros,
laicos, sois responsables por vuestro bautismo, de llevar adelante vuestra fe.
Era el compromiso de tantas familias, de estos esposos, de estas comunidades
cristianas, de fieles laicos que ofrecieron el “humus” al crecimiento de la
fe. Y sólo así crece siempre la Iglesia. “(Benedicto XVI, Catequesis
7 de febrero de 2007). Es hermosa esta frase del Papa Benedicto XVI: los
laicos ofrecen el humus al crecimiento de la fe.
Pidamos
al Padre, que ha elegido hacer de los esposos su “verdadera escultura viviente”
(Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 11). Creo que aquí hay
recién casados: escuchad cual es vuestra vocación, debéis ser la verdadera
escultura viviente, que derrame su Espíritu sobre todos los matrimonios
cristianos para que, a ejemplo de Aquila y Priscila, abran las puertas de sus
corazones a Cristo y a sus hermanos y hermanas y transformen sus hogares en
iglesias domésticas. Hermosa palabra: una casa es una iglesia doméstica, donde
vivir la comunión y ofrecer el culto de la vida vivida con fe, esperanza y
caridad. Tenemos que rezar a estos dos santos: Áquila y Prisca, para que
enseñen a nuestras familias a ser como ellos: una iglesia doméstica donde hay
humus para que la fe crezca.
Larissa
I. López
©
Librería Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit