Discurso
de Francisco
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Participantes en la Conferencia Internacional para los Jefes de la Pastoral Penitenciaria,
8 nov. 2019 © Vatican Media
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El
Papa Francisco propuso la imagen de las ventanas de la cárcel, invitando a
procurar que las prisiones las tengan porque “no hay una pena humana sin
horizonte. Nadie puede cambiar de vida si no ve un horizonte”.
Hoy,
8 de noviembre de 2019, el Santo Padre se reunió con los participantes en la
conferencia internacional para los jefes regionales y nacionales de la Pastoral
Penitenciaria.
Este
encuentro está organizado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo
Humano Integral y titulado “El desarrollo humano integral y la pastoral penitenciaria”
y concluye hoy sus trabajos.
“Descarte educado”
En
su discurso, Francisco reiteró que las cárceles siguen siendo reflejo de
nuestra sociedad y “consecuencia de nuestro egoísmo e indiferencia sintetizados
en una cultura del descarte”.
Para
el Pontífice, es más fácil “reprimir que educar”, “negar la injusticia presente
en la sociedad” y “crear estos espacios para encerrar en el olvido a los
infractores, que ofrecer la igualdad de oportunidades de desarrollo a todos los
ciudadanos”, generándose un modo de “’descarte educado’ entre comillas”.
Así,
destacó que en nuestra realidad el encarcelamiento se presenta como la
“solución última a los problemas de la vida en comunidad”, en lugar de utilizar
los recursos para proporcionar verdaderamente “la promoción de un desarrollo
integral de las personas que reduzca las circunstancias que favorecen la
realización de acciones ilícitas”.
Garantizar oportunidades
Por
otro lado, el Obispo de Roma apuntó que estos lugares de detención no pocas
veces “fracasan en el objetivo de promover los procesos de reinserción” porque
“carecen de recursos suficientes que permitan atender los problemas sociales,
psicológicos y familiares experimentados por las personas detenidas”.
Además,
describió que la superpoblación en las cárceles “las convierte en verdaderos
lugares de despersonalización”, mientras que la verdadera reinserción “comienza
garantizando oportunidades de desarrollo, educación, trabajos dignos, acceso a
la salud, así como generando espacios públicos de participación ciudadana”.
Salida de la cárcel
Con
respecto al momento de la salida de la cárcel, el Papa resaltó que “la persona
se encuentra a un mundo que le es ajeno, y que además no lo reconoce digno de
confianza, llegando incluso a excluirlo de la posibilidad de trabajar para
obtener un digno sustento”.
Ante
ello, como “comunidades cristianas”, llamó a plantearnos: “Si estos hermanos y
hermanas han pagado ya la pena por el mal cometido, ¿por qué se pone sobre sus
hombros un nuevo castigo social con el rechazo y la indiferencia?” y explicó
que en muchos casos “esta aversión social es un motivo más para exponerlos a
reincidir en las propias faltas”.
Después,
el Papa Francisco confesó que reza “por cada persona que desde el silencio
generoso sirve a estos hermanos, reconociendo en ellos al Señor” y apreció “todas
las iniciativas con las que, no sin dificultades, también se asiste
pastoralmente a las familias de los detenidos y las acompañan en ese período de
gran prueba, para que el Señor bendiga a todos”.
Ventanas y madres
El
Pontífice propuso dos imágenes para concluir. La primera, efectivamente, es la
de las citadas ventanas porque incluso la cadena perpetua, para él discutible,
“tendría que tener un horizonte”.
La
segunda, es la imagen de las madres que observó en Buenos Aires. Estas mujeres
hacían cola para ver a sus hijos detenidos, sin vergüenza de que las vieran.
Siguiendo su ejemplo, deseó “que la Iglesia aprenda maternalidad de estas
mujeres y aprenda los gestos de maternalidad que tenemos que tener para con
estos hermanos y hermanas que están detenidos”.
A
continuación, sigue el discurso completo del Papa Francisco.
Discurso del Santo Padre
Los saludo
cordialmente a todos ustedes que participan en este Encuentro sobre el
Desarrollo Humano Integral y la Pastoral Penitenciaria Católica. Cuando
encomendé al Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral que
hiciera patente la preocupación de la Iglesia por las personas en particulares
situaciones de sufrimiento, quise que se tuviera en cuenta la realidad de
tantos hermanos y hermanas encarcelados. Pero no es una tarea señalada sólo
para el Dicasterio, sino que es toda la Iglesia en fidelidad a la misión
recibida de Cristo, la que está llamada a actuar permanentemente la
misericordia de Dios en favor de los más vulnerables y desamparados en quienes
está presente Jesús mismo (cf. Mt 25,40). Vamos a ser juzgados sobre
esto.
Como
ya he señalado en otros momentos, la situación de las cárceles sigue siendo
reflejo de nuestra realidad social y consecuencia de nuestro egoísmo e
indiferencia sintetizados en una cultura del descarte (cf. Discurso en la
visita al Centro de Readaptación Social de Ciudad Juárez, 17 febrero
2016). Muchas veces la sociedad, mediante decisiones legalistas y deshumanas
justificadas en una supuesta búsqueda del bien y la seguridad, procura con el
aislamiento y el encarcelamiento de quien actúa contra las normas sociales, la
solución última a los problemas de la vida de comunidad. Y así se justifica que
se destinen grandes cantidades de recursos públicos a reprimir a los
infractores en vez de procurar verdaderamente la promoción de un desarrollo
integral de las personas que reduzca las circunstancias que favorecen la
realización de acciones ilícitas.
Es
más fácil reprimir que educar, y yo diría, es más cómodo también. Negar la
injusticia presente en la sociedad es más fácil y crear estos espacios para
encerrar en el olvido a los infractores, que ofrecer la igualdad de
oportunidades de desarrollo a todos los ciudadanos. Es un modo de descarte, “descarte
educado” entre comillas.
Además,
no pocas veces los lugares de detención fracasan en el objetivo de promover los
procesos de reinserción, sin duda alguna porque carecen de recursos suficientes
que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares
experimentados por las personas detenidas, así como por una frecuente
superpoblación en las cárceles que las convierte en verdaderos lugares de
despersonalización. En cambio, una verdadera reinserción social comienza
garantizando oportunidades de desarrollo, educación, trabajos dignos, acceso a
la salud, así como generando espacios públicos de participación ciudadana.
Hoy,
de manera especial, nuestras sociedades están llamadas a superar la
estigmatización de quien ha cometido un error, pues en vez de ofrecer la ayuda
y los recursos adecuados para vivir una vida digna, nos hemos habituado a
desechar más que a considerar los esfuerzos que la persona realiza para
corresponder al amor de Dios en su vida. Muchas veces al salir de la prisión,
la persona se encuentra a un mundo que le es ajeno, y que además no lo reconoce
digno de confianza, llegando incluso a excluirlo de la posibilidad de trabajar
para obtener un digno sustento. Al impedir a las personas recuperar el pleno
ejercicio de su dignidad, éstas quedan nuevamente expuestas a los peligros que
acompañan la falta de oportunidad de desarrollo, en medio de la violencia y la
inseguridad.
Como
comunidades cristianas debemos plantearnos una pregunta. Si estos hermanos y
hermanas han pagado ya la pena por el mal cometido, ¿por qué se pone sobre sus
hombros un nuevo castigo social con el rechazo y la indiferencia? En muchas
ocasiones, esta aversión social es un motivo más para exponerlos a reincidir en
las propias faltas.
Hermanos:
En este encuentro, ustedes han compartido ya algunas de las numerosas
iniciativas con las que las Iglesias locales acompañan pastoralmente a los
detenidos, a los que concluyen la detención y a las familias de muchos de
ellos. Con la inspiración de Dios, cada comunidad eclesial va asumiendo un
camino propio para hacer presente la misericordia del Padre a todos estos
hermanos y hacen resonar una llamada permanente para que todo hombre y toda
sociedad busquen actuar firme y decididamente en favor de la paz y de la
justicia.
Tenemos
la seguridad de que las obras que la Misericordia Divina inspira en cada uno de
ustedes y en los numerosos miembros de la Iglesia dedicados a este servicio son
verdaderamente eficaces. El amor de Dios que los sostiene y anima en el
servicio a los más débiles, fortalezca y acreciente este ministerio de
esperanza que cada día realizan entre los encarcelados. Rezo por cada persona
que desde el silencio generoso sirve a estos hermanos, reconociendo en ellos al
Señor. Me congratulo con todas las iniciativas con las que, no sin
dificultades, también se asiste pastoralmente a las familias de los detenidos y
las acompañan en ese período de gran prueba, para que el Señor bendiga a todos.
Quisiera
terminar con dos imágenes, dos imágenes que pueden ayudar. No se puede hablar
de un ajuste de deuda con la sociedad en una cárcel sin ventanas. No hay una
pena humana sin horizonte. Nadie puede cambiar de vida si no ve un horizonte. Y
tantas veces estamos acostumbrados a tabicar las miras de nuestros reclusos.
Llévense esta imagen de las ventanas y el horizonte, y procuren que en vuestros
países siempre las prisiones, las cárceles tengan ventana y horizonte, incluso
una pena perpetua, que para mí es discutible, incluso una pena perpetua tendría
que tener un horizonte.
La
segunda imagen, es una imagen que yo vi varias veces cuando en Buenos Aires iba
con el colectivo a alguna parroquia de la zona de Villa Devoto y pasaba por la
Cárcel de Devoto. La cola de la gente que iba a visitar a los detenidos. Sobre
todo la imagen de las madres, las madres de los detenidos que las veía todo el
mundo, porque estaban haciendo cola una hora antes de entrar y que después eran
sometidas a las revisiones de seguridad, muchas veces humillantes. Esas mujeres
no tenían vergüenza de que las viera todo el mundo. Mi hijo está allí y daban
la cara por el hijo. Que la Iglesia aprenda maternalidad de estas mujeres y
aprenda los gestos de maternalidad que tenemos que tener para con estos
hermanos y hermanas que están detenidos. La ventana y la madre haciendo cola
son las dos imágenes que les dejo.
Con
el testimonio y servicio que ustedes realizan, mantienen viva la fidelidad a
Jesucristo. Que al final de nuestra vida podamos escuchar la voz de Cristo que
nos llama diciendo: «Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del
Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque cuanto
hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, me lo hicieron a mí » (Mt 25,34.40).
Que Nuestra Señora de la Merced los acompañe a ustedes, a sus familias y a cada
uno de los que sirven a los encarcelados. Y por favor no se olviden de rezar
por mí. Gracias.
Larissa
I. López
©
Librería Editorial Vaticana
Fuente:
Zenit






